Un día después de conocer los resultados electorales, dio inicio casi inmediatamente, el juego habilidoso, sutil, descarado y buenasuertero.
Se trata de un juego, que puede ser municipal, diputacional, senatorial, con tal de lograr incorporarse a los oficios, a las dignidades, a los mandos, o a las aviadurías. Pero también se pueden amarrar contratos, prebendas, oportunidades presupuestales que casi siempre hay disponibles en cada cambio de gobierno.
En este juego participan políticos con experiencia, llaneros, chambistas, dinásticos, suripantas, alcahuetes, amigos de la infancia o de la banca escolar, vecinos entrañables, parentela, dinosaurios, polluelos, ricos y pobres.
Todos estos que apetecen un lugar dentro del próximo trieneio o sexenio, forman una larga fila frente a las oficinas o frente a la casa del próximo, o la próxima, con tal de conseguir aunque sea un huesito.
La fila de aspirantes, que inició bastante gorda y desordenada, se va adelgazando conforme las dádivas se van otorgando. En la fila de espera hay gente inteligente, otros no tanto, y otros que de plano carecen de ella, pero cosa rara, son los que más oportunidades pueden tener.
En la cola se encuentran políticos de partidos distintos al del ganador, funcionarios con pedigree y otros con recomendables hermanas. No faltan los intelectuales, los profesionistas tímidos y otros audaces, los pedigüeños y otros conformistas. Hay que agregarle a esta lista, los empresarios y contratistas, industriales y comerciantes.
El negocio de la política es, pues, como la espuma, como la nata de la leche: es tan fructífera que en un ratito tus amigos se pueden contar por miles, y además, en un tris, eres el ser el más simpático y agradable del ejido.
Como el ganador no tiene tiempo para elegir al personal, se rodea de gente que cubre esa parte. Dentro de esas decisiones pueden participar clericales y comecuras, abstinentes de todos los vicios y practicantes fervorosos. Hay, aunque escasamente dentro de este grupo, gente honesta útil e inútiles también.
Los que se apiñan al próximo mero mero, son gente sindical, recomendados telefónicamente o por WhatsApp o por facebook, o directamente de boca a oreja…
Como muchos de los que están haciendo fila no quieren ser descubiertos como “busca chambas”, te dirán que no están haciendo cola, que están trabajando duro para el señor.
Y si le preguntas si va a quedar en tal o en cual oficina, te responderá que en ese momento se trata de colaborar en los proyectos que se echarán a andar en los próximos días.
Lo cierto es que nadie de éstos quiere que los demás se te enteren que andan en busca de chamba, pues sería mucho más sabroso presumir que por su tanta capacidad, el mero mero de las importancias fue a buscarlo hasta la puerta de su casa para ofrecerle un empleo.
Los diputados por salir, así como los presidentes municipales que también van para afuera, intentan incrustarse en los cargos vacantes que se ven enfrente.
No faltan los funcionarios chocantes que aseguran que están escogiendo cargo, ya que les toca por derecho, o por amiguismo, o por antigüedad. Eso dicen, pero ya veremos.
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