Las fronteras, tan silenciosas que parecen, fueron construidas a lo largo de siglos por los hombres que querían marcar su territorio. Por ellas se hicieron alianzas. Por las fronteras se hicieron y se hacen guerras. Por el cruce abrupto de unos países en otros se han consumado masacres, dolores, llantos: “sangre, sudor y lágrimas” diría Churchill.
Cada país tiene su propio gobierno y su modo de elegirlo. Cada país tiene su forma de llevar las cosas y la relación entre gobiernos y pueblo. Pero también cada país tiene conflictos que parecen irremediables y cuyos ciudadanos, un día, deciden abandonar el hogar, la tierra de origen, el lugar de vida y en donde están enterrados sus muertos.
La situación para cada uno debe ser muy grave como para tomar una decisión tan seria y trascendente para su vida. Una persona decide salir-huir-escapar-buscar la libertad-la casa-la-comida-el-sustento, pero sobre todo la felicidad para sí y para su familia.
Así que se van. Dejan todo y arriesgan la vida para buscar el paraíso perdido. Y van solos y dejan sola a la familia para aventurarse y saber si consiguen llegar a El Dorado, es entonces cuando llamarán a su gente, a su mujer, a sus hijos. O bien, cuando la situación apremia y las cosas no son holgadas ni seguras, se van todos de una vez en una sola aventura familiar, incierta y peligrosa.
En general los migrantes de a pie son gente pobre. No tienen recursos. No tienen para pagar un avión y acercarse a su meta. Lo único que los habrá de conducir a su objetivo son sus pies, un poco de apoyo en transporte, y sus pies de nuevo. Y cargan con lo que pueden, y sus papeles para garantizar su identidad y que son ellos mismos los que buscan la salida, y la llegada.
La ola migrante es mundial. No ocurre sólo en nuestro continente americano. Con frecuencia conocemos cómo hombres, mujeres, niños africanos quieren llegar a países europeos en busca de una mejor vida, para ellos y para sus hijos. Y caminan, y se embarcan en balsas que apenas pueden contener a los enormes grupos que buscan rutas marítimas. Y con frecuencia ocurre la desgracia…
Por años ha sido así: balsas que se hunden con mujeres, ancianos, niños, hombres y mueren. Con frecuencia cuerpos flotan en el mar Mediterráneo hasta llegar a las playas. Es una tragedia frecuente. Dolorosa. Y de la que se conocen los resultados pero se evade discutir el origen de la migración, porque cada gobierno no quiere tener problemas con los países de origen.
Y ocurre en nuestro país. Un país, como todos, fundado por migrantes. Tribus que llegaron de un lado y otro para construir a una nación. Somos un territorio hecho por migrantes, antes y ahora.
Y es nuestro país, el lugar de paso para miles y miles y miles de migrantes que quieren llegar a Estados Unidos de América porque les han dicho que ahí está el fin del arco iris y en donde podrán vivir tranquilos, con trabajo y en paz.
Por cierto no todos los que migran son gente de bien. Como en todo cuerpo social hay malandrines. Pero son los menos y son a ellos a los que teme el gobierno de EUA –según afirman las corrientes republicanas de ese país–, y hacen tabla rasa de ello. Pagan justos por pecadores.
Así que la ola creciente de migrantes que huyen de países centroamericanos y sudamericanos se ha incrementado en los cinco años recientes.
De hecho las primeras grandes oleadas de migrantes comenzaron a pasar por México durante el gobierno de Enrique Peña Nieto quien no hizo mucho para contenerlas o acordar con los gobiernos de origen una contención mediante programas de desarrollo, programas legales, cero persecuciones políticas… más.
Pero fue a partir del 2019 cuando las olas de migrantes centroamericanos se incrementaron hasta cantidades extremas. El gobierno mexicano dijo en el primer momento que les daría casa-comida-sustento-trabajo a los migrantes, lo que estimuló su llegada… No fue así.
Poco después el gobierno de Estados Unidos –Donald Trump-republicano–, exigió que México controlara estas caravanas y estableciera cercos de contención. El gobierno mexicano siguió la política del ‘dejar hacer, dejar pasar’, con los riesgos que se iban acumulando en el camino para los migrantes: vejaciones, secuestros, esclavismo, abuso sexual… muerte.
Con el pretexto de la pandemia, el gobierno de Estados Unidos (Donald J. Trump) endureció su política de acceso y aplicó el famoso Título 42, que permitía a las autoridades expulsar a los migrantes en las fronteras sin darles la oportunidad de presentar un caso. México accedió a mantener en territorio mexicano a migrantes en espera de su tramitación de asilo con EUA.
Esto termino el jueves 11 de mayo a las 11.59 pm. Y se vuelve a una política restrictiva y aún más peligrosa porque retoma el Título 8 que establece que EUA estudiará el acceso “en circunstancias limitadas” e implanta consecuencias muy duras para quienes ingresen sin documentación legal…
… Rechazo a quienes no cumplan con los perfiles definidos por el mismo gobierno de EUA y que hace que de cada cien migrantes sólo uno pueda acceder a vivir y trabajar en EUA. El resto será expulsado o, incluso, acusado de desacato y atentado a las leyes estadounidenses.
México acepta lo acordado con el gobierno de EUA: cierra 33 albergues para migrantes y bloquea con Guardia Nacional la frontera sur.
Ambos gobiernos han actuado de forma dañina, malvada, cruel. Han estimulado la migración y la han contenido; han jugado con la vida, con el presente y con el futuro de muchos seres humanos que lo único que quieren en la vida es ser felices, vivir en paz, trabajar y ser gente de bien.
¿Es eso mucho? Mientras los gobiernos de EUA y México luchan por quedar bien con todos, pero quedan mal con todos por la crueldad y el abuso en los derechos humanos de tantos migrantes que son y que siempre serán.