La irrupción, en diciembre pasado, y la propagación creciente del Covid-19 en lo que va de 2020, es un hecho inesperado, improbable y de alto impacto –un cisne negro, como los que describe en su libro con ese título el escritor libanés Nassim Nicholas Taleb– que está afectando, más allá de lo previsto originalmente, a la salud y la economía del mundo. No es un reto para México, es un desafío universal.
Es también, más allá de descalificaciones apresuradas y sesgos ideológicos cortoplacistas, una responsabilidad compartida de los gobiernos y las sociedades, si bien las directrices deben emanar de quienes detentan la delegación del mandato, en los distintos niveles de autoridad constitucional.
No es la primera vez que la humanidad se enfrenta a un flagelo de esta naturaleza, y aun de mayores proporciones. Sin embargo, los adelantos tecnológicos y la globalización de las comunicaciones deben servir para responder de manera más oportuna y eficaz al efecto nocivo del virus, atacando en sincronía desde dos frentes: acotando la propagación y reduciendo la tasa de letalidad. La previsión es la clave, actuando incluso cuando todavía no hay un solo contagiado.
Un ejemplo de eficacia en la reducción de la tasa de letalidad es Corea del Sur: a pesar de tener una elevada cifra de casos diagnosticados, el número de fallecidos representa una tasa de mortalidad de 0.6 por ciento, mucho menor que la tasa mundial, que oscila entre 3 y 4 por ciento.
La historia demuestra que pueden aparecer nuevas enfermedades y las antiguas vuelven a presentarse de manera impredecible. Sin embargo, ahora el rápido movimiento mundial de personas y productos hace que las infecciones se propaguen por el planeta a una velocidad sin precedente, lo que plantea un desafío para los sistemas de salud. China, Italia, Irán y Corea del Sur son hasta la fecha las naciones más afectadas por la dispersión de este virus.
Un reciente informe emitido por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Banco Mundial, apenas el mes pasado, advertía que el espectro de una emergencia sanitaria mundial se vislumbra peligrosamente en el horizonte
. Hoy, el espectro es una realidad, cuando menos en los países que se encuentran arriba de la latitud 22, y nada garantiza que el efecto tóxico no descienda geográficamente y alcance al resto de la comunidad de naciones.
El mundo se ha enfrentado a un creciente brote de enfermedades infecciosas recientemente: entre 2011 y 2018 la OMS registró mil 483 brotes epidémicos en 172 países. Enfermedades propensas a epidemias como la influenza, el síndrome respiratorio agudo severo (Sars), el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (Mers), el ébola, el zika, la peste, la fiebre amarilla y otros, son precursores de una nueva era de brotes de alto impacto y propagación rápida que se detectan con mayor frecuencia y son cada vez más difíciles de manejar.
No olvidemos la pandemia mundial de influenza de 1918, que enfermó a un tercio de la población mundial y mató a unos 50 millones de personas; la gripe H1N1 de 2009, en la que a escala mundial murieron entre 150 mil y 570 mil personas durante el primer año que circuló el virus, según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos.
Tomando como base esos datos, un reporte de la OMS y el Banco Mundial advierte que el brote de Covid-19 podría matar a entre 50 y 80 millones de personas si no se toman las medidas pertinentes y reduciría casi 5 por ciento de la economía mundial
. Esas cifras en el mundo descenderían sensiblemente con políticas públicas de salud responsables. Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), el Covid-19 representa la mayor amenaza a la economía global desde la crisis financiera de 2008
; por su parte, la Conferencia de Naciones Unidas para el Comercio y el Desarrollo (Unctad) predijo que el coronavirus podría costar a la economía global hasta 2 billones de dólares sólo durante 2020.
Por lo pronto, los mercados de valores se han desplomado, las monedas se han devaluado frente al dólar a niveles inusitados desde la crisis inmobiliaria de 2008 y las economías reales apuntan hacia una recesión por la inevitable contracción en la producción y el comercio mundiales.
México se encuentra en alerta. Hasta inicios de la segunda quincena de marzo, la Secretaría de Salud registraba, en la numeralia del coronavirus, 118 casos confirmados, 314 sospechosos, tres recuperados y una defunción. Casos por sexo: 41 por ciento son mujeres y 59 por ciento corresponde a hombres. La mediana de edad es de 44 años, con un rango de 18 a 80 años.
Es importante tomar medidas de prevención ante el contagio. Es hora de caminar de la mano gobierno-sociedad para poder salvaguardar la salud de los mexicanos. La inversión en los sistemas de salud aumentará la capacidad de detectar y contener oportunamente los brotes raros o inhabituales. Es necesario apuntalar nuestro sistema de salud pública para detectar, investigar y responder a todas las epidemias. Un programa de vigilancia global más eficaz mejorará la respuesta a las enfermedades infecciosas y permitirá la detección temprana y la identificación de nuevas enfermedades.
En suma, antes que torneos de diatribas, es preciso sumar fuerzas institucionales y capacidades sociales, en esa infinita capacidad de sumatoria ya acreditada en otros momentos en contingencias de distinto género, desde movimientos telúricos hasta epidemias, para que México emerja con los menores daños en pérdida de vidas humanas y fortalecido cívica y moralmente ahora que, como nunca, se requiere unidad en lo fundamental: una cruzada por la salud de los mexicanos.
* Presidente de la Fundación Colosio
La Jornada