Camino sin rumbo ni objetivo claro, me gusta sentir los rayos del sol tocar mi cara, el tiempo no me preocupa, los minutos transcurren y yo sigo mi camino.
Mi aspecto físico luce sin aseo, tengo el cabello sucio y la barba larga; capas de mugre se ha apropiado de mi cuerpo. Todas las personas caminan indiferentes, a nadie le interesa lo que me sucede, me ven y hacen gestos de miedo, pero nadie se me ha acercado para preguntar qué me pasa, no me importa, soy libre y mi vida ha sido así desde hace siete años.
Las horas siguen su curso, el hambre no me apura y cuando tengo hambre como, hay gente buena que me ofrece un bocado o gente despistada que deja comida en el basurero, al caer la noche me resguardo en un cajero bancario cercano al zócalo de la ciudad; y en la soledad de mi refugio, en lo profundo de mi mente un recuerdo me llama Lucio, porque Leoncio mi padre y Esther mi madre me nombraban así cuando era niño y hace tiempo que no sé nada de ellos.
Estoy consternado, disfruto la libertad, sin embargo me cuesta trabajo interactuar con los demás y respetar lo que la sociedad llama reglas; cuando hablo dicen no entenderme, hablo el idioma chinanteco y el español no lo domino, lo que me impide expresar con palabras lo que deseo, pero sé sonreír y eso a casi nadie le importa.
Debido al daño orgánico cerebral que padezco desde mi nacimiento, así como por la esquizofrenia, he deambulado desnudo y sin zapatos durante muchos años por las calles de Oaxaca; algunas personas se acercan para ofrecerme ropa, la cual no necesito porque me estorba y otras me evaden por pensar que soy agresivo y me temen.
De pronto, unos policías me abordan, no sé qué pasa, me suben a una ambulancia y me llevan a un refugio, allí una persona se me acerca, me hace un chequeo; me cortan el cabello, recibo un baño, cambio de ropa y comida. Esta rutina comienza a repetirse, no me gusta, me niego, pero no hay porqué temer pues no me hacen daño.
Pasado un tiempo, he notado una mejoría en mi cuerpo, los medicamentos que me suministra Juan Manuel Hermoso Limón, médico del programa Tratamiento Ambulatorio de Pacientes Indigentes Psiquiátricos que opera el Comité Municipal del Desarrollo Integral de la Familia (DIF) de Oaxaca de Juárez me han ayudado a sentirme mejor, ya no escucho las voces, no siento miedo, ahora que lo recuerdo había quienes me señalaban por no usar ropa interior, la realidad es que tengo una infección en los genitales y con los avances que he tenido en el DIF comienzo a tolerar la ropa.
A pesar de que mi vida ha cambiado gracias a la atención médica y física que me ofrecen, no deseo dejar las calles, tengo la necesidad de caminar; pero he tocado los corazones del equipo de la institución, quienes me reconocen como una persona, sujeta de derechos y esto los impulsa a hacer algo más por mí, porque ya soy parte de su gran familia.
Transcurría el mes de diciembre y durante un operativo, Martha Luz González policía de la Comisaría General de Seguridad Pública y Vialidad Municipal me reconoce, sabe que tengo una familia y a iniciativa de María de los Ángeles Martínez Arnaud, presidenta honoraria del DIF Municipal comienza la investigación para encontrar a mis familiares.
Fue así como a finales del mes de enero, el equipo del DIF Municipal representado por la Presidenta honoraria; la directora general Pilar Martínez Iturribarría, el encargado del albergue del programa, Carlos Cervantes y el resto del personal multidisciplinario de la institución, encuentran mi hogar, el cual está ubicado en la colonia Los Ángeles de la agencia Pueblo Nuevo y empiezan con la segunda etapa del programa Psiquiatría Comunitaria, que consiste en lograr que sea reinsertado a mi núcleo familiar.
Se da el acercamiento con mi padre y mi madre, ambos originarios de Santa Cruz Tepetotutla, San Felipe Usila, Tuxtepec, quienes como muchas familias emigraron a la Ciudad de Oaxaca, en 1992 para llevar una vida mejor. Ellos hicieron todo lo posible porque estuviera bien, me ayudaron para que recibiera atención en el Hospital Psiquiátrico de Oaxaca, pero el costo del medicamento y las propias necesidades familiares evitaron que continuara con el tratamiento y poco a poco la cronicidad de mi padecimiento me fue alejando de ellos, hasta terminar en las calles.
Al ser cuestionado por el equipo del DIF Municipal, escuché a mi padre Leoncio Hernández Osorio, quien expresó que sabía que andaba en el Centro de la ciudad, pero que no podía hacer nada por mí, pues pedía apoyo para que pudiera regresar a casa y nadie lo ayudaba. Tampoco sabía qué hacer y cómo tratarme; quizá la falta de esperanza, fuerza, carácter o el apoyo de una mano de ayuda impidió ellos hicieran algo por reintegrarme al núcleo familiar y evitar que me convirtiera en una persona indiferente para la sociedad.
Pero gracias al apoyo de la institución de asistencia social mi vida ya tiene rumbo, hoy estoy seguro que valgo como persona, mis padres, hermanas y hermanos me han aceptado y me ayudan a salir adelante.
Este trabajo paulatino que se ha realizado para mejorar mi entorno familiar, ha quedado concretado con la Alfabetización Emocional que efectúa la trabajadora social, María López Chonteco a través del Taller de Emociones con todas y todos los miembros de mi familia.
El cambio en el semblante, el reconocimiento de los sentimientos que son expresados sin lastimar a los demás, ha permitido mejorar la relación entre mis familiares. Esta apertura de confianza y de certeza también ha originado que no me vean como una carga, sino realmente como un miembro de la familia.
Además, este taller influye en todos los aspectos de mi familia, tanto en el ámbito social, económico y afectivo, pues desde que regresé a casa el 5 de marzo, dialogamos y reímos juntos, eso llena mi alma de ilusiones.
“Estamos emocionados y sorprendidos porque nadie nos había ayudado y ahora recibimos, porque antes sentíamos que no podíamos hacer nada por nuestro hijo pero ahora sabemos cómo tratarlo”, señaló mi madre en una conversación.
Aunado a esto, desde hace dos meses, el médico Sergio Velasco verifica el seguimiento de mi tratamiento y cada 15 días me suministra dos medicamentos, con los cuáles he podido llevar una vida normal, comienzo a tener confianza, obedezco, permanezco en casa, he mejorar mis patrones de comportamiento y procuro una dinámica familiar en grupo.
Mi historia es un testimonial verídico de que las cosas se pueden lograr, el DIF Municipal pretende que mi familia continúe con el financiamiento de mi medicamento a través de la tramitación de mi Seguro Popular, con la finalidad de que se me haga valer mi derecho al acceso a los servicios de salud y como parte de la corresponsabilidad que deben tomar para que pueda seguir adelante.
Ahora y después de 7 años de deambular ante la indiferencia social, siento paz interior y trabajo para incorporarme a nuevos retos como el Taller de Huertos Urbanos, el cual además de permitirme recibir un recurso financiero, lo tomo como mi proyecto de vida, para demostrarle a la sociedad que las cosas se pueden lograr sin importar cuál sea la discapacidad.
En alguna ocasión escuché decir a María de los Ángeles Martínez Arnaud, presidenta honoraria del DIF Municipal, “Con el programa Psiquiatría Comunitaria se puede mejorar el entorno social y recuperar el humanismo perdido por la sociedad”, y estoy totalmente convencido de que así es.