Un grito unánime, espontáneo, llena el espacio de la Alameda de León, silba entre los viejos laureles, rebota en el Portal de Flores, bordea frente al Museo de los Pintores Oaxaqueños y restalla sobre el bronce de las campanas centenarias en la Iglesia Catedral: ¡Sí se pudo! ¡Sí se pudo!
Es la consigna que se ha instalado en la garganta de hombres y mujeres, infantes y adultos, desde hace una semana, el santo y seña del cambio anunciado por Gabino Cué, que ahora recuperan los miles de asistentes a este encuentro con su gobernador.
Son infinidad de padres y madres los que ahora sientan a sus pequeños en sus hombros, centenares de cámaras apuntando al escenario preparado para recibir a los artistas que participan en esta celebración triunfal, el festival de la Victoria; letreros que anuncian “Reforma de Pineda, presente”; voces que exclaman ¡venimos de San Dionisio del mar!, ¡somos de la Villa de Etla!, y atrás una gran manta que reza: “Gracias, con tu decidida participación y con tu voto, ganó Oaxaca. Gabino.”
Miríadas de recortes de papel coloreado, burbujas, humo blanco, acompañan a la cantante Tatiana que hace las delicias de los pequeños, de las pequeñas que miran arrobadas a su estrella mientras siguen con los labios las piezas que su memoria recuerda con regocijo.
Cuando dan las trece horas con cuarenta minutos Tatiana anuncia “para que su estado mejore, aquí está Gabino Cué”. Los gritos inundan el aire, las manos se levantan para saludar de lejos a quien se tomó diez minutos estrechando manos en su camino, acariciando a pequeños con capacidades diferentes, que ocupan lugares preferenciales a un costado del templete.
Este no es un acto político, explica Gabino, hoy es un día de fiesta para felicitarlos porque supieron entender que el cuatro de julio era una fecha histórica para Oaxaca, para agradecer su apoyo y su confianza. Recuerda sin embargo, los apoyos que tendrán en su gobierno los niños, jóvenes, mujeres, personas con capacidades diferentes y de la tercera edad.
Alguien le ofrece una sombrilla y él sonríe para decir que no necesita tal refugio, “Estamos acostumbrados, somos gente de lucha y de trabajo, ni la lluvia ni el sol nos van a parar; vamos a trabajar incansablemente por nuestro estado”. El entusiasmo popular es un hervor bajo este sol veraniego.
Un megáfono suelta lapidario: “Ulises ya cayó, ya cayó…”, consigna que lo habrá de acompañar hasta la salida del evento.
Él ratifica un compromiso mientras consuela a una pequeña extraviada de los brazos de su madre entre la multitud: “En diciembre van a tener una pista de hielo para que puedan patinar…”
Me retiro –dice al final- yo no sé cantar, pero viene enseguida mi amigo Reyli, y el nombrado aparece para estrecharle la mano, para quedarse a seguir alegrando el día.
A la salida de la Alameda una jovencita le expresa emocionada verdaderamente hasta las lágrimas, “voté por primera vez, Gabino, y lo hice por ti, ¡no nos falles!”. El gobernador electo devuelve una mirada transparente. Unos pasos atrás un maduro señor cuenta: “A Ulises Ruiz le pasó lo que a Juan Charrasqueado, credencial en mano se le echaron de a montón”. La celebración del ingenio y de la victoria.