La lluvia de óscares que cayó sobre Alejandro G.I. y Emmanuel L.M., excitó a la cinefilia nacional y arrojó a las planas, a las pantallas chicas y a las tertulias una ola de reflexiones y discusiones que a mi, francamente, me dan güeva.
¿Estos cineastas pusieron en alto el nombre de México? ¿Demostraron el germen, la sustancia, de un pueblo destinado al liderazgo planetario en unas cuantas generaciones? Desde luego no faltaron las preguntas de reportero del tipo “¿Birdman es cine mexicano, Señor?”
El cine es el cine, como la literatura es la literatura o el periodismo ídem. Hay producción sobresaliente, excelente, buena, regular, mala o detestable. Estos compas galardonados lo fueron porque hacen bien las cosas, porque tienen amor por su oficio y porque no se andan con excusas. En este sentido podrían ser afganos, burundíes, somalis o nicaragüenses… pero como es la fortuna que sean mexicanos, pienso que más que elevarlos a los altares del patrioterismo celuloide debemos ponernos como ejemplo de lo que puede lograrse con tesón, preparación, ánimo y carácter. Yo por lo menos pienso hacerlo con mis alumnos que viven instalados en el “no se puede” y el “es muy difícil”.
Sabido es que no soy persona simpática, tolerante o humilde; que detesto el fútbol y que aborrezco el “a’i se va” y el “quPeroto es tantito”. “ilde, que detesto el freportero de mi generaci chicas y a las tertulias una ola de reflexiones y discusioneé tanto es tantito”, pero tengo por el cine amor verdadero y puedo entrar a cuatro funciones un sábado y por la noche ver Jud Suß, Stukas o El triunfo de la voluntad para preparar el taller de propaganda que imparto. Así que por una parte disfruto enormemente las historias en la pantalla –con palomitas y una torta de contrabando- y por la otra tengo muy claro el potencial movilizador del pedantemente llamado “séptimo arte”.
Aquí, pues, un apunte sobre el cine en México. Espero lo disfruten mis, Catón dixit, cuatro lectores.
“Cuándo Cárdenas llega a la Presidencia, el cine mexicano tenía cuatro años de haber entrado a la era sonora y estaba en la etapa que Carlos Monsiváis llamó de pedagogía revolucionaria. El país requería bases comunes, lazos colectivos. El cine y la radio se anticiparon a la televisión en esa tarea. En 1934 en los precarios estudios nacionales se produjeron 28 películas “cada vez con mejor fotografía, cada vez, también, más invadidas por aquellos ‘elementos artísticos’ que el moribundo teatro arrojaba de su exhausto y repetitivo seno”, según el mordaz jucio de Salvador Novo. En 1938 el fondo cinematográfico era de 75 películas producidas. En 1939 Cárdenas decreta que en los cines se exhiba por lo menos una película nacional al mes, lo que confirma por un lado el valor como instrumento cohesionador que se concedía desde entonces a ese medio y por otro la necesidad de poner un dique a las campañas de propaganda cinematográfica orquestadas por norteamericanos, alemanes, ingleses y franceses en suelo mexicano.
“Las potencias que pronto se enfrentarían en los campos de batalla tenían clara la enorme fuerza del cinematógrafo como medio de penetración cultural y fuente de divisas. Al ascender Hitler al poder, una de sus primeras medidas fue revitalizar y fortalecer la industria cinematográfica alemana para competir con la de Estados Unidos. Se reorganizó la Universum Film Aktien Gesselschaft (ufa) y se extendieron sus redes de distribución.
“El 2 de mayo de 1934, en plena campaña electoral de Lázaro Cárdenas, reapareció la ufa en México con una solemne premier presidida por el ministro de Alemania. Al año siguiente, en 1935, de las 15 películas que en México lograron rebasar las dos semanas de permanencia en cartelera, seis fueron alemanas. Alemania tendía de nuevo su cerco de celuloide.
“La censura gubernamental se opuso a la utilización del cine mexicano como instrumento de cualquier denuncia. En los treinta, dice Monsiváis, ‘la intención del cine es pedagógica, para fortalecer la vigencia del movimiento armado de 1910 y los ideales, incumplidos en la realidad, a que dio lugar. El cine no sustituye al folletón: elabora un relato donde el folletón es un precursor lejano, propicia la ficción de un pasado, de un organismo de tradiciones […]’, que, pese al impulso cardenista, opera como un refrendo de la moral porfiriana en donde quedan excluidas la política, la pobreza extrema, la crítica social y la sexualidad abierta.
“En 1936, añade Monsiváis, México devasta el mercado latinoamericano con Allá en el Rancho Grande de Fernando de Fuentes. Contra la reforma agraria cardenista se promulga una utopía azucarada. ¿Su repertorio? Un Edén aún intacto, la figura simpática y humana del hacendado, el gracioso servilismo de los peones, la ronda incansable de palenques y guitarras. La hacienda porfiriana como eterno Rancho Grande.
“El aparato de propaganda del cardenismo le dio gran importancia al cine y tal como se hizo en el caso de la radio, se explotaron al máximo sus posibilidades mediante un marco legal que otorgaba al gobierno facultades estratégicas para su manejo y dirección. El Departamento Autónoma de Prensa y Publicidadtuvo facultades para dar una adecuada ‘orientación’ a la industria. Como era de esperarse, en el ambiente de libertad de expresión que privó en el cardenismo—pese a diversas medidas de control— se dieron agrias disputas sobre la censura ejercida, destinada, uno supone, a salvaguardar la moral y los valores nacionales y a fomentar la unidad en torno al proyecto político del cardenismo.
“El dapp produjo 12 películas e inició 8 más de tipo educativo y documental, con versiones en español, inglés y francés. Fue destacada la participación de directores y productores reconocidos para difundir el proyecto educativo y la campaña de unidad nacional, así como la defensa del indígena, a quien se trataba de incorporar a los planes culturales y económicos del régimen. Este medio también se utilizó como registro y difusión de las actividades y logros del presidente Cárdenas.
“En la campaña de movilización que siguió al decreto expropiatorio del 18 de marzo, el dapp llevó a las salas cinematográficas del país cortos con títulos como 18 de marzo de 1938; El petróleo nacional; Petróleo: la fuerza de México; México y su petróleo y Nacionalización del petróleo, en los que se reseña y exalta la jornada expropiatoria mediante una técnica en boga en el cine de propaganda estadounidense y europeo. Eran los días en que en Hollywood los realizadores se preguntaban: ‘¿Esta película ayudará a ganar la guerra?’, mientras que el camarada Lenin declaraba al cinematógrafo el arte más importante y herr Goebbels utilizaba la pantalla para inocular las neuronas del pueblo teutón con el tónico del nacionalsocialismo. Puesto que la guerra total requiere de movilizaciones de masas, para los gobiernos democráticos es indispensable una maquinaria de propaganda para mantener la moral civil y militar. Y México, a su manera, había entrado en una guerra total, que sería de propaganda.
“Así, las cámaras bisoñas del cine oficial parecieron seguir una ruta ya establecida: tomas amplias de las multitudes que se cierran en mantas y consignas; acercamiento a los rostros, en particular de los jóvenes; paneos lentos sobre símbolos nacionales como la Catedral Metropolitana o la bandera nacional y tomas de elementos que subrayan la fortaleza y el espíritu de lucha: las marchas en tierra y los aviones de la Fuerza Aérea en pases bajos sobre la multitud congregada en la explanada del Zócalo de la Ciudad de México para apoyar la expropiación. Es el caso de Nacionalización del petróleo, dirigida por Gregorio Castillo y narrada por Manuel Bernal, en donde con una interesante edición de intercortes se exalta el patriotismo, la mexicanidad, la energía, la fortaleza y el liderazgo —esto último con aterrizajes en la figura del general Lázaro Cárdenas— en momentos de grave peligro para la Patria. De la misma manera que los aparatos de propaganda alemanes, norteamericanos e ingleses, el dapp recurrió a directores reconocidos y a voces identificadas en el imaginario popular para llevar un mensaje eficaz. Castillo era un cineasta en ascenso (en los cuarenta dirigiría a María Félix) y Bernal, llamado “el más brillante locutor de la radiodifusión mexicana”, era un declamador que deleitaba noche a noche a los radioescuchas de la xew, La voz de América Latina desde México.
“Las escenas de la manifestación del 23 de marzo filmadas por el dapp en el zócalo de la capital de la República, frente al Palacio Nacional y a la Catedral Metropolitana, fueron utilizadas repetidamente durante el sexenio en las salas cinematográficas, y se colaron a la película Rosa Blanca (1961) de Roberto Gavaldón, basada en la novela homónima de Bruno Traven sobre un hacendado de Veracruz que las petroleras asesinan para apropiarse de sus tierras y abrir un campo petrolero. Esta película estuvo inexplicablemente prohibida durante once años. Digo ‘inexplicablemente’ sólo porque no he documentado las causas formales: que el régimen mexicano hasta fines del siglo pasado ejerció un control férreo sobre el cine es algo de sobra conocido. Se estrenó en 1972.”
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