A mediados del siglo XIX, durante la intervención francesa, el jefe del Estado Mayor del emperador Maximiliano de Habsburgo, el General Severo del Castillo, fue apresado y condenado a muerte por las fuerzas juaristas. Su custodia fue encomendada al Coronel Carlos Fuero, hijo de un viejo amigo suyo.
La víspera de su ejecución el General Del Castillo pidió al Coronel Fuero que le trajera un sacerdote para confesarse y un notario para dictar su testamento. El Coronel le respondió que no era necesario, pues lo dejaría salir para que arreglara personalmente sus asuntos y se despidiera de su familia, con la condición de que regresara al amanecer para ser fusilado. Durante ese lapso, él mismo tomaría el lugar del prisionero.Sorprendido por la propuesta, el General Del Castillo le preguntó: “¿Qué garantía tienes de que regresaré para enfrentarme al pelotón de fusilamiento?”. “Su palabra de honor, mi General”, contestó Fuero.
A la mañana siguiente el General Sóstenes Rocha, superior del Coronel Fuero, llegó al cuartel y fue informado de lo sucedido. “¿Qué hiciste Carlos?, ¿Por qué dejaste ir al General?”, preguntó. “Ya volverá. Y si no, me fusilas a mí”, contestó Fuero.En ese momento escucharon pasos en la acera y el centinela preguntó: “¿Quién vive?”. “¡México! Y un prisionero de guerra”, respondió el General Del Castillo, quien cumpliendo su palabra de honor había regresado para ser fusilado.
El General Rocha informó de lo acontecido a Mariano Escobedo y éste a su vez a don Benito Juárez, quien concedió el indulto al General Del Castillo y ordenó que no se siguiera ningún procedimiento contra el Coronel Fuero.
Al narrar esta anécdota en su libro “La otra historia de México, Díaz y Madero, La espada y el espíritu”, el escritor y periodista Armando Fuentes Aguirre Catón, la explica de la siguiente manera: “Ambos eran hijos del Colegio Militar; ambos hicieron honor a la Gloriosa Institución”.
Pero el sentido del honor y el valor de la palabra empeñada no eran privativos de los soldados formados en el Colegio Militar. Durante siglos, la palabra empeñada tuvo mucho más valor que cualquier documento firmado. La palabra de honor era promesa inquebrantable cuyo cumplimiento estaba garantizado por la honradez y la reputación de la persona que la empeñaba.
Con el paso del tiempo la palabra se ha devaluado al grado de que hoy nadie o casi nadie la acepta como garantía del cumplimiento de los compromisos, sean estos económicos, sociales o de cualquier otra índole.
A esta devaluación de la palabra ha contribuido en gran medida la clase política. Durante las campañas electorales los candidatos recurren a la promesa fácil, aunque sepan que lo que prometen está fuera de sus posibilidades. Todo se vale para obtener el voto. La regla de oro pareciera ser la que reza “Prometer no empobrece, dar es lo que aniquila”.
Esto viene al caso porque el 1 de enero de 2014, al rendir protesta como presidente municipal de Huajuapan de León por segunda ocasión, Luis de Guadalupe Martínez pronunció un discurso en el que empeñó su palabra ante los ciudadanos. Entre sus compromisos destacaba el de reducir la plantilla laboral del ayuntamiento para “no gastarnos todo el ramo 28 en nómina innecesaria y en gasto corriente superfluo”. Y fue más allá: anunció la reducción del personal de Obras Públicas en 30 por ciento y de la Tesorería Municipal en 25 por ciento.Hoy nos enteramos por la radio local que la realidad es muy distinta: en menos de un año y medio el presidente-notario ha creado casi 200 nuevas plazas, lo que representa 30 por ciento más de las que existían al inicio de su administración.
Según datos del propio gobierno municipal, en sólo 17 meses la plantilla laboral aumentó de 663 a 860 trabajadores. Y la mayoría de estas plazas son improductivas porque no responden a necesidades reales sino a compromisos políticos o personales. Tal es el caso del cuerpo de edecanes creado bajo el ostentoso nombre de “policías turísticas” o “auxiliares turísticas”, de las decenas de “auxiliares viales” o del numeroso equipo de “asistentes” cuya única actividad conocida es enviar mensajes de texto al programa vespertino de la radio local para contrarrestar las protestas de los ciudadanos.
Contra lo que pudiera pensarse, Luis de Guadalupe Martínez no es el presidente municipal que más ha engrosado la nómina del municipio, al menos no en términos porcentuales: su hermano Procopio, quien gobernó en el trienio 2005-2007, creo 159 plazas que representaron un incremento de 39.06 por ciento con respecto de las que existían al inicio de su mandato. Por cierto, también Procopio Martínez, en su discurso de toma de protesta, se comprometió a reducir la nómina del ayuntamiento. Tal parece que es un mal de familia.
Los ejemplos de que la palabra del presidente-notario vale mucho menos que un céntimo sobran. Baste mencionar que en redes sociales han proliferado las publicaciones en las que se asegura que padece el “síndrome de la chimoltrufia” porque “como dice una cosa dice otra”: un día declara que “si la gente quiere vivir en el desorden” suspenderá el programa de reordenamiento vial, y una semana después asegura que no habrá marcha atrás. Con Luis de Guadalupe, el valor de la palabra y el sentido del honor han tocado fondo.
A CONTRAPELO. Para que la cuña apriete ha de ser del mismo palo. El brazo ejecutor de la disposición del presidente-notario que prohíbe a los directores y personal operativo del ayuntamiento proporcionar información a los medios es la otrorajefa de noticias de la emisora local. Y todo ocurre a sólo unos días del Día de la Libertad de Expresión.
javier.hdez2015@hotmail.com
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