La disputa electoral en Brasil nunca fue entre la izquierda socialista y la derecha capitalista, sino una confrontación entre dos formas de populismo: el favorable al capitalcon el control social masivo y el beneficiario de una élite dirigente solo con programas sociales de dinero regalado y sin modificar la estructura de apropiación privada del capital social.
La procedencia sindicalista de Lula siempre fue una coartada para ocultar su falta de militancia socialista-marxista, al grado de que su gran propuesta de gobierno no fue la redistribución de la riqueza por la vía revolucionaria, sino el uso de dinero público para disminuir los niveles del hambre en Brasil.
La configuración de las clases sociales productivas en Brasil ha sido peor con el populismo de Lula y sus seguidores que con la implantación del populismo conservador que se basa en dos de los principios fundamentales que inclusive forman parte del título de identificación del país: orden y progreso, que fue, para referencia histórica, el discurso político y autoritario del presidente Porfirio Díaz a lo largo de toda su dictadura.
La nueva victoria de Lula fue personal y no de proyecto: mientras que Bolsonaro fue candidato de unos cuántos partidos, Lula tuvo que conseguir el apoyo nada menos que de nueve partidos políticos que en el pasado nunca se pusieron de acuerdo y produjeron la gran derrota del proyecto político del dirigente.
Lula tampoco pudo conseguir más votos que antes. En las elecciones presidenciales de 2006, Lula obtuvo 58.3 millones de votos, el 60.8%, con 97 diputados y 68 senadores. Dieciséis años después, Lula apenas contabilizó 57.2 millones de votos, el 50 9%, con 68 diputados, 12 más que su partido cuatro años antes, y 9 senadores, apenas dos adicionales. En cambio, Bolsonaro tuvo 58.2 millones de votos, el 49.1%, pero avanzó de manera significativa en el Congreso: 99 diputados, aumentando 23 a los que tenía, y 14 senadores, con 7 más.
A nivel de partidos, el del Trabajo de Lula siempre ha sido minoritario en relación a la gran pluralidad de partidos en Brasil con 30 que configuran la Cámara de Diputados; solo el PT de Lula tiene 68 diputados, el 13 2% del total de 513, en tanto que el Partido Liberal de Bolsonaro se alzó con 99 diputados, el 19.3% del total. Y a ello hay que agregar el hecho de que la coalición de Lula –que siempre fue un problema de gobernabilidad para Dilma Rousseff porque no podía poner de acuerdo con las organizaciones partidistas de su agrupamiento– está configurado por nueve partidos de diferente ideología y diversas prioridades de gobierno.
Por segunda ocasión en el gobierno después de haber sido encarcelado por acusaciones de corrupción y de que su sucesora Rousseff tampoco pudo gestionar el gobierno y errores estratégicos la llevaron también a la renuncia, el escenario de descomposición política-ideológica permitió el resurgimiento de Bolsonaro como líder populista de derecha, casi rayando en el fascismo.
Más por su fama política que por sus resultados de gobierno –porque Brasil no salió de la pobreza durante el gobierno de Lula de 2006-2011–, la figura de Lula se convirtió más en un mito político que en una propuesta ideológica de reconstrucción de la izquierda socialista que representó en su mejor momento el Partido del Trabajo y derivó en un populismo asistencialista que no modificó la estructura de clases, ni la redistribución del ingreso, ni la polarización social, además de que tampoco se salió de los espacios geopolíticos de los intereses estadounidenses en la región. Lo más que se recuerda del Gobierno de Lula fue su programa de lucha contra el hambre que disminuyó de manera sensible el número de brasileños que habían sido abandonados en su pobreza.
Las experiencias de la izquierda populista en América Latina tampoco son un buen ejemplo de nuevo desarrollo de ideas socialistas: Chile acaba de firmar un convenio muy estricto con el Fondo Monetario internacional, Argentina está siendo ahogada por el FMI para cumplir con su programa de estabilización macroeconómica neoliberal, Venezuela se hundió en el desprestigio y la pobreza por mal manejo económico desde los tiempos de Hugo Chávez y México representa un populismo-neoliberal con el cumplimiento de los requisitos indispensables e inflexibles del FMI en materia de estabilidad macroeconómica antiinflacionaria con cargo a disminución del gasto social y al crecimiento económico menor al aumento de la población.
Lula ganó, pero no tiene expectativas de mejora socioeconómica para Brasil y sólo podrá que administrar la crisis de estabilidad.
Política para dummies: La política es, al final del día, demagogia.
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