Los teléfonos de hoy y de ayer: Horacio Corro Espinosa

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10-horacio-corroLa verdad, ya no me acuerdo cuantos contratos de teléfono celular he firmado. Firmar y cargar esos aparatos en la bolsa se me hace desagradable porque contaminan. Me refiero a que uno se contamina en el momento de contestar por que hay que seguir el tema o el chisme de quien llama, eso ya es contaminación.

Hay otro tipo de contaminación por teléfono. Son las llamadas que infectan nuestra casa o nuestro cuerpo cuando una voz rasposa, aguardentosa, sin más, no injuria o nos amenaza. A veces, esa llamada corrompe la tranquilidad del hogar.

Hay llamadas que antes de que digas “bueno”, te sueltan un montón de recordatorios familiares y maternales sin saber la razón, y sin que la voz anónima te chance de réplica. Así que te tienes que tragarte el berrinche de lo que muchas veces no mereces.

El teléfono también puede ser la razón de terminar tu relación matrimonial. Es  cuando al mundo se le ocurre marcar tu número una y otra vez. El marido celoso entra en duda sobre la fidelidad de su mujer. O al contrario, la esposa entra en  sospecha de una vieja rogona que no quiere hablar porque anda tras del marido.

Es cierto que con el teléfono dejamos de tener vida propia. Nuestro descanso ya no es descanso porque su sonido profana nuestro recinto con su escandaloso e inoportuno timbre.

Si viviéramos en un pueblo que se pudiera atravesar a pie en 10 o 15 minutos, no importaría no tener teléfono, sería más rápido y agradable salir a caminar un poco para tener a nuestros interlocutores enfrente. No cabe duda que los avances tecnológicos, en gran medida, sólo sirven para remediar un poco los males que nosotros causamos al crear ciudades grandes.

Desde que yo recuerdo, siempre ha sabido un teléfono en la casa. En ese entonces era un aparato negro, pesadísimo, que siempre estaba sobre el escritorio. Cuando contestábamos, teníamos que descolgar y dejar el auricular sobre el mismo mueble de lo pensado que era. Yo creo que había en la población alrededor de 100 aparatos de esos. Desde luego que ésos no tenían disco. Bastaba descolgar la bocina y una voz femenina decía “central”, y desde ahí nos comunicaban al número solicitado. Lo malo de esos teléfonos, era que las telefonistas se enteraban de lo que conversaba todo mundo, ellas estaban enteradas de todos los chismes del pueblo.

Cuando estaba yo en la primaria, me puse a platicar por teléfono con uno de mis compañeros sobre nuestra próxima visita a la alberca, pero cuando se nos ocurrió decir “calzones”, en ese momento la señorita telefonista intervino en la llamada para decirnos que éramos unos léperos maleducados. Mi compañero y yo, como si nos hubiéramos puesto de acuerdo, colgamos espantados el auricular y no lo volvimos a utilizar durante muchos días por temor a ser regañados, otra vez, por la orejona telefonista.

Eran los tiempos en que cada comunidad tenían un solo teléfono. Esos aparatos se encontraban en la tienda más próspera del lugar. Junto al aparato había un par de baterías gigantes y una cajita con manija, la que provocaba el sonido de la llamada en todos los teléfonos de las comunidades que estaban conectados en serie, supongo, pues todos los pueblos contestaban casi al mismo tiempo con el nombre de su comunidad. Entre gritos y más gritos, iba colgando cada uno hasta quedarse en la línea la comunidad requerida. Mientras tanto, las otras comunidades tenían que esperar hasta que se desocupara la línea. Aún con esas esperas de turno, el teléfono acorta muchas distancias.

Son tantos los teléfonos el día de hoy, que ya no queremos saber de llamadas telefónicas y menos cuando son de cobros económicos.

Twitter: @horaciocorro

Facebook: Horacio Corro

horaciocorro@yahoo.com.mx