En la Amazonia brasileña, los hombres altos de la tribu mehinaku merecen respeto, mientras que los bajitos reciben un trato despectivo y apelativos como peritsi, similar a itsi (pene). El antropólogo que lo descubrió hace décadas, Thomas Gregor, se lamentó de que la categoría humana pudiese calibrarse en centímetros. Hoy parece que tal medida es universal. El mercado ofrece opciones cada vez más singulares para compensar estaturas: implantes de cirugía estética, hasta triquiñuelas caseras de los asesores de imagen.
En la sevillana calle de Feria, un negocio de zapatos con alzas eleva 7 cm la talla de quien se lo pida. Los pedidos se hacen online y con identidad siempre de mujer, aunque la clientela es exclusivamente masculina. Nadie quiere ser descubierto, y los rumores apuntan a Sarkozy, Tom Cruise, José María Aznar y Berlusconi como supuestos clientes. Es la técnica más saludable para esquivar el llamado complejo napoleónico que sufrió el emperador francés: se dice que compensaba su pequeñez a base de conquistas. No obstante, la University of Central Lancashire ha desmontado el mito de Napoleón con experimentos en los que se ve que los hombres que miden menos de 1,65 m tienen menos probabilidad de enfurecerse.
¿Realmente la talla merece tanta atención? El primer interés lo despierta la ciencia, que insiste en asociar la estatura con la salud y el bienestar humano; el siguiente se debe al impacto mediático que provocan titulares como “las personas altas son más longevas y felices”, “el riesgo de suicidio disminuye con la estatura”, “los más altos ganan más” y “a mayor talla, mayor capacidad y desempeño cognitivos”, “los altos están mejor preparados para emprender riesgos”, “los hombres sin hijos miden tres centímetros menos”… el gen de los centímetros.
Científicos de todo el mundo van tras las pistas de la estatura, un rasgo mucho más complejo de lo que se creía, a juzgar por las más de mil variables genéticas involucradas en la altura humana, aunque solo se han identificado unas 180. La última (HMGA2) es responsable de cerca de un 1% de nuestra talla, es decir, de 0,3 a 1,4 cm, según la mayor o menor presencia de esta variante. Además del patrimonio genético, responsable del 90% de la altura, en el crecimiento interactúan otros factores ambientales, socioculturales y nutricionales. En los últimos 150 años se ha observado una tendencia a ser cada vez más altos y a tener pubertades más tempranas. Bien decía el pediatra británico James Tanner que la estatura es “el espejo del nivel de vida de las poblaciones”. Nunca se había observado un impacto tan inmediato de la salud sobre la estatura como al comprobar cómo un episodio de diarrea hacía decaer la curva de crecimiento para recuperar su percentil después de un período de correcta nutrición.
Como indica la endocrinóloga Ángela Ferrer, del centro médico Teknon: “Aunque el crecimiento está determinado genéticamente, su desarrollo óptimo precisa aporte nutricional completo y equilibrado, y un ambiente psicosocial y sociocultural favorable”. España pegó el estirón en las últimas décadas del siglo XX. Hasta 10 cm, según un reciente estudio del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Un hombre nacido en 1910 se quedaba en una media de 1,66 m (1,55 m en mujeres), mientras que los nacidos en 1987 han alcanzado 1,77 m; la mujer, 1,62. En ellas, la estatura media de las nacidas entre 1939 y 1958 sufrió un estancamiento que pudo deberse a las condiciones de la guerra, o incluso al estrés.
El catedrático de la Universidad de Murcia José Miguel Martínez Carrión acaba de concluir un trabajo que recoge la talla de los europeos desde 1750 y los cambios en el bienestar biológico de las poblaciones que han podido influir en esos datos. Sus resultados plasman el fuerte crecimiento de la estatura de los europeos desde mediados del siglo XIX, vinculado en muchos países a la mejora de la nutrición, la renta, la salud pública y la educación, y también a la evolución económica e industrial. “El deterioro de la altura permite, por tanto, medir la severidad y duración de los periodos de malnutrición”, concluye Martínez Carrión.
Con cuerpos saludables y mejor alimentados, es mayor la predisposición a una productividad laboral más alta y a un buen rendimiento en educación. Por el contrario, los cuerpos malnutridos se inclinan a la pereza, a los accidentes laborales y a la baja productividad en el trabajo.
La relación entre estatura y estatus es también enorme. En EE.UU, por ejemplo, más de la mitad de las empresas más poderosas están dirigidas por hombres que miden al menos 1,83 metros. Y, por cada 2,5 cm por encima de la media, el salario anual sube 789 dólares. Otro ejemplo, pero político: solo cinco de los antecesores de Obama han tenido una estatura inferior a la media nacional.
“No podemos hacer niños a voluntad, ni retar a la genética”, añade Ángela Ferrer; “solo conseguir que no pierda ni un centímetro de su potencial genético. No debemos contentarnos con que el niño es bajo porque lo son los padres”.
Las opciones son varias. La principal, la hormona del crecimiento, muy eficaz en caso de que haya un déficit total o parcial, aunque el gran reto está en los niños de talla baja familiar sin déficit de hormona de crecimiento; “pero la mayoría de los países no aprueba su uso de forma estandarizada”, aunque varios estudios los apoyan, indica la doctora. También se podría intervenir si queda crecimiento en el hueso, algo que se valora con un estudio de maduración ósea. Mientras los cartílagos de crecimiento estén abiertos, se puede crecer, independientemente de la edad cronológica del niño. ¿Y los complejos? La psicóloga asturiana Isabel Menéndez Benavente resta crédito a los estudios que tantas ventajas brindan a los altos, ya que no están suficientemente avalados: “Una estatura diferente, bien por defecto o por exceso, puede compensarse con una adecuada educación emocional”.
ALTOS: RIESGO DE CÁNCER
Si bien el ser alto cuenta con muchas ventajas, los bajitos en esta ocasión están de suerte. Según un estudio publicado hoy en la web de The Lancet Oncology, las personas altas son más propensas a desarrollar cáncer.
Es a la conclusión a la que ha llegado el equipo de investigadores de la Universidad de Oxford, (Reino Unido) tras analizar los datos de más de 1.000.000 de mujeres durante 10 años de análisis y pruebas: por cada 10 centímetros de incremento sobre la altura media del grupo (160,9 cm), la probabilidad de desarrollar cáncer aumenta un 16%.
Pero la investigación no acabó aquí. Los científicos de Oxford decidieron revisar aquellos estudios que fueron publicados en el pasado y que asociaron la altura con el incremento de probabilidades de desarrollar cáncer en otros lugares del mundo. Al parecer, los datos que encontraron fueron “resultados muy consistentes” en otras poblaciones como las de Europa, Asia, Australia o Norte América, y todos ellos vinculados a la altura del sujeto, según afirma la revista Science. De hecho, los investigadores consideran que este descubrimiento podría explicar el aumento en la enfermedad que se ha dado en varios países cuya altura ha crecido a lo largo de los últimos años.
Tras dividir a las mujeres en grupos categorizados por su altura, se pasó a establecer una altura promedio en cada uno de ellos. Los científicos siguieron durante 10 años el registro de los participantes, y se percataron de que en ese período había habido unos 97.300 casos de cáncer entre las mujeres. Al comparar la incidencia de la enfermedad con la altura de las pacientes, se encontró un vinculo importante entre ambos. Según afirma Jane Green, autora principal del estudio: “Las mujeres de mayor estatura tienden a tener un estatus social y económico alto, también a beber más alcohol, ser más activas, tener menos hijos o tenerlos más tardíamente que el resto de mujeres. También es cierto que tienen la menstruación en una edad más tardía”.
Los cánceres que tuvieron mayor impacto al relacionarlo con la altura fueron: el de ovario, útero, recto, colón, mama, el melanoma maligno y la leucemia.
La estatura adulta de la población europea ha aumentado un centímetro por cada década desde 1900 y esto podría haber conllevado un aumento de riesgo de cáncer del 10% al 15% según los investigadores. Aún no se sabe por qué ser más alto hace que las personas sean más vulnerables a “la enfermedad” del s. XXI, pero sin embargo, una de las posibilidades que se barajan es que las hormonas que hacen que los niños crezcan, también estimulan el crecimiento de las células cancerosas.
LOS BAJOS TIENEN PEOR CORAZÓN
El riesgo cardíaco aumenta
Las personas bajas tienen más probabilidades de sufrir alguna enfermedad cardíaca que las altas. Así lo señala un estudio publicado en el European Heart Journal.
Los responsables del estudio, un equipo de la Universidad de Tampere (Finlandia), han descubierto que los varones que miden menos de 1,65 y las mujeres que miden menos de 1,53 tienen mayores riesgos de desarrollar enfermedades cardiovasculares. En concreto, los hombres bajos tienen un 37% más de probabilidades de morir por esta causa que los altos, mientras que en el caso de las mujeres bajas asciende al 55%.
Los investigadores finlandeses, dirigidos por la doctora Tuula Paajanen, estudiaron 52 investigaciones entre las más de 1.900 que se han realizado desde 1951 sobre la relación entre altura y dolencias cardíacas. Los científicos no saben las causas de que se produzca dicha relación, pero podrían estar involucrados distintos factores biológicos, genéticos y medioambientales.
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