Cuando Dong Yingli abrió su restaurante en el este de Beijing, hace seis años, sus cocineros cocinaban el cordero, corazones de pollo y otras delicias sobre una parrilla sin cubrir y grandes ventiladores movían las nubes de denso humo desde la acera y hasta el centro de la calle.
En otros lugares de la gran capital china, el humo de cuatro centrales eléctricas de carbón ascendía en los turbios cielos, mientras innumerables fábricas de acero y cemento de las provincias vecinas emitían millones de partículas cancerígenas a la atmósfera.
Ahora, más de un año después de que el Primer Ministro chino, Li Keqiang, declarase la guerra a la polución en todo el país, la gran batalla de Beijing contra el smog transforma a esta megalópolis de 20 millones de personas en modos grandes y pequeños.
Aun así, como era evidente en la última semana cuando una densa cortina gris llenó las calles, la batalla contra el smog está lejos de terminar.
Las autoridades en Beijing trabajan para cerrar las centrales eléctricas de carbón en el término municipal y obligan a muchos vecinos a esperar durante años un permiso de circulación, en un intento de reducir la polución por vehículos.
La capital lanzó el lunes pasado la prohibición más estricta del país a fumar en lugares cerrados.
Las autoridades incluso han intentado convencer a la gente de que reduzca la centenaria tradición de los fuegos artificiales para celebrar el Año Nuevo chino, aunque sus estallidos y chisporroteos siguen sonando en toda la ciudad en febrero.
En el barrio de mayoría musulmana donde Dong tiene su restaurante, los inspectores se han convertido en algo habitual, y se aseguran de que los comerciantes han instalado sistemas de ventilación y filtros que cuestan miles de dólares.
Aunque Dong no cree que su negocio tenga mucho que ver con el estado del aire de la ciudad, dice que en general, las normas extra han facilitado la respiración.
“El entorno ha mejorado mucho aquí”, comentó Dong en una mesa en la acera en una reciente tarde marcada por el smog.
“Solía haber tanto humo aquí que era difícil incluso ver. Había que hacer esto”.
Pese a todas las reformas, las cifras oficiales muestran que la densidad media en Beijing de PM2.5 (unas partículas dañinas que son lo bastante pequeñas como para entrar en el torrente sanguíneo) fue de nueve veces el nivel máximo de seguridad marcado por la Organización Mundial de la Salud, durante los primeros tres meses del año.
La cifra seguía marcando un 19 por ciento menos de los niveles de polución del año anterior.
La ciudad ha mostrado que puede recuperar días enteros de cielo azul para actos señalados como la cumbre del año pasado del grupo Cooperación Económica Asia-Pacífico, pero sólo imponiendo las medidas más duras, como instar a los vecinos a salir de la ciudad y cerrar las fábricas en un círculo de más de 120 millas.
Mantener los cielos limpios de forma cotidiana requerirá soluciones más permanentes, señaló Li Xiang, del Ministerio de Protección Medioambiental de Beijing.
“Cambiar la polución del aire es un proyecto a largo plazo”, dijo Li.
“En otras ciudades, como Londres y Los Ángeles en Estados Unidos, llevó unos 50 años reducir la polución del aire y mostrar un cambio significativo (…) Beijing ha hecho mejoras significativas, pero cumplir las expectativas de la gente llevará un tiempo”.
La lucha contra la contaminación se ha convertido en un tema sensible para unos gobernantes chinos preocupados por su imagen, conforme el país gana fama internacional tanto por su grave contaminación como por su crecimiento económico.
Los problemas medioambientales se han convertido también en unas de las principales causas de protestas sociales, así como en un gran riesgo para la salud.
La contaminación causa más de un millón de muertes prematuras al año en el país y acorta la esperanza de vida una media de cinco años, según varios estudios.
La laxa supervisión de las nuevas normas es un obstáculo claro para limpiar el aire.
Sin embargo, la principal complicación es que buena parte del smog en Beijing llega de sus fronteras, especialmente cuando el viento sopla desde el sur o el oeste.
Entre el 28 y el 36 por ciento de las partículas suspendidas en el aire de Beijing procede de la industria pesada en las provincias vecinas, en particular Hebei, Shanxi y Shandong, según medios estatales chinos.
Cerrar esas industrias golpearía a una de las zonas de mayor importancia económica del país.
Las cinco zonas con más smog de toda China se encuentran en un radio de cientos de millas desde Beijing y la propia capital sufre el cuarto aire de peor calidad del país, según un análisis del grupo ecologista Greenpeace.
“Uno tiene que trabajar con la región circundante y controlar a la industria pesada allí”, afirmó Fang Yuan, activista en la oficina de Asia oriental de Greenpeace.
Pero sin la presencia de medios internacionales y diplomáticos de la capital, esas empresas son mucho más lentas a la hora de cerrar las plantas de cemento, industria química y otros sectores en el nordeste.