Más que los esfuerzos por articular alianzas electorales en algunas de las elecciones de gobernador del 2016, la señal que debe servir para el análisis político radica en el mensaje enviado por dos partidos de oposición –PAN y PRD– que deben de sumar votos para tener competitividad contra el PRI.
El punto más significativo se encuentra en un PRI que llegó casi desahuciado al 2000, que se hundió en el 2006 pero que en el 2012 resurgió de sus propias cenizas. En el 2015 su gobierno federal fue cimbrado con escándalos y expectativas económicas negativas, pero que beneficiado por las leyes electorales pudo armar una mayoría absoluta en el Congreso.
Y ahora el país encara doce elecciones de gobernador con un PRI fuerte en su cohesión interna y una oposición que sólo podrá debatir plazas electorales con alianzas.
Más allá de las elecciones y más acá de las alianzas, el problema grave de la democracia mexicana en construcción radica en la oposición, no en el PRI. En la lucha política, el PRI hace lo que debe hacer: ganar elecciones porque ya pasaron los tiempos en que las aperturas democráticas eran impulsadas por el PRI-gobierno, en tanto que el PRI-partido estaba fuerte como para hacer concesiones.
De 1988 en que el PAN abandonó su papel de oposición-leal y pasó a la oposición-alternancia, las fuerzas opositoras de izquierda y derecha no han podido construir una opción. Las alianzas exitosas PAN-PRD fueron posibles por candidaturas de expriístas.
El fracaso del PRD se entiende porque en su modalidad de PRD o de Morena no ofrece sino una versión reconstruida del proyecto político del PRI: el asistencialismo populista y corporativo, abandonando desde su propia fundación las posibilidades de una alternativa de izquierda real por su registro del Partido Comunista Mexicano. A lo largo el PRD ha extraviado la identidad de la izquierda y ahora pasa por la experiencia –fracasada en Europa– de la socialdemocracia, que no es otra cosa que un asistencialismo… priísta.
La expectativa de una verdadera alternativa estaba en el PAN en el 2000; sin embargo, Vicente Fox careció de base electoral y de control del Congreso y Calderón no pudo tener su mayoría legislativa. Lo grave del asunto es que de nada les hubiera servido porque el proyecto político y económico y social de nación del PAN resultó el mismo del PRI.
Por eso es irrelevante si hay alianza PAN-PRD en competencia de gubernaturas porque al final de cuentas no habrá una renovación política ni una alternativa a las formas de ejercer el poder. Y a este juego de reconstrucción del modelo priista se ha sumado también Morena, con un López Obrador que agota sus posibilidades en su caudillismo cesarista más visible como PRI que como oposición.
Y para documentar el pesimismo hay que agregar la inexistencia histórica de un pensamiento político crítico que perfile los contornos de un nuevo sistema/régimen/Estado democrático. O los intelectuales y politólogos están exhaustos de pensar opciones o están derrotados por la fuerza del sistema/régimen/Estado priísta o de plano están en la lista de espera de cargos en la estructura sistémica que los ha incorporado pero no para modificar la realidad sino para fortalecerla.
Como se ven las cosas para el 2016 y el 2018, la disputa política de los partidos será por el poder priísta y no por la construcción de una alternativa a la crisis del sistema/régimen/Estado.
@carlosramirezh