“En cierto momento pasamos de estudiantes a profesionales. Ponemos a prueba nuestras ideas. Usamos nuestro mayor conocimiento en formas cada vez más creativas. En vez de limitarnos a aprender cómo los demás hacen las cosas, ponemos en juego nuestro propio estilo e individualidad”.
Robert Greene.
La academia y especialmente la cátedra dan las mayores satisfacciones en la vida de cualquier profesionista.
Son una expresión de creatividad y generosidad. Cuando el conocimiento se aprende o se genera, debe compartirse, ponerse al alcance de los demás.
Conocimiento que no se comparte queda inerte. Las palabras se hicieron para decir la verdad y para compartir conocimiento.
Quizás por eso la expresión más elevada del universo filosófico es la filosofía analítica, aquella que tiene al lenguaje y la argumentación en el centro de sus reflexiones.
Cuando uno pisa por primera vez un aula del lado del pizarrón la vida cambia para siempre.
Nos hacemos responsables de otras y otros. Y tenemos la obligación de cumplir expectativas, aún cuando estas todavía no existan.
Ser maestro significa más que “enseñar”. El maestro es también un libro de vida abierto. Quizás la diferencia más significativa entre el maestro y el alumno es, en la generalidad de los casos, la experiencia de vida y más estrictamente la experiencia profesional.
Para serlo, el maestro tuvo que escuchar, leer, reflexionar, formarse un criterio, asumir una postura, comprometerse con un ideal y desarrollar la capacidad de poner todo ello al alcance de la comprensión del menos aventajado de sus alumnos.
Por eso ser maestro no es dar dictado, ni leer diapositivas. Es dialogar, argumentar, proponer, ejemplificar y sugerir caminos; nunca imponerlos.
Mi experiencia como docente de la universidad pública y la privada tiene una nota común. La gran mayoría de los jóvenes llegan en la orfandad. Con más dudas que certezas, sin referentes, sin horizonte, sin futuro.
El maestro tiene la obligación de bosquejar todos los futuros posibles, y poner en las manos de la juventud las luces que los aclaren.
Cuando un joven llega a una escuela de derecho, no siempre tiene la certeza de que ahí está su vocación. Y ello debe pasar también en otras carreras.
Y no es culpa de ellos. Los hay quienes no pudieron acceder a su primera opción. Querían ser ingenieros o médicos y terminaron entre libros llenos de doctrinas y de leyes.
El maestro debe hacer hasta lo imposible por encender la chispa que incendie el bosque. Por hacer que el tiempo que esté en esa aula no sea tiempo perdido y por realizar el milagro de mantener al joven en el aula y no en las calles o en prisión.
Y no es un trabajo fácil. A veces resulta hasta ingrato. Honestamente en nuestro tiempo oaxaqueño es difícil que la motivación del maestro y el alumno permanezcan niveladas.
El maestro no tiene derecho a perder la motivación.
Por ello la docencia tiene el cariz de un imperativo como los de kant. Impartir cátedra es una manera de hacer el bien por el bien mismo. Sin esperar nada a cambio.
Por eso cuando se cierra la puerta detrás de nosotros la mayor recompensa es sentirnos satisfechos de que, por un día más, cumplimos nuestra sagrada misión.
Solo por hoy.
*Magistrado Presidente de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca.