En mis últimos artículos me he referido al paso de la alternancia a la transición democrática, hoy quisiera insistir en algunos aspectos.
Las reformas constitucionales para garantizar realmente la transparencia, la rendición de cuentas, el fortalecimiento de los poderes judicial y legislativo, el fortalecimiento de la Comisión para la Defensa de los Derechos Humanos, la Auditoría Superior del Estado, el Instituto para el Acceso a la Información Pública, así como otras leyes e instituciones que tiendan a garantizar los derechos económicos, sociales y culturales de los oaxaqueños. En tal sentido, el trabajo de las diputadas y diputados será muy importante.
El programa que impulse el poder ejecutivo, cuya versión preliminar ha sido elaborada por la ciudadanía y entregada al gobernador electo Gabino Cué Monteagudo, también será importante.
Lo habrá de ser la integración del gabinete con personas honestas y honorables, la formación profesional para el cargo, aunque no tengan tanta “experiencia”. La ciudadanía espera una nueva formación ética y comportamiento de la clase política que llega al poder público.
Otro elemento del cambio es la sociedad. La democratización requiere de una ciudadanía más organizada y participativa. El pueblo que ya demostró su capacidad este 4 de julio al acudir a las urnas, deberá hacerlo ahora en las acciones que siguen.
El gobierno electo deberá reconocer que sin el pueblo no podrá remontar los enormes rezagos de Oaxaca. Tampoco los problemas de presente y el porvenir. La pobreza y la marginación, la desnutrición, la dependencia alimentaria, la mortalidad materna e infantil, la educación deficiente, la falta de empleo y la migración consecuente, la conflictividad agraria, la burocratización de los servicios públicos, la deficiencia de las vías de comunicación, el cambio climático, el deterioro del medio ambiente, el caos vial en las ciudades, la inseguridad, la justicia tardía, etc. no se podrán resolver sin la voluntad y trabajo de los campesinos, agricultores, pescadores, médicos y enfermeras, maestras, obreros, automovilistas, comuneros, ingenieros, amas de casa, jóvenes, los niños y las niñas, los ancianos con su experiencia, los comuneros, los ejidatarios, la burocracia, la policía, los jueces y magistrados, los empresarios, en suma, los hombres y mujeres de Oaxaca. Cada quien tiene mucho que aportar en la solución de los problemas de nuestra entidad.
No habrá buena educación sin los maestros, tampoco buena atención para la salud sin la colaboración de los médicos y enfermeras en las instituciones, trámites agiles en la administración pública sin la buena voluntad y eficiencia de los empleados del pueblo (que no del gobierno), no habrá verdadera justicia sin honestidad de ministerios públicos, jueces y magistrados, etc.
No lograremos seguridad alimentaria sin los campesinos, los pescadores, los agricultores, los pastores, los ganaderos, sin las familias trabajando huertos en sus traspatios o en la agricultura urbana que ahora se practica en las casas, los departamentos, las azoteas.
No lograremos empleos sin desarrollar nuevos proyectos productivos con los empresarios privados y del sector social de la economía, sin propietarios de los bosques, los territorios indígenas, el aporte de nuestros técnicos y profesionales, los ingenieros y los científicos, el trabajo de asesores especializados, sin las remesas de nuestros migrantes, sin inversión productiva.
Tampoco resolver problemas como el de la basura sin el apoyo de la gente para clasificar los desechos sólidos y el tratamiento de los residuos, reducir la violencia contra la mujer si los varones no nos reeducamos, erradicar la discriminación sin reflexión autocrítica sobre nuestros prejuicios, mejorar la viabilidad sin la voluntad de los automovilistas y choferes para respetar el derecho del otro, evitar las inundaciones si seguimos tirando basura en las calles que luego se acumula en las coladeras, etc.
El gobierno debe ser un facilitador del cambio y poner al servicio de la ciudadanía todos los instrumentos que le sea posible. Una cuestión fundamental será que todos los recursos públicos se pongan realmente al servicio de la población y no para beneficio de los funcionarios. Las finanzas públicas deberán manejarse con honestidad y transparencia. El pueblo podrá perdonar que no se de lo que no se tiene (como decían los filósofos griegos “nadie da lo que no tiene”), pero no que se sigan utilizando los recursos públicos para amasar fortunas privadas. El pueblo deberá organizarse en observatorios ciudadanos y exigir información escrupulosa de la cuenta pública y sanciones para quien cometa peculado, el hurto del erario público.
El cambio se podrá alcanzar solo si la ciudadanía se involucra organizada y responsablemente. Sin el pueblo, el cambio real es imposible.
Se requiere,¡ eso sí!, una ciudadanía consciente de sus derechos, pero también de sus obligaciones con la colectividad.