Madero no hizo la revolución a que él mismo convocó; encabezó una guerra civil contra el fraude electoral y las muchas reelecciones de Porfirio Díaz. Su objetivo no fue remover las estructuras del Porfiriato sino ocupar la Presidencia de la República desde la cual creyó que podrían resolverse los problemas del país, al menos como él los entendía.
Por eso accedió al interinato de Francisco León de la Barra y conservó intacto el Ejército Federal, brazo armado de la dictadura, junto con la Policía Rural, conocida como ”los rurales”.
Por eso mismo no advirtió que más allá de las buenas intenciones, su gobierno estaba frente a una disyuntiva: o desarticulaba instituciones del Porfiriato o sería arrollado por ellas.
Madero no sólo conservó el entramado institucional de la dictadura sino también a sus jefes y operadores. Por eso en la peor crisis militar de su gobierno confió la defensa de la capital y del Palacio Nacional a Victoriano Huerta, un general del Ejército Federal, y no a Felipe Ángeles, destacado profesor del Colegio Militar y uno de sus más leales maderistas.
El mérito de Madero fue haber luchado por la democracia en tiempos de la dictadura de Díaz, pero la verdadera revolución se iniciaría después del golpe de Estado de Huerta y del asesinato del presidente y el vicepresidente.
Madero estuvo lejos de ser un agrarista. El artículo 6° del Plan de San Luis, que se refiere con tibieza a la cuestión de la tierra, fue incluido sólo para sumar a los campesinos sin tierra para la causa revolucionaria, pero Madero, cuya familia de hacendados era una de las más ricas del país, nunca se propuso distribuir o restituirla tierra. Emiliano Zapata, que apoyó la guerra civil maderista, se vuelve contra el gobierno al que acusaba de haberlo engañado y traicionado.
Villa va cambiando con el paso apresurado de los acontecimientos, y Carranza –un político porfirista– adquiere toda su dimensión histórica con la defensa de la soberanía nacional, primero, y con el respeto a la voluntad del Congreso Constituyente de Querétaro, después.
Los constituyentes hicieron tres agregados fundamentales al proyecto del Primer Jefe: el artículo 3°, que ordena la educación laica, gratuita y obligatoria; el 27, que reivindica la propiedad originaria de la Nación sobre las tierras, aguas y recursos naturales, y el 123, que crea un régimen tutelar para los trabajadores.
Después del asesinato de Obregón, Calles proclama el final de los caudillos y el inicio de la era de las instituciones. Luego vendrían el reparto agrario y la expropiación petrolera de Cárdenas y el Estado benefactor construido sobre todos estos cimientos, que transformó al país de rural a urbano, construyó una extensa planta industrial y, a través del binomio educación-empleo, creó la clase media.
A raíz de las masacres de 1968 y 1971 y la guerra sucia de los años setenta, el régimen priista no cayó en la tentación de involucionar hacia un Estado policiaco, sino que prefirió abrir espacios políticos a la oposición de izquierda que había vivido intermitentemente en el clandestinaje, debido a la Guerra Fría. El PAN ya tenía representación en el Congreso de la Unión: poco significativa, es cierto, pero al tamaño de su fuerza electoral en los años sesenta y setenta.
Si la capacidad de autocrítica de la sociedad alcanzara para revisar con seriedad nuestra historia y sus protagonistas, es muy probable que don Francisco I. Madero continuara siendo el apóstol de la democracia pero no le sería refrendado el título de prócer de la Revolución y, al mismo tiempo, serían revalorados Zapata, Villa, Carranza y los diputados constituyentes de 1917.
Entiendo que el presidente Felipe Calderón, en el discurso conmemorativo del 101 aniversario de la Revolución, haya atribuido a Madero méritos que no le corresponden y a la democracia, capacidades que no tiene.
Lo primero es muestra de la necesidad del grupo en el poder de reescribir la historia a su medida. Lo segundo, es ofensivo: usar a Madero y la democracia como argumentos para justificar la política monotemática del gobierno: la lucha contra el crimen organizado.
Dice el presidente que México necesita demócratas, y sí los necesita, por ejemplo, para crear una cultura política a fin de que la gente, informada, crítica y propositiva, tome el control de su propio destino. Pero los demócratas a que aludió el presidente son los que continuarían la guerra, su guerra.
Por eso enredó la democracia con el combate al crimen organizado no obstante que se trata de mundos distintos: la primera es una forma de organización de las sociedades y el segundo es una función de los cuerpos de policía y, en el caso de México, debe ser además la consecuencia de una política económica de crecimiento y una política social redistributiva.
Los chinos, los cubanos y hasta los norcoreanos reconocen que es deber del gobierno cumplir y hacer cumplir la ley en sus respectivos países y que el gobierno que pacte con quienes violan las leyes vigentes falta a su deber. Sólo el presidente de México y sus colaboradores, dicen creer que hasta el respeto al orden jurídico es asunto de la democracia que preconizó Madero.
Entiendo que los gobiernos del PAN atribuyan al único héroe civil a su medida un mérito que no le corresponde y confundan revolución con democracia, pues el Partido Acción Nacional fue fundado precisamente para oponerse a los generales revolucionarios y para pregonar la “decencia” que a su juicio se había perdido con don Porfirio.
Pero narrar la historia de suerte que los héroes por ellos reconocidos legitimen sus políticas y estrategias, es una desmesura.