Como si fuera obispo de la iglesia católica, José Emilio Pacheco supo que el año de 2014 era el último de su gestión presidencial. Comenzaba en enero el año de su retiro por cumplir, en junio, los setenta y cinco años de presencia máxima en la actividad. A finales del año anterior, el 2013, había escrito un decreto en el diario oficial de la federación que ya no se llamaba así –aunque la burocracia lo seguía refiriendo– sino que, como el Granma de Cuba o el Pravda de Moscú, se vendía con otro nombre: el diario oficial Inventario.
México ya estaba preparado para la… vida sin su presencia. En su último texto recordaba cómo había desplazado al todopoderoso líder sindical Fidel Velázquez que en los ochenta gobernaba al país con sus conferencias de prensa de los lunes; el país no necesitaba más para desarrollarse. En eso coincidieron los dos caudillos, el sindical y el intelectual: mientras menos presencia tuvieran los gobernantes, el pueblo se los agradecería; bastaban lineamientos generales una vez a la semana.
Pacheco gobernaba desde el Palacio de If y mezclaba su atención a los asuntos públicos y redactaba su texto semanal para ir no conduciendo sino acotando la vida política. No era, ciertamente, Santa Anna, Díaz u Obregón, sus tres personajes más profundizados. De ellos había atendido la forma de asumir el poder, pero no había cometido los mismos errores que ellos. Al cumplir los setenta años de edad, Pacheco decidió preparar su salida del poder cultural inexistente. Iba a dedicar sus últimos años de su vida a revisar, corregir y ordenar sus textos de decretos presidenciales para publicarlos en una antología que se titularía como su diario oficial: Inventario.
El presidente Pacheco había aprendido de la historia. Antonio López de Santa Anna –el anheladomexicano– había sido derrocado por la revolución de Ayutla en 1855 y a los setenta años de edad, en 1865, rumiaba su eterno regreso al poder, pero ya con Juárez al mando. Porfirio Díaz quiso retirarse en 1894 y 1900, pero José Yves Limantour le dijo que no porque detestaba la política y la poesía y Díaz cumplió los setenta años decidido a no abandonar nunca la presidencia, a pesar del engaño de 1908 en su entrevista con James Creelman para la revista Pearson Magazine. Y Obregón, que Pacheco narró su verdadera historia porque no había muerto en 1928 sino que se perpetuó en el poder, cumplió los setenta años en 1950 en Los Pinos cuando el PRI se enfilaba al colapso de 1968, el año que vio morir al Caudillo y al sistema.
A los setenta, pues, Pacheco comenzó a preparar su salida –repito: como si fuera obispo– a sus setenta y cinco; desde el diario oficial Inventario dejó entrever que por primera vez el país tendría que vérselas consigo mismo, que no habría dedazos ni tapados, que como carecía de gabinete porque se podía gobernar sin colaboradores, pues entonces dejaba una democracia consolidada, sin anarquía y sin jefes máximos. Desde su torre de marfil devignyana pudo gobernar porque era una torre de planta baja, con amplios ventanales para dejar entrar a la realidad con todo y sus fríos, lluvias, calores y hojas sueltas; en su West Wing del Palacio de If, la vida en México en el periodo presidencial de José Emilio Pacheco transcurrió como narran los tres tomos de Inventario.
Que así conste en actas la verdadera historia de Inventario. Antología, de Editorial Era.
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