Si la Independencia de México contribuyó a formar un Estado soberano y la Revolución a desarrollar una sociedad democrática, es claro que en dos siglos estamos lejos de alcanzar esos ideales. Indigna en especial la incapacidad del Estado para garantizar la igualdad y la libertad, así como la falta de tolerancia.
Dice el obispo de Ecatepec, Onésimo Cepeda, que el Estado está formado por pueblo, territorio y poder, y opina que no puede haber laicidad en un territorio ni en un pueblo creyente como México, donde la mayoría de los mexicanos son creyentes católicos. “En todo caso, somos un Estado gobernado por un gobierno laico, por eso el Estado laico es una jalada.” Más allá de la elegancia de su vocabulario, Cepeda no recurre a las disertaciones semánticas para fortalecer las libertades ni la igualdad que se vinculan con la laicidad, sino para imponer su moral católica a la mayoría de católicos mexicanos, y también, a la minoría que no lo son. En esa ocasión también coincidió con su colega Juan Sandoval Íñiguez al negar el derecho al matrimonio entre personas del mismo sexo, por considerar que en esas uniones “no hay matriz que engendra”. Su concepto de libertad de culto implica permitir que la jerarquía eclesial defina las leyes y las políticas sociales y ha influido en entidades donde se condena y encarcela a mujeres que abortan, incluyendo los actos involuntarios de mujeres que lo hicieron de manera espontánea.
La intolerancia y las confusiones crecen y debilitan la soberanía. Voy a referir aquí algunos comentarios que recibí hace dos semanas en este diario, como reacción a mi anterior colaboración sobre las disputas en la Conferencia Mundial de Juventud realizada en León, Guanajuato. Juan Rodríguez opina que yo debería ser más tolerante con quienes opinan diferente, y que no debo imponer mi mundo maniqueo porque no soy la poseedora de la verdad. Otro chico, identificado como Fariseo, considera que mi artículo denota desprecio por la equidad de género atacando visceralmente al género masculino, que mi posición es manipuladora de pasiones y no doy espacio a la contrarrespuesta, sólo quiero generar encono y odio entre las diferencias en vez de mostrar equilibrio periodístico.
Opinan distinto y hasta salieron en mi defensa otros: Elena: ¿Por qué la Iglesia ha cometido tantos crímenes durante toda su historia? E. Elizalde: Nunca se puede tolerar la violencia ni las prácticas que buscan coartar la libertad de expresión de otros que opinen diferente, la denuncia es clara y objetiva contra los malos manejos de esas juventudes adoctrinadas en la intolerancia. Silvia: Y tú, ¿qué artículo leíste? A mí me parece que la persona odiadora es usted. Eduardo: Asistí a este evento, lo que ahí se escribe es verdad. Carlos: Pienso que las bodas gay son una forma de reacomodo, pero desde el punto de vista de la naturaleza (aunque es pleonasmo) es contra natura; si teóricamente se poblara una ciudad con puros hombres gay esa población desaparecería.
Juan Nabucodonosor: Qué contradictorio es ese artículo, porque habla de intolerante el que no se esté de acuerdo con el libertinaje sexual, si realmente los promotores de las ONG y gobiernos se preocuparan por disminuir el sida y evitar que las mujeres aborten, promoverían la abstinencia y una educación sexual basada en la responsabilidad y el respeto. Maximiliano: El Bajío es el gestor de esas células conservadoras que poseen filtros a las grandes esferas del poder, la tarea para los grupos sería vigilar esas instituciones y sus mecanismos. Carlos cita a Niezche: “La predicación de la castidad es una incitación pública de la contra naturaleza”.
Algunos pensadores nos ayudan a dialogar en mejores términos. Para John Locke la autoridad del Estado se sostiene en los principios de soberanía popular y legalidad, el poder no es absoluto sino que ha de respetar los derechos humanos; lo que debe ser respetado son las personas y sus derechos civiles, no sus opiniones o su fe, las cuales pueden ser objeto de discusión y crítica. La diversidad de opiniones e intereses entre los hombres es fruto de las distintas vías individuales de búsqueda de la felicidad, por lo que el desacuerdo y los conflictos son inevitables. Voltaire llegó a afirmar que para que un gobierno no tenga derecho a castigar los errores de los hombres es necesario que esos errores no sean crímenes, y sólo sean crímenes cuando perturban la sociedad, y perturban la sociedad si inspiran fanatismo. Los hombres deben empezar por no ser fanáticos para merecer la tolerancia. Por su lado, J.S. Mill avizora sobre el peligro de un poder gubernamental represivo y la amenaza de una “tiranía de la mayoría” que puede ser “la opinión pública”. Se requiere de una protección contra la tiranía de las opiniones y pasiones dominantes, contra la tendencia de la sociedad a imponer como reglas de conducta sus ideas y costumbres a los que difieren de ellas, contra su tendencia a obstruir el desarrollo e impedir la formación de individualidades diferentes. El reconocimiento de estas libertades es el reconocimiento del valor de la tolerancia y el respeto por el otro, que al reconocer su valor debe existir completa libertad de procesar y discutir, como materia de convicción ética.