Mientras paseaba por una librería escuché a un par de desconocidos que sostenían un lector de libros electrónicos. “Está muy chido”, decía uno, “ya vienen con treinta títulos incluidos”. “¿Pero de qué títulos vendrán, si todavía no hay muchos en el mercado?”, preguntaba el otro. “Ah, eso no importa, ya habrá muchos más.”
Nada más cierto. Con las grandes editoriales transnacionales como Random House Mondadori, Santillana y Planeta anunciando la próxima salida de Libranda, la plataforma digital que contendrá cerca de un tercio del catálogo de estos líderes de la edición internacional, el camino parece más que allanado para que el libro electrónico exista de una manera mucho más aguerrida junto, no contra, el libro tradicional o “codex”, como se le conoce al tipo de publicación que nació con la imprenta de Gutemberg.
Encontrar otras plataformas para la lectura no es un algo que debería asustar a nadie. No conozco románticos que desprecien el Blue Ray por el VHS, ni que odien la televisión digital y extrañen la vieja televisión de bulbos, sin control remoto y a blanco y negro.
El que la literatura tenga otro soporte para encontrar a su lector es algo que todos los creadores y lectores deberían de festejar, porque en esta denodada discusión sobre qué importa más, si el libro electrónico o el tradicional, lo que hemos perdido de vista es que lo importante es la migración de las ideas.
Los hombres, más que estar interesados en lo tecnológico, que tiene su interés, han desarrollado en estos últimos años el apetito voraz por la información, por los datos, por la creación de contenidos, por compartir sus ideas y saquear las ideas de los demás, pero no estamos lejos en que esta creación de contenidos que en la actualidad es vacua, termine por cansar a los lectores y vuelvan, como siempre hemos vuelto, a la literatura clásica, la intemporal, la cotidiana.
Se acerca un nuevo auge para Jane Austen, Tolstoi, Poe y compañía. No importa si vienen descargables o en una pequeña memoria que a Arthur C. Clarke, el célebre escritor de ciencia ficción, hombre anticipado a su época, le hubiera puesto los pelos de punta por su audacia.
A fin de cuentas el hombre seguirá leyendo, porque lo que encontramos en la literatura, escrita u oral, impresa o digital, es la fascinación por el otro, por lo nuevo, por lo que nos deja sorprendidos ante este mundo que muerde, que araña y duele, en el que los libros y el arte tienen la posibilidad de sanar, restaurar y evadir. Más que asustarnos por los e-books deberíamos considerar la posibilidad de que en un futuro no muy lejano, la literatura y toda la información, con seguridad será descargada en nuestro cerebro, gracias a una pequeña antena que salga de nuestros oídos, como en un célebre capítulo de Doctor Who, capítulo que seguro los desconocidos en la librería no han visto aún.