La nota común en todos los estudios de opinión -serios o recreativos, profesionales o de aficionado, domiciliarios o telefónicos- es el descrédito de los partidos políticos.
Los partidos han logrado hacer coincidir a públicos tan heterogéneos en una causa común: casi todos unidos contra los partidos. La gente percibe a los partidos como enemigos, como los causantes, por sí o por interpósita persona, de todos los males de este país.
Si en los comicios, las boletas tuvieran solo dos opciones a elegir: á favor de los partidos o en contra de los partidos, sin duda alguna sería la primera elección de los tiempos modernos sin sospecha de fraude y sin impugnaciones ulteriores.
Los pecados de los políticos los purgan interminablemente los partidos; el desgaste inherente a la actividad política lo acusan de recibido los partidos; las culpas se reparten generosamente entre los partidos mientras que los méritos, cada vez más escasos, son siempre personales y muy disputados.
Las dirigencias partidistas, sus cúpulas o sus candidatos no terminan de entender que al denostar, fundada o infundadamente, no lastiman al adversario sino al sistema de partidos. Se lastiman ellos mismos.
¿Es tan difícil regalarle al ciudadano muestras de trabajo, iniciativas y propuestas en lugar de guerra mediática? ¿En verdad resulta imposible esforzarse por ser proactivos ante una ciudadanía ávida de certezas y respuestas a sus problemas? ¿Es tan complicado construir victorias propias y no derrotas ajenas? ¿Es que ya se nos acabó la imaginación y el talento para hablar el lenguaje de la gente que es el de la solidaridad, el de la ayuda, el de la camaradería y no el idioma de la destrucción, de la desacreditación, del insulto?
¿Por qué en las mesas de los órganos electorales y ante los medios de comunicación los representantes partidistas entran en guerra sin cuartel y terminando las sesiones o los debates casi se hacen el amor?
Hay quienes piensan que la política debe hacerse sin apasionamientos. En lo personal creo que esta lógica debe invertirse. Necesitamos políticos apasionados del servicio, del estudio, del compromiso y no de la destrucción de los contrarios como única y mediocre posibilidad de ganar una representación popular.
¿A qué aspiran los partidos? ¿A la legitimidad de los despojos? Los márgenes de la legitimidad son cada vez más estrechos y a este paso no tardamos en alcanzar al surrealismo de elecciones ganadas con solo el voto de los comités ejecutivos y directivos de los partidos.
Los dirigentes partidarios debemos esforzarnos en desarrollar un liderazgo proactivo, enviar señales a los ciudadanos de que no somos sus enemigos. No podemos seguir apostando a vivir en la difícil realidad de los muchos que odian a los partidos y los menos que los toleran.
Para una pelea son siempre necesarios dos. Si nos trazamos el firme compromiso de promover las peleas de solo uno, la democracia tendrá destino en vías de su perfeccionamiento.
Que a cada ofensa, descalificación, panfleto, periodicazo, crítica destructiva, diatiba o calumnia se responda siempre con trabajo, trabajo y más trabajo a favor de lo que es el fin y la esencia de la política: hacer posible lo deseable.
@MoisésMolina