Josefina Vázquez Mota pronunció durante “su” campaña presidencial una enorme cantidad de discursos, ninguno memorable, todos pertenecieron a la categoría de los “motivacionales”, cuya finalidad es dar confianza en algo, crear un compromiso con algo, dar la sensación de que se pertenece a algo, aunque ese algo se menos que nada. Desde un principio quedó sellado el pobre o nulo contenido de las campañas presidenciales, pues en realdad los candidatos no debatieron, simplemente pasaron unos junto a los otros proclamándose mejores y vaticinando que serían los ganadores, ni siquiera los “debates” fueron ocasión propicia para confrontar ideas, toda vez que la pobreza intelectual mexicana simplificó y estandarizó los contenidos ideológicos de nuestra clase política, reduciendo todo a lo que se denominan en lenguaje tecnocrático: “propuestas”, que son simples recetas, ocurrencias y hasta puntadas que se pueden conseguir a precio alzado.
La miseria se enseñoreó a lo largo de toda la campaña, no de un candidato, sino de todos, en parte por ello tenemos la impresión de que salvo la Babel del 132 nada interesante ocurrió. Sin embargo en esta batalla de hurras, nimiedades e insignificancias, claramente la única perdedora fue Josefina Vázquez Mota, pues del segundo lugar con el que inició se desplomó al tercero y perdió una parte del porcentaje de intención de voto inicial. Claro que esto tiene explicaciones y sin duda fueron dos grandes desaciertos los que la llevaron a escenificar el peor papel entre los candidatos.
Toda campaña electoral debe girar en torno a ciertas ideas por las cuales lucha el partido o el candidato que sea, en el caso de esta elección no existió ningún debate ideológico, ni los candidatos se entusiasmaron con este tema ni los electores, así que el aspecto ideológico fue totalmente intrascendente. Cada candidato se concretó a dos campañas, la una para atraer a los votantes indecisos y la otra para convertir a sus partidarios en una maquinaria de propaganda política.
En ambos aspectos, Josefina Vázquez Mota actúo pobremente pues las “hurras” y los gritos de victoria no fueron suficientes para atraer indecisos, ni para motivar a los panistas a salir de sus casas entusiasmados a proclamar las nítidas ideas de su candidata, al contrario, el saldo es negativo en ambos planos y esto simplemente porque la candidata no despertó entusiasmos y tampoco pronunció los dos discursos que debió pronunciar.
El primer discurso omitido por Josefina Vázquez Mota debió dirigirse a las entrañas de sus contrincantes, pues tanto el PRI como el PRD tienen fracturas internas, aunque aparenten lo contrario, en el caso del PRI al menos existen dos grupos que desde hace años pelean entre sí por el control del tricolor, es cierto que en este momento el grupo al cual pertenece Beltrones parece un fantasma, pero eso se debe a que las diferencias dentro del PRI no fueron ahondadas, el PAN no intentó abrir las heridas priistas por lo que las cicatrices ahí siguieron conteniendo las infecciones, ni siquiera se les ofreció a los priistas una alianza ante un enemigo común, ni se les dijo que los priistas no eran los adversarios, nada, por increíble que parezca no se dijo nada. Lo mismo ocurrió con respecto al PRD, donde también existen al menos dos grupos enemistados y que colaboran de “dientes para afuera” es un hecho que los adversarios más enconados contra López Obrador están en las oficinas del gobierno del Distrito Federal, tampoco de esto se dio cuenta la señora y nunca intentó atraer a los votantes perredistas inconformes a su propia candidatura. Al atraer priistas y perredistas inconformes, también habría ganado votos entre los abstencionistas, pero ni eso.
El otro discurso, que nunca pronunció, Josefina Vázquez Mota debió dirigirlo a los panistas, pues siempre se supo que una parte muy importante del panismo estaba inconforme con los derroteros por los cuales había caído el PAN durante el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa, que se caracterizó por un total intervencionismo en las decisiones internas del partido; Felipe Calderón ahogó a los nuevos liderazgos del PAN para favorecer a sus amigos personales e incluso a sus familiares, además socavó la vida democrática interna del partido substituyendo las convenciones democráticas tradicionales, por “designaciones” antidemocráticas de candidatos, o por candidatos de “unidad” al peor estilo del PRI. Fue un error garrafal de Josefina Vázquez Mota ignorar esta situación y a la postre, esta ligereza fue capitalizada precisamente por sus adversarios que se dieron a la tarea de ahondar en las diferencias internas del PAN, en abrir las heridas, en ponerle picante a las yagas.
Josefina Vázquez Mota perdió por su lealtad al Presidente Felipe Calderón Hinojosa, pues lo que hizo fue una campaña de promoción del gobierno calderonista y no una campaña para sí misma, trató con desdén a los panistas en sus justas reclamaciones de democracia y de igualdad y esto lo hizo a la manera de Felipe Calderón que exige lealtad a su persona a cambio de puntapiés. Tampoco atacó a las heridas del adversario, ni intentó atraer a los inconformes del PRD o del PRI, se concretó a repartir honores y reconocimientos a Felipe Calderón, a sus amigos y a sus familiares. Todo esto es la receta para el desastre perfecto, el de Josefina, el del PAN y más doloroso aún, el desastre en que México se hunde.