Desde hace un buen rato he querido hablarles de un libro publicado por Editorial Porrúa, que lleva el nombre de “Leyendas del sureste”. Por una u otra cosa he dejado pasar este libro desde hace varios meses.
Algunos se han de acordar de aquel comentario que hice en este mismo espacio, cuando les hablé sobre un accidente sucedido en la curva de “La costilla del Diablo”, rumbo a Juxtlahuaca, Oaxaca, y donde murieron como 55 personas, entre ellos mis abuelos maternos y otros familiares. Dentro de esa historia les dije que a mí me enterraron también. ¿Se acuerdan?
Lo que sucedió en aquel lugar, un día se lo conté a Guadalupe Appendini. Eso sería como en el ’99. En ese entonces ella era la Directora de la sección cultural del periódico Excelsior, donde yo escribía. Lo que le relaté le impresionó tanto, que se me quedaba viendo como si quisiera descubrir otras historias dentro de la misma historia. Nunca me imaginé, que un día, ella escribiría ese recuerdo como una leyenda en su libro “Leyendas del sureste”, de la colección “Sepan cuantos…” Es el libro Núm. 743 de Editorial Porrúa.
Me enteré de la existencia del libro, porque un día me encontré al licenciado Heraclio Bonilla Gutiérrez, en un restaurante del zócalo de la capital de Oaxaca.
Mientras Bonilla Gutiérrez, escribía algo en un papel, me dijo: ¿ya leíste el libro donde hablan de ti, de tu muerte y de tu entierro? No, le dije. Búscalo, se llama “Leyendas del sureste”. En la tarde de ese mismo día me mandó la foto de la portada del libro.
Guadalupe Appendini estaba casada con Gabriel Vargas, el creador de La Familia Burrón. Y el libro está ilustrado con los famosos dibujos de don Gabriel.
Dentro de las leyendas que figuran en el libro, está mi historia que la señora Guadalupe tituló “Lloraron al muerto”. Aparece en la página 63, dentro del apartado de leyendas de Oaxaca.
Ella crea a un personaje de nombre Flavio Gutiérrez Zacarías, quien relata todos los hechos ocurridos en “La Costilla del Diablo”. Desde la partida del autobús, hasta el entierro de mi cuerpo.
Les leo una parte de lo que aparece en el libro: “A eso de la una de la tarde, la noticia corrió por todo el país, un autobús con 60 pasajeros a bordo se había precipitado desde El espinazo del Diablo, la mayoría habían muerto.
“En la casa de la familia Corro Espinosa se lloró amargamente la muerte del más pequeño de sus miembros: Horacio, quien vivía en el Distrito Federal y cada ocho días, ineludiblemente hacía el viaje a su tierra, precisamente en esa corrida.
“Al conocerse la noticia, la familia de Horacio acudió de inmediato al lugar a donde concentraron los cadáveres: descubrieron con horror un cuerpo irreconocible, sólo un suéter rojo y pantalón de mezclilla sirvieron como referencia para saber que se trataba de su pariente; el rostro estaba totalmente desfigurado.”
Sigue la historia, y termina diciendo que es verídica y respaldada por Flavio Gutiérrez Zacarías. Y que la gente ya toma ese hecho como una leyenda, aunque hayan pasado apenas pocos años.
La historia tiene mucho de verdad y mucho de ficción. Es como el 50 y 50. Pero yo creo que, si no me hubiera cruzado ese día con el licenciado Heraclio Bonilla, no me habría enterado de que la señora Guadalupe me dedicó en su libro una parte de mi vida.
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