“¡Por Dios, que haya más bombardeos hoy!”, clamaba un rebelde esta mañana en Brega, la ciudad donde ahora se sitúa la línea del frente. La interrupción de los bombardeos aliados ha tenido un efecto terrible en el avance de los insurgentes. Si hace dos días soñaban con conquistar Sirte, la ciudad natal de Gadafi y uno de los bastiones del régimen junto a Trípoli, hoy su objetivo es resistir el contraataque de las fuerzas del dictador y evitar males mayores.
La falta de auxilio aéreo de los aliados durante los tres últimos días les ha dejado en una situación de extrema debilidad. No han tenido otra opción que abandonar sus recientes conquistas y volver sobre sus propios pasos hacia el reducto de Bengasi. Pero si los aviones de la OTAN no les dan cobertura será complicado que aguanten mucho tiempo en Brega. Algunos milicianos han preferido, incluso, replegarse hasta Ajdabiya, a solo 160 kilómetros de Bengasi, y dar por perdida Brega, informa un periodista de Reuters que está cerca de la zona de combates.
“Ha habido choques con las unidades de Gadafi en los alrededores de Brega al amanecer”, ha asegurado un combatiente que forma parte del contingente rebelde atrincherado en la ciudad. Decenas de vehículos todoterreno cargados de hombres con armas automáticas se han concentrado a las puertas del enclave. “¡Por Dios, que haya más bombardeos hoy!”, ha clamado un rebelde. Y a continuación ha lanzado un desafío, que sonaba más a deseo que a realidad: “Avanzaremos, ocurra lo que ocurra”.
Mientras en el este los rebeldes tratan de evitar más pérdida de territorio, en el oeste, en la única ciudad que dominan, Misrata, siguen sufriendo la ofensiva de Gadafi. Según las últimas informaciones de Reuters citando a fuentes de los insurgentes, ayer murieron 20 personas en esta población. Hoy el Ministerio de Exteriores británico ha presentado un informe sobre derechos humanos en el que detalla que, en lo que va de conflicto en Libia, han muerto unas 1.000 personas entre leales a Gadafi y opositores.
Más allá de los bombardeos, los insurgentes llevan días pidiendo también asesoramiento y ayuda en el entrenamiento de sus tropas. En este sentido, el secretario de Defensa norteamericano, Robert Gates, ha afirmado que deberían ser otros países, no Estados Unidos, los que ofrezcan este tipo de asistencia. Sobre el posible suministro de armas, la OTAN, que ya ha asumido el mando completo de las operaciones, ha subrayado que interceptará todos los envíos de munición a los rebeldes libios, incluso si proceden de los países de la coalición.
Sobre la intervención de la OTAN en el conflicto, The New York Times informa que la organización ha advertido a los insurgentes de que, si atentan contra la población civil, serán atacados por la coalición internacional.
Por otra parte, la Campaña Internacional para la Prohibición de las Minas Terrestres, Premio Nobel de la Paz en 1997 y formada por ONG de 90 países, ha denunciado el uso de minas antipersonas contra el bando rebelde. Sus técnicos descubrieron esta semana más de 50 minas antipersonales y “antivehículos” cerca de unas torres de alta tensión fuera de Ajdabiya.
Estrategia titubeante
Los poquísimos libios que permanecen en Bin Yauad, Es Sider, Ras Lanuf, Al Ugaila y Brega deben de estar sorprendidos, si no hastiados, por lo movedizo del frente bélico. En Ajdabiya, puerta de Cirenaica, cientos de familias volvían a escapar ayer, otra vez, temerosas de que los soldados o mercenarios de Gadafi regresen a las estribaciones de la ciudad, liberada el sábado pasado. Estas poblaciones al borde del Mediterráneo han pasado del dominio de las tropas del dictador a manos rebeldes, y viceversa, dos veces en pocas semanas. El martes, los sublevados comenzaron a huir. Ayer imprimieron gran velocidad a su fuga hacia el oriente.
Tres días sin bombardeos aliados en el este libio han desplazado los combates con inusitada rapidez, mientras la coalición internacional titubea ante la estrategia a seguir para que el tirano abandone el país. Parecen apostar a que las sanciones económicas y sus llamamientos para que los fieles a Gadafi le traicionen surtan efecto antes que abastecer de armas a los insurgentes o lanzar ataques que puedan provocar cientos de bajas entre los uniformados leales al déspota.
Emisarios de París y Londres han visitado Bengasi para entrevistarse con el Consejo Nacional, el Gobierno de facto de los insurrectos, coincidiendo con la expulsión de diplomáticos libios de la capital británica. Han sido congelados los fondos soberanos del país magrebí, se ha decretado un embargo de armas, y se ha prohibido viajar al extranjero a 40 miembros de la cúpula dirigente. Aunque no a todos, como si se deseara crear fisuras en el Ejecutivo libio. El ministro de Exteriores, Musa Kusa, anunció anoche su deserción nada más aterrizar en Londres procedente de Túnez, extremo confirmado por un portavoz del Gobierno británico. Y la algarabía atronó en Bengasi. Occidente prefiere incitar el colapso del régimen desde sus entrañas.
Según el portavoz de los rebeldes, el coronel Ahmad Omar Bany, las tropas de Gadafi están apoyadas por entre 3.200 y 3.600 soldados de la Guardia Republicana chadiana, bajo el mando del vicedirector de la Seguridad Nacional de Chad, Isa Bahar, primo del presidente Idris Deby. “Es una fuerza muy preparada con armamento pesado y altamente mecanizada”, ha señalado el portavoz, quien ha explicado que los milicianos rebeldes solo disponen de armas ligeras, por lo que se ha optado por una retirada “táctica” hasta trazar una mejor estrategia para hacerles frente.
“Para hacer frente a esta fuerza, necesitamos de armas con las que se puedan destruir tanques y artillería de 155 mm”, que es lo que están empleando los gadafistas, ha precisado Bany, además de entrenamiento en el uso de armas pesadas.
Una apresurada retirada
Anteayer, pasadas las diez de la mañana, seis kilómetros al oeste de Bin Yauad, a medio camino entre Trípoli y Bengasi, se oían cercanas fuertes explosiones. Las tropas de Gadafi avanzaban firmes y la desbandada de los sublevados fue masiva. Habían recorrido cientos de kilómetros desde el sábado en dirección a Sirte. No muy lejos de esta localidad terminó la embestida insurrecta, hasta ayer los aviones franceses y británicos se abstuvieron de bombardear a las fuerzas del autócrata. Inexpertos -la mayoría se estrena en el manejo de armas-, los alzados son un compendio de temeridad e indisciplina. Los hay que se acercan al campo de batalla como si la guerra fuera un pasatiempo; algunos no demuestran entusiasmo por combatir, y no falta algún imbécil que se dedica a hacer trompos con su coche. Solo pueden mirar al cielo, rogando que aparezcan los cazas franceses.
No extraña que los civiles dejen sus ciudades como un paraje lunar. Los testimonios de secuestros o de violaciones de chicas en presencia de sus parientes se escuchan en Brega y Ajdabiya. Las potencias occidentales han causado grandes destrozos en las bases libias y a su fuerza aérea, pero muy escasas bajas. Sin un escarmiento contra las fuerzas terrestres, Gadafi podría resistir. París, Londres y Washington son conscientes de que varios dirigentes árabes observan con recelo la intervención, y tampoco quieren embarrarse en una tercera aventura en un Estado musulmán. Las misiones en Irak y Afganistán son ya suficiente carga.
El País