Todos los presidentes de la República del periodo posrevolucionario han ejercido el poder absoluto para imponer las candidaturas de su partido para el siguiente periodo sexenal, pero ninguno ha podido cumplir con el deseo íntimo de seguir gobernando desde las sombras.
El creador del modelo transexenal fue el general Álvaro Obregón, quien impuso a Plutarco Elías Calles como sucesor y le dio la tarea de modificar la Constitución para permitir la reelección presidencial. Elías Calles cumplió con el compromiso y Obregón pudo competir para la reelección presidencial en 1928, pero fue asesinado en su condición ya de presidente electo.
Elías Calles, considerado como el jefe máximo de la Revolución, gobernó su periodo, impuso presidente interino, colocó presidente sustituto y nominó como candidato al general Lázaro Cárdenas; sin embargo, Cárdenas le cortó las alas y lo mandó al exilio destruyendo el mito del poder transexenal.
Los presidentes desde Miguel Alemán han pensado y algunos tanteado la extensión del período presidencial o la reelección, pero las circunstancias no les facilitaron la maniobra. Y todos, por decisión del poder absoluto presidencial que le permite al presidente saliente decidir la candidatura de su sucesor, han buscado espacios expresidenciales de actividad directa o indirecta en la política: Cárdenas fue coordinador de la comisión del balsas y jefe militar en Baja California durante la Segunda Guerra, Alemán se creó la Comisión Nacional de Turismo, a López Mateos lo nombraron simbólico coordinador del de la comisión olímpica, Díaz Ordaz fue fugaz embajador de México ante España, Echeverría fue embajador y representante en la UNESCO, De la Madrid alcanzó la dirección del Fondo de Cultura Económica, Salinas soñó con la Organización Mundial de Comercio, Zedillo se dedicó a vender asesorías privadas, Fox anda de marihuanero, Calderón quiso crear su partido y Peña Nieto anda a salto de mata.
Las reglas de hierro –que no de oro– del sistema político priísta vigente como práctica del poder señalan que el poder presidencial es indivisible y qué “a rey muerto, rey puesto”, por más que algunos precandidatos y candidatos se hubieran comprometido a respetar y darle aire institucional público a su antecesor.
A ello se han agregado algunos otros indicios de la nueva correlación democrática en el país. Hasta la nominación de López Portillo en 1975, el destape del precandidato era laelección y la campaña y las votaciones sólo refrendaban el voluntarismo absolutista del viejo presidencialismo mexicano priísta.
De 1982 al 2018, el destape no garantizó en automático la elección, el PRI perdió el dominio político-electoral del país y la oposición conquistó en el 2000 las posibilidades de victoria democrática. Hubo el caso dramático del presidente Carlos Salinas de Gortari, quien no pudo poner candidato ni presidente y el sustituto de Colosio lo persiguió por todo el mundo durante 6 años, a pesar de que Zedillo tuvo la candidatura sustituta y la victoria sólo por el apoyo del presidente Salinas de Gortari.
El modelo porfirista de sucesión presidencial que reveló Francisco I. Madero en su libro La sucesión presidencial en 1910 funcionó en relación directa con existencia de un partidodominante articulado de manera sistémica al gobierno y al Estado; al perder El PRI su condición de partido absoluto-dominante-hegemónico-casi único y al dejar de tener el control directo de la estructura electoral, el PRI se encontró con una oposición electoral y perdió la presidencia.
La existencia hoy de una coalición gobernante con el 53% de votos y una oposición con un 47% de sufragios no garantiza la vigencia del modelo de sucesión del viejo PRI. En el 2000, 2006 y 2018 el PRI se encontró con la oposición panista y la oposición expriísta-experredista-morenista con capacidad suficiente para ganar las elecciones presidenciales. Las elecciones intermedias desde 1997 se han convertido en un factor estratégico para entender los escenarios de sucesión presidencial.
En este contexto, el 2024 presidencial no está escriturado.
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