Desde San Juan Bautista Tlacoazintepec, uno de los 570 municipios, enclavado en lo más recóndito de la cañada Oaxaqueña. Alguna vez me contaron que antes, solo se podía acceder en lancha o en avioneta.
Apolonio llegó a la ciudad por motivos de su labor como profesor en su pueblo. Es, como como muchos en todo el estado, un amigo muy querido.
No todos los días se reciben visitas. Es una amistad añeja, que la distancia no erosiona. Telefoneó sin dudar, con la certeza que un amigo siempre estará ahí. Sin más.
No podía menos que invitarlo a casa, que sabe que también es su casa. Caminó tres o cuatro kilómetros del ADO a mi encuentro. Me enteré cuando él me lo dijo.
Apolonio es de esos amigos que nos mantienen anclados a la tierra. Cada llamada o cada encuentro deja una enseñanza.
La foto lo dice todo. No oculta su sencillez, su origen humilde; su pobreza material.
Camisa gastada, su pantalón decolorado que no disfraza la edición de la imagen y sus zapatos con el polvo y la tierra de su pueblo. Ese es él, mi amigo, sin prejuicios, mostrándose siempre cómodo, seguro de sí. Siempre afable.
Un día llegó, igual, de improviso. Ahí estuve, por supuesto. Llegó con un regalo de su región en las manos. No era para mí. Desenvolvimos el pesado envoltorio. Era un precioso traje que la magia de las mujeres del rumbo, hicieron posible. Nunca llegué a pensar que un traje típico pudiera pesar tanto. Si comparto una imagen, será solo como referencia. Me entero que ninguno es igual a otro. No nunca había recibido mi madre un regalo tan singular.
Lo recibimos admirados pero sin reservas. Era un regalo que venía del corazón.
Esta vez vino con Epigmenio. Rememoramos jubilosamente recientes lides políticas. Nos acordamos de la última vez que comimos cochinita a la cubana en Chilltepec; hablamos de Alejandro, el amigo; del caldo de piedra de Usila , de los amigos.
Fue una visita muy breve. Como de médico. Pero en el tiempo justo. Recién había yo llegado de visitar a otro gran amigo. Su entorno y sus responsabilidades contrastan completamente en el código de vestimenta, pero en mi corazón de condominio ocupan el mismo espacio.
Por qué les cuento esto? Porque la calidad de un ser humano, su valía, no se llevan en la vestimenta, ni sustancialmente en el hablar o en el sueldo o propiedades y posesiones.
Miro a Alejandro, enfundado elegantemente en su traje, y con los mismos ojos y brazos miro y abrazo a Apolonio; y me ofende que muchos, pero muchos políticos de bajos vuelos, caminan, hablan y tratan a la gente de una forma diametralmente opuesta a quienes les dio el empleo.
En Oaxaca habemos muchos monjes, pero pareciera que hay más hábitos. De no haber sabido que nuestra propia gente sigue siendo presa de los peores convencionalismos sociales, no hubiese yo vestido de traje.
Mi amigo Nivón llevaba ½ hora esperando que le dieran acceso. En cuanto vieron que su amigo llegaba de etiqueta, le dieron acceso inmediato.
No juzgo. No crítico. No los culpo. Los entiendo y los comprendo. Es otra de tantas cosas que el gobierno pasado nos dejó.
@MoisesMolina