Comenzamos junio y con ello lo que el gobierno mexicano ha llamado “la nueva normalidad”, pero ¿estamos listos?
En entregas pasadas hemos venido comentando que esta cuarentena -derivada de la pandemia del coronavirus- debiera ayudarnos a lograr aprendizajes importantes que permitan que, al salir del túnel, salga caminando una mejor versión de nosotros mismos.
Como mencionó el Papa Francisco en su bendición Urbi Et Orbi en abril pasado, no es el momento del juicio de Dios, sino de nuestro juicio. Es la oportunidad que tenemos para generar el cambio por nosotros mismos antes de que llegue El Juicio, pero, ¿lo estamos logrando?, siquiera ¿lo estamos intentando?
Iniciamos junio. Han pasado 50 días desde que celebramos la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, por lo que este domingo todos los católicos del mundo dedicamos el último rosario del mes mariano a la virgen María, y a su vez, celebramos la llegada de la promesa de nuestro Señor, el Pentecostés.
El Pentecostés se narra de forma muy precisa en el capítulo uno y dos de Los Hechos de los Apóstoles, escritos por Lucas. Se menciona que después de que Jesús partió, tras su resurrección, los apóstoles, María la madre de Jesús y otras mujeres, permanecían juntos y además lo hacían en oración. De pronto un día, dice la Escritura, vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, aparecieron unas lenguas como de fuego que se posaron sobre ellos quedando llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse.
Así es como el 31 de mayo es celebrada la fiesta del Pentecostés, la promesa que Jesús hizo a sus apóstoles, esa que los guiaría en su misión evangelizadora. Lo que sigue después es la formación de las primeras comunidades cristianas, de los primeros obispados y la conversión de naciones enteras al cristianismo. Todo gracias a la fuerza del Espíritu de Dios.
Coincidentemente, además de que los católicos celebramos la llegada del Espíritu Santo a inicio de este mes, también ha iniciado lo que el gobierno Federal llama “la nueva normalidad”.
A ciencia cierta nadie tiene claro qué es esa nueva normalidad, pues el Subsecretario López-Gatell ha dicho que el “1 de junio no es regresar a la normalidad, no es abrir libremente las actividades sociales, económicas y, desde luego, las educativas, no lo es (…) porque es imprescindible que la sociedad sepa que el peligro persiste y que toda la República se encuentra en semáforo rojo, con excepción de Zacatecas”, ¿entonces qué es? Nadie sabe.
Mientras eso sucede, lo que sí sabemos es que han pasado exactamente 107 días desde el primer caso de coronavirus en México y con ello el llamado a permanecer en confinamiento. Hasta el momento se tienen confirmadas 90,664 personas contagiadas y 9,930 defunciones en nuestro país.
En relación a esto me he percatado que, en medio de esta pandemia que llegó a México cuando todos los católicos del mundo entrábamos a la cuaresma y nos preparábamos para la pasión de Cristo -Semana Santa-, el número de católicos unidos en oración contra el coronavirus, ha ido en aumento.
En España, por ejemplo, la bendición Urbi et Orbi que el Papa Francisco dio el pasado 27 de marzo para pedir por el fin de la pandemia, fue la emisión más vista en la historia de canales como Trece, con 1,070,000 espectadores, sin contar los cientos de canales que la transmitieron la bendición en todo el mundo, como por ejemplo Tv Azteca en México, y además a través de las redes sociales del Vaticano. El propio canal Trece de España ha reconocido que la audiencia de las misas ha incrementado en 600%.
El día de ayer, Eduardo Verastegui, actor mexicano y activista pro vida, logró que más de un millón de personas rezáramos el Rosario al mismo tiempo a través de sus redes sociales, pidiendo también por el fin de la pandemia, por los fallecidos, enfermeros, médicos, por los científicos, entre otras cosas. El 13 de mayo pasado, el activista se había propuesto reunir a 50,000 y reunió a 200,000.
Sabemos que no es el hecho de que los templos estén cerrados, pues conozco a personas que se han acercado a la Iglesia cuando nunca antes lo habían hecho. Sino que en realidad, millones de personas, católicos y no, están entendiendo que lo que pasa en el mundo está fuera de nuestro entendimiento. Que hay cosas que no se pueden tener bajo control y que se tiene que tener fe en que más allá del dolor de la muerte, el fin no está ahí, sino sólo el comienzo.
Así como eso sucede también hay gente que sigue en su propia “normalidad”, viviendo su vida al estilo de siempre, sin cubreboca, sin pesares ni remordimientos, sin límites y sin Dios.
Ese tipo de gente ha existido siempre. También pasó hace miles de años cuando el Pentecostés llegó y el Espíritu Santo se manifestó en los apóstoles. Narra la Palabra de Dios que cuando los apóstoles empezaron a hablar en lenguas –que se supone ellos no conocía, pues eran judíos-, muchos de quienes estaban ahí reunidos escuchándolos en su idioma, pensaban que estaban borrachos. Es decir, veían, pero no observaban, oían, pero no escuchaban. Evidentemente no se abrían al Espíritu.
Recientemente en la preparación para el bautizo de un pequeño llamado Jesús –Chucho-, le comentaba que cuando uno se pone a orar de corazón, debemos estar atentos a los mensajes que nos envía Dios a través de lo que nos rodea –su creación-. Así, por ejemplo, puede que cuando uno le habla con fe al Padre, en la ventana de su cuarto se pare un pequeño gorrión a cantar o puede que una brisa delicada toque nuestro rostro.
El Espíritu Santo es para los cristianos no sólo una fuente de inspiración divina, es también el propio Dios acompañándonos, pero para que eso sea posible debemos estar dispuestos a abrir nuestro entendimiento y nuestro corazón.
En la homilía de ayer con motivo del Pentecostés, el Papa Francisco mencionó muchas hermosas enseñanzas –como de costumbre-. Dijo que en los Apóstoles había orígenes y contextos sociales diferentes: unos, gente sencilla acostumbrados a vivir del trabajo de sus propias manos, otros, como Mateo, un instruido recaudador de impuestos. Todos diferentes, pero habían dejado sus diferencias atrás y con el Pentecostés comprendieron la fuerza unificadora del Espíritu.
Dice el Papa que “el mundo nos ve de derechas y de izquierdas, de esta o aquella ideología (…) el mundo ve conservadores y progresistas”, pero el Espíritu en cambio, “nos ve del Padre y de Jesús, ve Hijos de Dios, ve hermanos y hermanas mendigos de misericordia”. “El Espíritu desciende sobre nosotros, a pesar de todas nuestras diferencias y miserias, para manifestarnos que tenemos un solo Señor, Jesús y un solo Padre, y que por esta razón somos hermanos y hermanas.
Quienes creemos en Cristo sabemos con certeza que esa nueva normalidad llegará únicamente cuando hayamos hecho conciencia del mensaje que trae consigo esta pandemia, pero, además, cuando hayamos permitido que el Espíritu haga su parte, antes no. Como menciona el Apóstol San Pablo en su Carta a los Corintios: “Nadie puede decir Jesús es Señor, si no es bajo la acción del Espíritu Santo”.
Los católicos creemos firmemente que Dios es amor, y que es a través del Espíritu Santo que Él derrama dones sobre nosotros desde el momento en que nos bautizamos –y lo reafirmamos con la confirmación-, como la sabiduría, la inteligencia, el consejo, la fortaleza, la ciencia, la piedad y el temor de Dios. Eso es lo que sostiene nuestra moral ante las inclemencias, las fatigas, los desaciertos, las injusticias, la incertidumbre. Porque nos vuele dóciles a la voz de Dios, nos permite comprender que hay una cruz a nuestra medida, pero además emblandece nuestro corazón de roca.
Así pues, frente a la normalidad que venga después de esta pandemia, sólo estaremos listos si permanecemos unidos y además nos dejamos guiar por esa promesa que Jesús dejó en la tierra para nosotros: la fuerza del Espíritu.
Jorge Luis Díaz
@CiudadanoCoke