En sus más de dos siglos de historia, las vacunas han probado ser uno de los instrumentos más poderosos con que cuenta la salud pública para hacer frente a las enfermedades infecciosas. La viruela, una terrible enfermedad viral que mataba a una de cada tres personas que la adquiría, se estima mató a 500 millones de personas en los últimos 100 años de su existencia, se declaró erradicada del planeta en 1980, gracias a la vacuna desarrollada por Edward Jenner en Inglaterra a fines del siglo XVIII. Y hay muchos otros ejemplos de cómo una vacuna puede cambiar el curso y la naturaleza misma de una enfermedad: la vacuna antirrábica, que describió Luis Pasteur en 1885, alteró radicalmente la cara de una infección que hasta ese momento era ineludiblemente mortal; las vacunas contra la tosferina, la difteria y el tétanos salvaron incontables vidas infantiles a lo largo del siglo XX; gracias al uso intensivo de la vacuna. En México, el último caso de poliomielitis, esa enfermedad cruel que si no mata al menor lo deja con graves secuelas de atrofia muscular y parálisis, fue reportado en 1990; vacunas contra la tuberculosis, la encefalitis, el sarampión, la hepatitis A, B y C, el virus del papiloma humano, la influenza, etcétera. Y, ahora mismo, enfrentado el mundo a la pandemia de COVID-19, mientras no se halle un medicamento efectivo fincaremos nuestras esperanzas en el desarrollo de una vacuna que nos haga inmunes al pernicioso SARS-CoV2.
El esfuerzo de la comunidad científica por desarrollar esta vacuna no tiene precedentes, en términos tanto de la cantidad de proyectos que se han echado a andar, como de la velocidad con que se están obteniendo resultados y la apertura con que estos resultados se están compartiendo. Al corte del viernes pasado 22 de mayo, la Organización Mundial de la Salud registró 10 candidaturas de vacuna en proceso de evaluación clínica y 114 en fase pre-clínica. Destaca, por un lado, la multilateralidad del esfuerzo, con una veintena de países involucrados, incluyendo China y los Estados Unidos con la mayor parte de los grupos de investigación, y la participación plural de universidades, compañías farmacéuticas e instituciones nacionales de investigación en salud. Por otro lado, llama la atención la multiplicidad de abordajes que se están explorando: vacunas de virus vivos atenuados, de virus inactivados, de DNA, de RNA mensajero, de subunidades de proteína, de vectores virales, es decir el arsenal completo de la bioingeniería moderna, desde las técnicas más tradicionales hasta las tecnologías de punta.
Los reportes de las primeras pruebas clínicas en seres humanos fueron presentados casi simultáneamente durante la semana pasada por el laboratorio estadounidense Moderna, con sede en Cambridge, Massachusetts, en colaboración con el Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas de los Estados Unidos, y por un conglomerado de instituciones chinas lideradas por el Instituto de Biotecnología de Beijing y la escuela de Medicina de la Universidad Huazhong de Ciencia y Tecnología, de la ciudad de Wuhan. Los resultados son sin duda alentadores. Ambos casos mostraron dos cosas esenciales: que su respectivo candidato a vacuna resultó seguro, es decir, bien tolerada por los sujetos de estudio, y que genera el tipo de anticuerpos necesarios para neutralizar al virus.
Los resultados, sí, son esperanzadores, pero es importante no adelantar vísperas porque todavía falta mucho camino por recorrer antes de que una de las vacunas que se están desarrollando pueda aplicarse en forma masiva a toda la población del mundo. Cuánto tiempo falta exactamente no es posible saberlo en este punto de los estudios. Pero si todo sigue por buen camino, como ha empezado, este tiempo muy bien podría medirse en meses, lo cual ya es asombroso, teniendo en cuenta que entre la primera vacuna de la historia, la de la viruela, y la siguiente generación de vacunas, aquellas desarrolladas por Pasterur, pasó casi un siglo, y que en el caso de la vacuna oral contra la poliomielitis, la vacuna Sabin, pasaron cinco años entre el inicio de las pruebas clínicas, en 1957, y la autorización para ser utilizada masivamente, en 1962.
Si es legítimo, entonces, sentirnos esperanzados en que una de estas vacunas tan esperadas llegará pronto, lo crucial ahora es tener paciencia y utilizar esa esperanza en fortalecer nuestra convicción de que, entre tanto, tenemos que seguir implementando con toda seriedad las medidas de cuarentena, confinamiento, higiene exagerada y sana distancia. Mientras se hace realidad la vacuna y en tanto se vayan estableciendo los pasos para el regreso a la nueva normalidad es necesario seguir con los principios de prevención y promoción de la salud que hemos estado practicando ante esta contingencia sanitaria.