En los sistemas de gobierno parlamentarios, una de sus grandes ventajas de cara a los problemas y retos que enfrenta la democracia es que, en cualquier momento, cuando hay un tema de gran controversia, el desgaste frente a la opinión pública del líder o el partido gobernante es mayor, o incluso aún gobernando con amplia mayoría se produce un “daño colateral”, se puede convocar a elecciones anticipadas; lo que en buen romance se convierte en un plebiscito que de ganarse consolida y ofrece mayores márgenes de gobernabilidad y de perderse simplemente se asume como un mandato del electorado. En ambos casos, el Estado, sus Instituciones y su fortaleza se mantienen intactas; algo que no sucede en los regímenes presidencialistas, donde en el mejor de los casos se despide por un rato al supuesto causante del estropicio nacional, para luego, muertos de risa, convertirlo en Canciller.
Lo anterior aplica a plenitud ante la convocatoria realizada el pasado martes 18 por la Primera Ministra Británica Theresa May a elecciones anticipadas el próximo 8 de junio; con un objetivo –argumentó- fundamental “darle estabilidad al país”; lo cual si bien es cierto y plausible de cara a la negociación de la consolidación de la salida del Reino Unido de la Unión Europea, mejor conocida como Brexit, votada en el referéndum de junio del año pasado; también es una apuesta de la Primera Ministra May para consolidar su liderazgo y su gobierno. Jugada muy arriesgada. Si se tratara de póquer, diríamos que está poniendo sobre la mesa “su resto”; si fuera billar, está intentando una “carambola de tres bandas”.
Haciendo un poco de historia. Theresa May llegó al número 10 de Downing Street después de que el entonces Primer Ministro, David Cameron, quien a su vez, había ganado las parlamentarias anteriores por una mayoría histórica, convocó, ante la presión de la ultra derecha y de los ultra conservadores de su partido, al referéndum sobre la salida de la Unión Europea; mismo sobre el que Cameron hizo campaña por el “NO”. Permanencia por la que también Theresa May se pronunció abiertamente.
Sin embargo, para sorpresa del respetable público europeo y del mundo, el Brexit se impuso por un escaso 4%. Analizadas en perspectiva las causas que hicieron ganar al “SI”, lo fue la mediática percepción del electorado británico de que era necesario controlar la inmigración, sobre todo la ilegal, aún a costa de renunciar a los beneficios del mercado único y libre; algo que además para amplios sectores, al no traducirse en ingresos directos, poco les interesa.
Conocido el resultado, como debe de ser en un político con dignidad que pierde –o la riegue que no es el caso- Cameron renunció. Su sucesora se definió después de una intensa batalla interna en su partido (el Conservador). Por gobernar con mayoría absoluta, no se requería convocar a elecciones, por lo que Theresa May fue electa sin pasar por la prueba de las urnas. A ella le correspondió a partir de ese momento conducir las negociaciones para aterrizar en la necia realidad el Brexit; estiras y aflojas políticos, económicos, financieros, sociales y hasta de Derechos Humanos, que se iniciaron formalmente el pasado 29 de marzo cuando el Reino Unido entregó en Bruselas, la “Carta de Intención” correspondiente; que de acuerdo con el artículo 50 del Tratado de Lisboa, deberá durar dos años.
En tales condiciones, a May (paradojas del destino) le toca llevar a buen puerto un Brexit duro, por el que no votó y sobre el que un buen número de legisladores de su partido se oponen terminantemente a realizar cualquier tipo de concesión en el proceso de ruptura; lo cual convierte a Theresa May, tal vez aún contra su voluntad, en rehén de sus propios adversarios internos.
Ante tales circunstancias, Theresa May tomó la sorpresiva decisión de convocar a elecciones anticipadas por varias razones, entre las que destacan investirse de la legitimidad democrática que otorgan las urnas, que en un país donde las controversias se resuelven votando, no es poca cosa. De ganar y ampliar su mayoría, May se quita la presión ultra conservadora de sus propias filas y se fortalece de cara a los dos años de complejas negociaciones que le esperan a quien sea electo. Hacerlo en este momento, además, partiendo de los sondeos electorales que le conceden una respetable mayoría frente al partido Laborista, parecen abonar a un sentido político de oportunidad elemental, que sus adversarios sólo han definido como “oportunista”. Ayer una de mis corresponsales en el Reino Unido, a quien le pedí me diera su punto de vista sobre Jeremy Corbyn me respondió “mi opinión es que Corbyn está muy debilitado, como líder del partido –Laborista- y ante la opinión pública, no ha sabido construir alianzas”.
Por su parte, Jeremy Corbyn, líder del opositor partido Laborista; quien, visto desde mi lejana perspectiva ha sabido resistir y superar las intensas embestidas de sus adversarios internos, que no son menores, encabezados por el popular Alcalde de origen musulmán de Londres; se declaró antier listo para ir a las urnas y de paso le reclamó a May su negativa a un debate en cadena nacional frente a la ciudadanía. En su primer declaración sobre el tema dijo “Saludamos la convocatoria a elecciones, pero ésta es una Primera Ministra que dijo que no las habría, una Primera Ministra en la que no se puede confiar, además de que huye de los debates televisivos”. Ya entrados en la ruta electoral, Nick Clegg, dirigente del Partido Liberal Demócrata, anunció que se inscribirá para aparecer en la boleta electoral, argumentando que los “millones de ciudadanos del Reino Unido merecen algo mejor que el Brexit Duro de Theresa May o el desafortunado liderazgo de Jeremy Corbyn”.
Como se advertirá, a los británicos les espera una intensa e impredecible contienda electoral. Por mi parte, leal a mi convicción de siempre luchar contra corriente y que lo único que no te puedes permitir es no intentarlo, mi voto y mi cuota van para Jeremy Corbyn.
Es Viernes “¡Hoy toca!” Diría Germán Dehesa.
¿Alguien puede asegurar que esto ya está decidido?
RAÚL CASTELLANOS HERNÁNDEZ / @rcastellanosh