Pareciera que con cada proceso electoral el deterioro de la actividad política incrementa. Ya no hay sólo campañas más negras; ahora hay precampañas de cañería.
¿Cuál es una de las razones que propician el asco de la ciudadanía por la política? El pleito.
Las descalificaciones, las denostaciones, la calumnia, la infamia son el nuevo efecto invernadero de nuestras ciudades y nuestros pueblos como en esa región tóxica llamada “Iris” de Edmundo Paz Soldán en su novela.
Si en tiempos no electorales no encontramos paz, cuando las precampañas y campañas llegan el espíritu colectivo se deprime aún más.
Bloqueos, marchas, tomas de palacios, caos vial, balaceras no parecen suficientes. Tienen que venir los partidos con sus rostros de siempre a darnos más. Es de tal intensidad la guerra sucia dentro de los partidos tradicionales que parecieran pretender tender una cortina de humo para ocultar los problemas de urgente y obvia resolución.
¿Hasta dónde hemos llegado? Los políticos no terminamos de entender que la gran mayoría de la gente no desayuna, no come y no cena política. Parecemos ignorar que el desencanto pareciera ser la palabra que mejor define el estado de ánimo de la gente que usa su credencial para votar para muchas cosas, menos para votar.
Las dirigencias partidistas entienden bien este juego y capitalizan el hartazgo y consiguientemente la apatía ciudadana que se refleja en los cada vez más elevados índices de abstencionismo.
¿Qué nos depara esta elección? Esas cúpulas perversas le apuestan a más abstencionismo. Es una elección intermedia y estas son las que menos le interesan a la gente.
Con diez candidatos en la boleta electoral y con una ciudadanía mayoritariamente educada en el morbo ya no se trata de sumar votos a la causa propia, sino restarlos a la causa ajena a través de las famosas campañas negras.
El opositor deja de serlo para convertirse en enemigo y el fin llega a justificar todos los medios. Las redes sociales son un extraordinario ejemplo de ello.
Una falsa moral se instaura en la clase política y las propuestas se dejan de lado. La prioridad es el ataque y tristemente la ciudadanía ha caído en el juego. Ya no se vota por el más bueno, sino por el menos malo, por el menos perverso, por el menos ruin, por el menos corrupto. Se hace un análisis de la agenda pública e invariablemente, alguien termina cargando la totalidad de las culpas de todo lo malo que acontece. El éxito de la estrategia estiba en encontrar responsables, reales o imaginarios. Una desgraciada cuestión de posicionamiento.
¿Nos hemos dado cuenta de que nada cambia porque nadie cambia? No cambian los políticos, no cambian los ciudadanos. Los políticos que han contaminado la política deben pagar y reparar el daño. Que el que contamine pague ¿Cómo? ¿Dónde? En las urnas. Nuestra obligación moral es seguir creyendo que es posible.
Sigo con Iris de Paz Soldán: “Es un mundo tenebroso y los somete a su lógica, a su delirio, a su violencia y angustia”. Pareciéramos vivir en “una fábula desoladora sobre los excesos de poder y al final un relato esperanzador sobre la lucha por la libertad.
Que algún día, las elecciones nos hagan libres.