Hace años, una señora les gritaba a sus vecinos bajo su paraguas: ¡está lloviendo! Fueron días en que había dejado de llover durante mucho tiempo en la mixteca oaxaqueña.
Cuando era niño, la lluvia caía agradable y refrescante casi siempre a la hora de comer o después de salir de clases, a las seis de la tarde. Posterior a hacer la tarea, salía uno jugar con los vecinos o con los primos sobre un patio deliciosamente húmedo.
Después de cada lluvia, la población quedaba tan bonita como el cielo mismo. Las tejas de los techos se pintaban de un rojo o naranja intenso. El cielo era sobrecogedoramente azul; sin mancha, entero, de una sola pieza y hermosísimo.
Eso era en los meses de mayo y junio. En julio llovía a cualquier hora y los juegos infantiles se veían interrumpidos por la lluvia intensa que duraba una o dos horas pero dejaba el cielo transparente, fresco, lo que nos permitía contemplar las estrellas recién lavadas.
En agosto se desprendían los truenos y los rayos del cielo. La recomendación de los mayores era no bañarse cuando caían los rayos porque uno de ellos podía matarnos. Los truenos asustaban a cualquier pequeño.
En ese entonces los paraguas sólo eran usados por los mayores, mismos que quedaban abiertos sobre el piso y se cerraban cuando éste se secaba, y no se podía abrir dentro de la casa ese artefacto porque era de mala suerte.
A veces llovía a cántaros, y la casa tenía que cerrarse todita, y los niños limpiábamos con las manos los cristales empañados.
Y cuando caía granizo era una verdadera diversión, pero una desgracia para el campo. Al descuido de los adultos, salía uno rápidamente a recoger el blanco y helado tesoro que quemaba nuestras manos.
Eran memorables las granizadas. En medio de esas blancas tardes, las abuelitas se envolvían en su chal, y los niños más saludables sólo andaban en camisa, otros con el suéter más grueso, pero éramos muchos los que andábamos en la calle para ver el granizo después de habernos aburrido con los barquitos de papel que corrían pegaditos a la banqueta.
Esas eran las lluvias de antes, de no hace muchos años todavía. Sin embargo hoy, cuando sucede alguna inundación en las colonias de la ciudad, se escucha la campana y la sirena de los bomberos que se dirigen a auxiliar.
Oficialmente ayer 1 de junio, inició la temporada de huracanes en el Atlántico y terminan el 30 de noviembre, aunque la formación de ciclones es posible en cualquier momento.
Ojalá en este año no se necesite, como en otros anteriores, la ayuda y solidaridad da la ciudadanía para comunidades afectadas. Ojalá no suceda ese tipo de desgracias.
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