“Un cambio partidista de los distritos electorales,
Un ambiente mediático que provoca más de lo que informa,
Y un sistema de financiación de campañas quebrado que ha sido
Capturado por intereses especiales, es lo que ha acelerado
el vaciamiento del centro”
R. Kupchan
Pocos teóricos he leído que, como Francis Fukuyama, definan tan claramente a las clases medias: “Por clase media me refiero a la gente que no está ni en la cúspide ni en el fondo de su sociedad en términos de ingresos, que ha recibido, al menos, educación secundaria y que posee bienes inmuebles, bienes duraderos o negocios propios”.
Esta es la que hoy por hoy define con el agregado de sus votos el resultado de las elecciones en México. En Oaxaca esta regla está en peligro, el porcentaje de la clase media se ha estancado y los beneficios del desarrollo económico y del progreso tecnológico han ahondado las desigualdades a grado tal que quienes están en el “fondo” de nuestra sociedad, pueden asemejarse en número a los que están en medio. La realidad rural e indígena de nuestro estado puede arrojar lo anterior como una consecuencia casi natural.
Si en Estados Unidos la distribución de la riqueza, se ubica en razón del 23.5 por ciento para el uno por ciento de la población, como prototipo del capitalismo mundial, en México, las cosas no son muy diferentes y en entidades como Oaxaca se agudiza. Los últimos lugares en las mediciones nacionales del desarrollo social, son su reflejo más claro y la casi exclusiva válvula de escape, aunque sea solo como forma de expresión, es la democracia liberal, representativa a través de las votaciones.
Cuando la gente hace fila desde temprano para votar –escuchaba decir a un analista, palabras más palabras menos- es que quiere un cambio. Que no está conforme y a más de ello está molesta. Los votantes expresaron el pasado domingo su reprobación al gobierno federal panista y la esperanza en una mejoría de su propia realidad fundamentalmente en lo que a dinero y seguridad se refiere.
Esa esperanza la capitalizó en Oaxaca mayoritariamente no un proyecto como una persona: Andrés Manuel López Obrador. El mismo Fukuyama –y coincido completamente con él- ha escrito que “las principales tendencias del pensamiento izquierdista durante las dos últimas generaciones han sido francamente desastrosas, ya sea como marcos conceptuales o como herramientas para la movilización”. No existe en la actualidad un proyecto académico de izquierda que legitime un programa político y que logre articular un discurso coherente de esperanza para la clase media ni en México ni en el mundo, más bien lo sustituye con tendencias intelectuales fragmentadas de índole más cultural que política y no se diga económica: posmodernismo, multiculturalismo, feminismo, teoría crítica y algunas más. El marxismo murió hace ya varios años.
¿Qué está pasando entonces en Oaxaca? El desarrollo tecnológico y la globalización están socavando a la clase media e impiden quienes están en el “fondo” alcancen el estatus de clase media. Desde los tiempos de Aristóteles, los pensadores han creído que una democracia estable se basa en una amplia clase media y que las sociedades con extremos de riqueza y pobreza son susceptibles de dominación oligárquica (de unos pocos) o de revolución populista. El proyecto de Enrique Peña Nieto para estados como el nuestro debe tender a robustecer la posibilidad de la movilidad social de los que menos tienen o de lo contrario, manifestaciones de disgusto como la expresada en las urnas hace siete días y de intolerancia como las circuladas en medios y redes sociales, pueden pasar a algo más serio.
El economista Moisés Naím agrega más rasgos de la clase a la que quien esto escribe y la gran mayoría de cuantos lo están leyendo pertenecemos: “Estas clases medias están relativamente bien preparadas académicamente, tienen propiedades y están conectadas tecnológicamente con el resto del mundo. Además, les exigen a sus gobiernos y se movilizan con facilidad como resultado de su acceso a la tecnología”.
Las clases medias corresponden, en Oaxaca, mayoritariamente a la ciudadanía informada y reflexiva que no encuentran un canal claro de representación de sus juicios, de sus deseos. Los partidos políticos en nuestra entidad están programáticamente hechos polvo y por ello las elecciones las ganan los menos malos; se vota hoy por hoy mucho más por la persona que por un programa (inexistente en la praxis) de partido o como en la elección más reciente, contra los mismos de siempre o lo que se cree que representan.
Inobjetablemente queda mucho por hacer y el PRI tiene la obligación del reposicionamiento desde la refundación, no por sus “líderes”, ni por el partido en sí mismo, sino por una clase media ávida de construir un mejor Oaxaca a través de canales válidos y sanos de participación política que reactive la movilidad social.
Twitter MoisesMolina