Salomón Jara hizo de las revelaciones hechas por la Unidad de Inteligencia Financiera un escándalo. Torpemente decidió llevar a la arena politica lo que es un muy serio asunto de leyes y responsabilidades administrativas y criminales de presidentes municipales a él ligados indisolublemente. Ha salido a defender una y otra vez lo indefendible con el burdo afán de curarse en salud.
El senador ha dejado en evidencia una y otra vez su proclividad por hacer de los asuntos públicos que ameritan la mayor de las seriedades, espectáculos mediáticos donde se viste con ropajes dignos de los reyes de circo.
Su obsesión por ganar una elección a gobernador lo ha trastornado. Entre más cerca siente el ocaso de su carrera política, más desesperadas son sus maniobras.
Quizás se aferra al ejemplo del Presidente López Obrador. Una y otra vez intenta. Y todo parece indicar que esta vez pretende arrebatar a como dé lugar y al costo que sea. Pero Jara no es López, ni el Oaxaca de López es el Oaxaca de Jara. Ni de lejos.
Hoy que se anuncia una alianza -que ya era predecible- entre Morena, el PT y el Partido Verde, es para Salomón, tiempo de arremeter fiel a su estilo y con el hierro de la casa.
Si se veía lejana la posibilidad de aglutinar en torno a su proyecto personal a todas las expresiones locales de Morena hoy, con la pulverización electoral de una coalición llamada a acompañar electoralmente al obradorismo, sus aspiraciones hacen agua.
Pareciera que Salomón vive a destiempo. Lo asalta el jet lag a la hora del famoso cálculo político.
Algo le dice que pretender, a través de sus cuatro incondicionales en el Congreso del Estado, reformar la ley electoral para hacerse un traje a la medida adelantando un año la fecha de la elección a gobernador, es la vía más corta y definitiva para cumplir su ambición.
Si otro fuera el promovente, la puerta al debate propositivo de la iniciativa quedaría abierta. Pero Salomón cancela, con su solo nombre, esa posibilidad.
Los propios diputados locales ya le dijeron que no, que es una ocurrencia.
Y es que Jara no es un hombre de Estado, no es un académico, no es un profesional de la política, no es un reformador. Su historia de vida y su fama pública exhiben sus horizontes.
No tiene escrúpulos y su único fin justifica todos los medios.
No importa la contingencia. En sus cálculos, adelantar un año la elección de gobernador, es su única esperanza. ¿Para qué? Para el agandalle. Siente segura la candidatura que hace tiempo, se deja sentir, se fue de sus manos. El Presidente claramente ha marcado distancia y ha redefinido sus preferencias.
La tendencia natural es a reducir el plazo que media entre la elección y la protesta al cargo. No al revés.
Tener un gobernador electo esperando un año y medio para asumir el cargo, bajo ningún argumento se justifica. Es una ocurrencia que atenta contra la estabilidad política y la buena marcha de la administración pública del estado.
Dice Perla Woolrich que Jara robó más de mil millones en el gobierno de Gabino Cué. Trascendió que se los dio a AMLO para su campaña. Cualquiera que sea la verdad, el Presidente hoy no le debe nada a nadie. Les ha dado todo a todos sus incondicionales y aliados. López Obrador sabe mejor que nadie que hay sumas que restan y en su aritmética Salomón resta y divide.
A estas alturas, el Presidente necesita en los estados, mujeres y hombres que sepan gobernar y administrar responsablemente, garantes de gobernabilidad y no chivos en cristalería que le representen, como muchos de sus correligionarios hoy, dolores de cabeza y problemas innecesarios.
Se viene el trecho más complicado de su presidencia y tendrá que hacer alianzas estratégicas que, desde los estados, le ayuden a contrarrestar al bloque de gobernadores que se han pronunciado en su contra.