Mi abuelo me contó hace mucho tiempo, que cuando él era joven, cuando apenas estaba en proceso de construcción el Ingenio Azucarero de Santa Teresa, en Huajuapan de León, es un lugar que casi está destruido por tanto peso del tiempo. Cuando aún no entraba al pueblo ningún automóvil ni un avión pero se oía hablar de esos vehículos como algo imposible de que llegaran. Cuando la gente se bañaba en los ríos que rodeaban la población porque el agua era limpia y transparente. Cuando se habla de las cosas como “a la mejor un día”. Antes de que todo sucediera, llegó a Huajuapan un hombre que nadie conocía. A ese hombre, se le vio caminar por las calles empedradas del lugar.
El hombre era distinto a todos los del pueblo: no caminaba ni hablaba ni miraba como los demás. Era un hombre alto, blanco, como de treinta y tantos años y hablaba con mucha seguridad: “lo tomas o lo dejas”, decía. Después se supo que se apellidaba Flores; otros decían que González, otros más que Baena… la cosa es que nunca nadie supo con certeza su apellido. Unos decían que era muy conocido e influyente en los pueblos de la Costa de Guerrero y Oaxaca. Otros aseguraban que andaba siempre armado con una pistola. Arma poco común en ese entonces, ya que a lo más que podía aspirar alguien en ese tiempo, era a una oz o a un machete.
No faltó el que aseguró, que ese hombre había dejado a varias mujeres enamoradas, cuando no embarazadas, en casi todos los pueblos que había pasado. Que lo que quería era dividir al pueblo y a las familias para quedarse con las tierras. Que había llegado a envenenarlos y a enseñarles cosas malas. Que lo mejor era que todos permanecieran lejos de él para no pervertirse.
Antes de que ese hombre saliera del pueblo ya era un mito.
Recorrió las calles del pueblo como si ya lo conociera, y llegó directamente al mesón de la segunda calle de Morelos. Al día siguiente, se ubicó en el centro del pueblo para vender apellidos. Era la primera vez que la gente se enteraba que los apellidos se compraban.
Los apellidos más caros –que tenían un precio alrededor de un peso– eran los Galicia, Navarro, Castillo, Balbuena, García, Toledo, Zaragoza, Córdoba, Coronado, Rivera, entre otros. Le aseguraba a la gente que traer esos nombres desde los pueblos de España, requerían de más gastos. Los de entre 50 y 75 centavos, eran los que no tenían que ver con los nombre de los pueblos de España como Cruz, Ramírez, Morán, Peral, Díaz, Silva, Suárez, etc.
El vendedor de apellidos, al cerrar el trato, tachaba de una lista el comprado para no volverlo a vender. Así, el comprador, se llevaba la garantía de que su familia sería la única que ostentaría el nombre.
Mi abuelo, también me contó, que con los apellidos se desconocieron los lasos familiares más allá de dos generaciones. Lo cierto es que algunos viejos, recordaban haber oído de sus padres del vendedor de apellidos. Y lo cierto también, es que ese hombre llegó a Huajuapan, a marcar el destino de muchas familias de la región, y que tal vez, muchos de nosotros llevamos un apellido que nos identifica pero que no nos pertenece.
La historia de ese hombre quién sabe cuál haya sido en realidad, pero de que les vio la cara a nuestros abuelos y de que salió de Huajuapan cargado de dinero, también es cierto. Y de que en otras poblaciones puso en oferta los apellidos que en Huajuapan dio más caros, tal vez.
La historia de tu apellido: Horacio Corro Espinosa
Twitter: @horaciocorro
Facebook: Horacio Corro
horaciocorro@yahoo.com.mx