Los norcoreanos derraman estos días torrentes de lágrimas por la muerte de Kim Jong-il, aunque sus sollozos están divididos entre el miedo que provoca el régimen y la pena que les ha supuesto perder a su ‘Querido Líder’, con quien vivieron penurias y sufrimiento.
La súbita muerte del jefe del Estado desencadenó escenas histéricas en todo el país, mientras en Pyongyang conmocionados civiles y militares desfilaron en largas colas ante la vitrina de cristal que contiene los restos mortales de Kim. Las imágenes emitidas por la televisión estatal han mostrado hombres, mujeres y niñas sollozando ruidosamente, hasta el punto de desmayarse por la tristeza.
Expertos sobre el sistema norcoreano y refugiados que huyeron del país coinciden en que el régimen estalinista muy probablemente obliga a la población a acudir a determinados lugares para rendir homenaje.
Según Kim Young-soo, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Sogang de Seúl, los norcoreanos deben desplazarse hasta tres veces al día ante estatuas o imágenes de Kim Jong-il e inclinarse como señal de respeto.
“Los norcoreanos saben que cuanto más muestren su pena, mejor. Las ceremonias de duelo son, de alguna forma, obligadas y organizadas”, asegura. De acuerdo con el profesor, “los norcoreanos deben demostrar su pena de la forma más excéntrica posible cuando su jefe supremo muere, con el fin de evitar cualquier duda sobre su lealtad”.
Kim Young-soo recuerda que las autoridades pidieron a la población que se inclinara sólo “una” vez cuando falleció en 1994 Kim Il-sung, fundador de la Corea del Norte comunista.
La exigencia demostrada por las autoridades hace pensar que la lealtad de los ciudadanos ha disminuido durante los 17 años de poder de Kim Jong-il, hijo de Kim Il-sung y padre de Kim Jong-un, proclamado nuevo jefe de la única dinastía comunista en el mundo.
“Si no lloras ante las cámaras, te arriesgas a ser denunciado por ser una ‘basura reaccionaria'”, asegura Hong Sun-kyong, un norcoreano refugiado en el Sur desde el 2000. Según Hong, “poca gente va a llorar en las mediaguas”, lugares de intimidad donde los ciudadanos no están obligados a demostrar o exagerar sus sentimientos.
Fallecido el pasado sábado de una crisis cardíaca a los 69 años, Kim Jong-il gobernó con mano de hierro y no dudó en encarcelar a los refractarios en campos.
El gasto masivo en armamento, la centralización económica y la prohibición de mercados libres favorecieron hambrunas durante los años 1990, que se cobraron la vida de centenares de miles de norcoreanos.
Pero el aislamiento casi total del país y el cierre a la inmigración y a internet han contribuido a que su vulnerable población rinda culto al jefe del Estado a través de los medios oficiales, explica el pastor surcoreano Kim Seung-eun, que trabaja con los tránsfugas del Norte.
La desaparición Kim Jong-il, padre de la nación y garante de la estabilidad, ha provocado una profunda preocupación en la mayoría de los norcoreanos, que temen por su futuro, por lo que sus lágrimas no son todas de cocodrilo.
La agencia oficial KCNA afirmó que cinco millones de habitantes de Pyongyang rindieron homenaje al ‘Querido Líder’ en sólo 24 horas, una quinta parte de la población total de Corea del Norte.
EFE