El PAN fue fundado en 1939 con el doble propósito crear un organismo político que representara a los conservadores que huyeron o fueron derrotados en la Revolución y poner un dique “moral” que podría llegar a ser político, al gobierno de Lázaro Cárdenas, que a juicio de Gómez Morín y los demás fundadores del partido, marchaba hacia el comunismo soviético.
Los conservadores distaban –y distan– de ser demócratas. Los panistas no pueden borrar de la historia que la dictadura de Miguel Primo de Rivera en España fue el modelo de gobierno de los “técnicos” –hoy tecnócratas– que operaron impunemente amparados por la dictadura y fueron precursores de los de Chile en la larga pesadilla pinochetista y de los que hoy infestan casi todos los gobiernos del mundo.
Pero había que enarbolar la bandera de la democracia como la antítesis de los gobiernos surgidos de la Revolución Mexicana, que según la óptica del PAN estaban dominados por militares sucios, ignorantes y violentos.
La democracia panista no es más que una coartada política tan útil que fue adoptada como símbolo del partido. Pero es una democracia vacía, pues si uno repasa la historia de las luchas democráticas en el siglo XX no encontrará al PAN por ninguna parte: ni en los movimientos de los trabajadores contra los líderes oficialistas ni en el más importante movimiento democratizador de la clase media ilustrada: el de los estudiantes de 1968.
La democracia que practica el PAN en su interior es elitista. Su Consejo Político Nacional representa a los grupos internos de poder –como el que hizo candidatos a Clouthier y a Fox o como el que llevó a Felipe Calderón a la Presidencia de la República– y es el núcleo donde se toman las decisiones principales: la elección de sus dirigentes y la selección de sus candidatos.
Claro que como en toda organización humana, dentro del PAN hay posiciones diferentes e incluso contradictorias. Hay, por supuesto, personajes y grupos que creen en la democracia y tratan de hacer política en consonancia con ese credo; pero también hay ultraderechistas que utilizan la democracia como símbolo retórico para alcanzar y conservar el poder, y no tienen empacho en recurrir a cualquier otro medio justificado por ese fin superior, como lo aconsejara Maquiavelo a principios del siglo XVI.
Antes de ser presidente, Felipe Calderón Hinojosa se ostentaba como un panista “doctrinario” y muchos creyeron que, en efecto, lo era. La primera manifestación pública de su obsesión por el poder ocurrió en la segunda parte de su campaña electoral, con la guerra sucia contra López Obrador y la frase mágica de que era “un peligro para México”.
Calderón ganó la elección con una margen estadísticamente irrelevante. Los 15,000,284 votos que se le acreditaron representaban el 35.89% de los emitidos y sólo el 21.01% del padrón electoral. Al ser declarado presidente electo, reconoció que el suyo sería un gobierno de minoría y anunció que haría una coalición, supongo que con el modelo de Ernesto Zedillo, que confió la PGR a un panista.
Pero no la hizo; optó por declararle la “guerra” al narcotráfico para ganar legitimidad, y consiguió lo que se proponía, a juzgar por las encuestas. Su conocida fotografía con un uniforme militar que le quedaba grande es un símbolo involuntario pero exacto de su talante como presidente.
Quienes pensamos que el presidente Calderón se limitaría a legitimar su gobierno con el uso de las fuerzas armadas, la última instancia de que dispone el Estado, nos equivocamos. Ese fue sólo el primer capítulo de una historia de poder que continuó cubriéndose con el manto de la democracia y que ya está encarrilada por la vía más propia del despotismo: la judicialización de la política.
El golpe fallido contra Jorge Hank Rhon fue un ensayo general con vestuario. El primer objetivo real es Humberto Moreira, y el linchamiento mediático se inició cuando “descubrieron” inversiones ilícitas de uno de sus cercanos colaboradores.
Pero la tormenta ulterior ha sido implacable: nada más en los cinco últimos días ha habido cinco titulares principales en la primera plana del diario Reforma (¿cuánto cuestan esas inserciones disfrazadas de noticia?), y esa desinformación ha sido refrita en otros medios; además, se ha publicado que la PGR abrió una investigación y que un grupo de empresarios de Coahuila se dicen dispuestos a demandar judicialmente al exgobernador, todo en el trasfondo del embate de la jerarquía católica contra los legisladores y políticos en general.
Se imputa al presidente del PRI una falsificación de documentos que no ocurrió en su gobierno, pero nadie escucha razones en medio del ruido mediático. Se le atribuye haber sobre-endeudado a Coahuila por casi 32 mil millones de pesos, a pesar de que las obras erigidas con ese dinero están a la vista y de que la deuda es un medio lícito de todo gobierno para financiar obras públicas necesarias para generar inversiones privadas y empleos, y de que muchas de ellas se pagan a sí mismas, como las autopistas.
Si no fuera así, el presidente Calderón y sus secretarios de Hacienda estarían sometidos a juicio político, pues según las cifras tomadas de las Cuentas Públicas por la Auditoría Superior de la Federación, entre 2005 y 2010, la deuda bruta del Gobierno Federal más que se duplicó al pasar de 1 billón 950 mil millones de pesos a 4 billones 327 mil millones.
Este endeudamiento sí es excesivo en un período de enormes excedentes financieros derivados de las altas cotizaciones internacionales del petróleo. ¿Por qué el Gobierno Federal aumentó la deuda pública en un promedio anual de 11.3%? ¿Por qué la elevó de un 21.1% del PIB, que ya era excesivo, a un 33.1% del PIB, sin contar la deuda de la CFE en Pidiregas ni el pasivo del IPAB, que la elevan a 5 billones de pesos: el 41% del PIB? ¿Por qué Reforma no ha dicho una sola palabra al respecto?
Por lo pronto, el buen nombre del presidente del PRI ya ha sido manchado con el estigma de sobre-endeudar a Coahuila, pero lo que a ellos les importa no es la verdad; ni siquiera se conformarán desprestigiar a Humberto Moreira: su objetivo es demoler al PRI, el partido que según todas las encuestas derrotaría al PAN, cualquiera que sea su candidato, en las elecciones de 2010.
La guerra sucia se ha desatado y nadie sabe hasta dónde llegará si, como se afirma, el presidente de la República está resuelto a impedir que el PRI vuelva a Los Pinos. En las próximas semanas y meses continuará la persecución de priistas prominentes: los cuchillos largos han sido afilados y en México empieza a caer de nuevo la noche.