En la conferencia inaugural de nuestro Segundo Congreso Internacional de Neurociencia aplicada al Derecho, Gerardo Laveaga incendió la discusión.
Nos vino a decir, con absoluto convencimiento, que nuestros tataranietos les van a reprochar a sus padres todas las locuras que hoy nosotros estamos haciendo con la política criminal.
En el futuro resultará -dijo incomprensible por qué hoy “encerramos” a las personas que delinquen para reinsertarlos socialmente.
El sistema carcelario será tenido como vestigio de un sistema penal que fracasó y generó más problemas que los que resolvió, de la misma manera en que hoy nos resultan inconcebibles instituciones como la Santa Inquisición.
Nos dijo que el juez del futuro será no solamente jurista, sino además psiquiatra y químico farmacéutico y que cada juzgado tendrá su propia farmacia donde el sentenciado acudirá a surtir su receta para el tratamiento prescrito.
Es otra de las visiones del sentenciado como paciente al que habrá que “curar” o “ajustar” en lugar de castigar.
Para quien “prima facie” considere esto una locura, piense en el hecho de que toda conducta se origina en el cerebro y que el cerebro no es otra cosa más que células, sustancias químicas y actividad eléctrica que “determinan” buena parte de nuestro comportamiento.
En el cerebro se forman nuestros pensamientos, emociones, sentimientos, impulsos, memoria y decisiones.
Y depende de algunas hormonas la forma en que nos comportamos.
Dopamina, endorfinas, cortisol, serotinina, oxitocina, estrógeno, progesterona y otras son las hormonas responsables de nuestros estados de ánimo y de las respuestas que nuestro cerebro da a diferentes estímulos del medio.
Y de ellas depende, si lo vemos fríamente, nuestra felicidad, frustración, agresividad, tristeza o depresión.
Somos “máquinas biológicas” dijo Laveaga parafraseando a Darwin.
E independientemente de todos los debates filosóficos que gravitan en torno a la dualidad materia – espíritu, es un hecho que la medicación y otras técnicas de intervención médica son necesarias y comúnmente utilizadas para aliviar, moderar o revertir transtornos, desórdenes o patologías relacionadas con lo que pasa en el cerebro.
Esta de los jueces médicos, parece una idea sacada de una película distópica. Pero igualmente descabelladas han parecido ideas que finalmente se convierten en realidad. La historia está plagada de ellas.
Lo cierto es que nuestros procesos sociales no avanzan al ritmo en que lo hacen la ciencia y la tecnología; y las ciencias que tratan de comprender cada vez mejor al cerebro humano son las que parecen ir hoy a la velocidad de la luz.
Pudiera parecer deseable que fuera el Derecho el que fuera condicionando el avance de las ciencias de la naturaleza, pero ello es hoy imposible.
De esta manera, nuestras leyes y procesos judiciales estarán cada vez más condicionados por los avances científicos y tecnológicos.
El futuro ya nos alcanzó.
*Magistrado Presidente de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca