¿La nueva expropiación de Pemex?: Miguel Ángel Sánchez de Armas

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Si el presidente Peña no fue malinterpretado en Londres –y no hay razón para suponerlo-, su gobierno espera que 2013 marque el fin de 75 años de monopolio estatal del petróleo en México.

 

En un despacho el pasado martes, la agencia especializada Bloomberg informó: “Mexican President Enrique Pena Nieto said he’s confident Congress will end the state oil monopoly this year, opening the way for companies such as Exxon Mobil Corp. and Royal Dutch Shell Plc (RDSA) to tap the nation’s reserves”.

El Presidente fue entrevistado por los reporteros Martín, Rodríguez y Marinho poco antes de su reunión con el Grupo de los Ocho. Minutos después de liberado, el cable levantó un vendaval en el mundo político y social mexicano, en donde la propiedad del petróleo –que no de todas las riquezas del subsuelo- es un gen explosivo inserto en el segmento más sensible del ADN nacional.

Bloomberg recuerda en su despacho que el PRI se desistió de su oposición institucional a revisar el esquema de la propiedad petrolera en su asamblea en marzo; y cita la opinión del embajador James R. Jones en el sentido de que la reforma energética propuesta por el presidente Peña puede ser “la reestructuración más importante de la industria desde la expropiación de 1938”. Jones ocupó la sede diplomática en México durante las negociaciones del TLC y refleja el sentir de una amplia franja académica y diplomática en Washington.

Los opinadores velan armas para la tormenta que se avecina y los líderes sociales y políticos se acomodan en el púlpito para arengar a la grey con los sermones simplistas y maniqueos de siempre. A riesgo de caer en el mismo pecado, veo que mientras las derechas se hacen eco del anticardenismo de 1938, las izquierdas no alcanzan a ver que el Expropiador rompió de tajo con el status quo y tuvo la visión y el coraje de transitar nuevos caminos a contrapelo de la opinión mayoritaria. Vaya, ni Lombardo Toledano estaba de acuerdo en un principio. Hoy los nietos y choznos políticos en línea directa del Divisionario de Jiquilpan son víctimas de un grave caso de acinesia neuronal. De la derecha no digo nada, porque realmente de Brito Foucher para acá ha habido una involución.

Pocos son los que hoy entienden cuál fue el verdadero sentido de la nacionalización del petróleo: un golpe de pedagogía revolucionaria para cambiar la mentalidad del país y avanzar en el cambio social. Una acción de resistencia política en un entorno internacional preñado de peligros. La expropiación no puede verse, o analizarse, como un problema de propiedad de bienes, sino en el contexto del derecho de un país a darse el modelo de desarrollo económico que mejor convenga a sus intereses. No perdamos de vista que Cárdenas recuperó ese derecho de manos de las petroleras. Y más que un acto suicida –como se le quiso ver entonces y cómo, sospecho, muchos ven hoy la reforma energética-, la nacionalización fue crucial para el surgimiento económico de México.

La expropiación tuvo un significado mucho más profundo que el rescate de los recursos minerales del subsuelo. Significó la consolidación y el blindaje de un régimen de derecho y de un modelo de desarrollo. Cárdenas expropia sólo cuando las empresas se declaran en rebeldía frente a un laudo de la Suprema Corte de Justicia; es decir, cuando la institucionalidad estuvo en peligro. La transferencia de los pozos petroleros de manos extranjeras a mexicanas no fue el objetivo primario de la expropiación, sino liberar a México de la amenaza de la interferencia política en el país por parte de las compañías petroleras.

Desde el Porfiriato la industria petrolera en México fue un enclave mental, además de económico y político. Tal estado colonial, defendido con las armas con Peláez y con sobornos cuando Calles, fue una mancha en la soberanía de México que durante el cardenismo adquirió dimensiones extraordinarias. “Para el pueblo de México, el asunto del petróleo sólo en parte era económico. Se trataba de algo emocional, que abarcaba la raza y la nacionalidad”, dice un estudioso.

En lo que llama la “agenda latente” de la política de expropiación, Knight se pregunta si ésta no fue serenar las aguas de la reforma agraria y otras medidas del régimen. Irónicamente, la expropiación petrolera, que fue el punto culminante de la presidencia de Cárdenas, contribuyó significativamente al colapso del proyecto cardenista… pero el General no dudó en transitar el camino, pese a que

despertó fuerzas políticas sobre las que no tenía un control total y que habían comenzado a generar una creciente oposición de derecha, porque sabía que el interés de la nación era superior a su propio proyecto; superior incluso, llegado el caso, a su propia vida.

Sostener que la expropiación fue una medida de un gobierno decidido a echar los cimientos de un nuevo modelo social y político, no contradice sino que más bien enriquece las visiones tradicionales sobre esa jornada que se insertó en el ADN político de la nación. Tres cuartos de siglo después la disputa por el petróleo no ha cesado, con la diferencia de que hoy el reto no es cómo rescatar esa riqueza de manos extranjeras, sino ponerla a salvo de un sindicalismo parasitario, una burocracia cicatera y un marco regulatorio asfixiante.

Me parece que el presidente Cárdenas vio claramente lo que no han entendido los gobiernos hasta hoy: el petróleo es una industria en liquidación. Así como él la nacionalizó para dar sostén a un proyecto de nación, hoy el camino debiera ser aplicar esa riqueza para sentar las bases que permitan a México sobrevivir cuando se hayan agotado los depósitos, algo cuya mención es todavía políticamente incorrecto para nuestros gobiernos, sean de la reacción o de la revolución.

En síntesis, se necesita una nueva expropiación. Mas para ello, sobra decirlo, se requiere otro Cárdenas. Enrique Peña Nieto está ante un gran reto. Estamos obligados a darle el beneficio de la duda.

Un Einstein mexicano

Apenas tiene diez años, pero ya va camino a Harvard a estudiar física cuántica; y no vive en Estocolmo, en Sídney, en Toronto, en New York o en Londres. No señor. Es de aquí mesmo. Luis Roberto Ramírez vive en Zamora y tiene un coeficiente intelectual cercano a los 160, que es por donde andaba don Alberto Einstein. El chico es una maravilla turca y un motivo de orgullo para todos nosotros. Dice que su sueño es crear una empresa y vender sus productos. Muy bien, una legítima aspiración. Pero si yo le pudiera dar un consejo a él y a sus padres, les diría lo que el viejo sabio alemán predicaba en los últimos años de su vida: hay que estudiar historia, mucha historia, toda la historia posible. De esta manera el genio trasciende. ¿Fabricar objetos? Muy bien, Luis Alberto. Pero lo importante es saber para qué y para quién. Es abrevar en el pasado para enfocar el futuro. Es poder servir a la Humanidad. No tengo duda de que así lo verás pronto.

Molcajete

Dice el diputado Francisco Arroyo que los panistas del escándalo y del circo “están en su propio infierno”, pero a menos que tal sea el nombre de algún centro nocturno realmente no entiendo lo que quiso decir el señor legislador. Lo que me queda claro es que en donde quiera que se encuentren Gómez Morín, González Luna, Christlieb Ibarrola y Preciado, deben estar echando espuma y retorciéndose como chinicuiles en comal por el penoso espectáculo de unos mentecatos blanquiazules en los recintos parlamentarios en donde alguna vez privaron la seriedad y el decoro. Cada día que pasa compruebo lo atinado de la sentencia del llorado Jesús Hernández Toyo: “La política apendeja a los nombres inteligentes… ¡y enloquece a los pendejos”! Y no digo más porque ya me encaboroné.

 

 

 

 

 

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