El papa continúa combatiendo los escándalos de abusos sexuales por parte de sacerdotes. El problema no inició con él, pero debe solucionarlo
El papa no ha parado de pedir perdón por los casos de abusos sexuales en la Iglesia Católica. Al menos 10 veces lo pronunció, en ocasiones difícilmente, durante la misa multitudinaria en Berlín el pasado 26 de agosto.
Dicho momento podría ser el resumen más representativo del año que ha tenido el Vaticano, atosigado por acusaciones de curas pederastas en Australia, Chile, Estados Unidos y la propia Irlanda. Todo mientras el papa encarna con toda la serenidad posible los continuos ataques.
En un principio, la visita tenía como motivo celebrar el IX Encuentro Mundial de las Familias. Sin embargo, poco antes de ello explotó el caso del exarzobispo de Washington, Theodore McCarrick, a lo que siguió el informe de un Gran Jurado sobre 300 sacerdotes de Pensilvania, que habrían abusado de al menos mil menores.
Las medidas no se hicieron esperar por parte del sumo pontífice. En julio le quitó la dignidad de cardenal a McCarrick, de 87 años, ordenándole además recluirse en una vida de oración y penitencia. Posteriormente, envió una carta al mundo reconociendo el fracaso de la iglesia al responder a estas acusaciones y proteger a los menores abusados.
Francisco también dedicó tiempo a reunirse con distintas víctimas de sacerdotes pederastas, escuchando sus historias y recomendaciones para afrontar el problema, llegando incluso a entonar un “mea culpa” antes de la misa conclusiva del Encuentro de las Familias.
“Pedimos perdón por los abusos en Irlanda, abusos de poder y de conciencia, abusos sexuales por parte de miembros cualificados de la Iglesia. De manera especial pedimos perdón por todos los abusos cometidos en diversos tipos de instituciones dirigidas por religiosos y religiosas y otros miembros de la Iglesia. Y pedimos perdón por los casos de explotación laboral a los que fueron sometidos tantos menores”, explicó.
La iglesia parece vivir en una especie de déja vu, enfrentándose a fantasmas del pasado que proliferaron durante el pontificado de Juan Pablo II y que Benedicto XVI combatió con todas sus fuerzas, obteniendo en el mejor de los casos resultados dispares, al ser un problema al mismo tiempo jurídico y judicial.
“No se trata solo de un desafío jurídico sino cultural, una sensibilidad de respuesta ante estos hechos. Los instrumentos existen, ahora hay que usarlos. De hecho, lo que el Papa dice es que hay que responder inmediatamente. Es una cuestión cultural, de preparación, de un clima de transparencia que poco a poco se está realizando en la Iglesia”, explicó el canonista Davide Cito, de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz.
Añadió que si bien la mayoría de los casos ocurrió antes de 2002, no deben olvidarse y no debe restársele gravedad a los hechos. “Estas heridas no prescriben. Asumir esto es parte de un proceso que lentamente está llegando a la Iglesia, de rechazo a este tipo de abusos y violencia”, dijo.
El experto señaló que el problema de la pedofilia es uno grave y que requiere una solución que no minimice el problema ni genere una obsesión en la curia. “El Papa fue inteligente al decidir que, para juzgar a los obispos, no se necesita un tribunal eclesiástico universal. Lo que quisiera es claridad cuando un obispo es apartado por este motivo, que se diga (,,,). No iría contra la buena fama de las personas, sino a favor de la justicia”.
Davide Cito recalcó que el problema no comenzó con Francisco, pero a él le toca hacerle frente, por lo que es importante que no haya rehuido de su responsabilidad y dé la cara.
“Está mirando cuál debería ser la respuesta evangélica de la Iglesia a estos problemas. Todos estos temas deberían ir a la justicia civil, no ser juzgados en la Iglesia. Son crímenes, como el homicidio. La Iglesia no tiene los instrumentos para hacer investigaciones profundas”, expresó.
Fuente: lopezdoriga.com