No sé si estemos perdiendo la memoria histórica como pueblo. Tengo la percepción de que la vorágine del presente con la brutalidad de sus hechos (Alfonso Reyes dixit) le han robado su valor y su significación al pasado, del que tanto nos hemos enorgullecido siempre.
México y particularmente Oaxaca han reivindicado siempre su riqueza cultural e histórica que es, junto con la biodiversa, nuestra única riqueza.
Desde el poder, la reivindicación de nuestra historia y de sus “héroes”, era persistente. Los gobiernos habían venido siendo los principales promotores y garantes de esa memoria histórica. La celebración y conmemoración de fechas, acontecimientos y nombres era una auténtica política pública que decantaba en los tres órdenes de gobierno.
Hoy el termómetro más visible del orgullo mexicano es nuestro equipo nacional de futbol, tanto para los mexicanos que viven en México como para aquellos que mayoritariamente se fueron a los Estados Unidos. Hoy el futbol y no la historia es la referencia.
Escribo esto porque el 18 de julio pasó poco menos que desapercibido.
Y es revelador cuando la estrella más brillante de nuestro firmamento histórico es, por mucho, Benito Juárez. 21 de marzo y 18 de julio eran días sagrados en nuestra liturgia cívica. Y eran días no sólo de actos y ceremonias oficiales, sino auténticas fiestas cívicas plenas de conferencias, coloquios, publicaciones de libros, conciertos y exposiciones.
Juárez era incluso tema de inspiración de artistas plásticos de distinto renombre.
Hoy, el aniversario luctuoso de Juárez, fue una noticia más. Algo que tenía que recordarse más por sistema que por convicción.
Y no es sintomático de los gobiernos, sino de todas y todos los mexicanos y los oaxaqueños.
Hoy hay niños y jóvenes más estudiosos que en generaciones pasadas, pero también hay muchos menos niños y jóvenes que leen y se interesan por nuestra historia.
La Internet con todo sus alcances seduce a las nuevas generaciones con el placer distractor de plataformas y redes sociales. El inconmensurable cúmulo de información que incluye la histórica permanece inerte ante la indiferencia de quienes en un futuro van a tener nuevos referentes y una nueva idea de los que ha sido, es y debe ser México.
Si bien el ayuno histórico no es responsabilidad exclusiva de los gobiernos, sí pueden ser estos lo grandes impulsores de un cambio de actitud histórica. Tienen todo para lograrlo. Sus áreas competentes en educación, cultura y comunicación social; sus cuerpos legislativos, sus poderes judiciales y sus órganos constitucionales autónomos bien pueden ser los responsables directos de un cambio de política pública para la historia.
Conocimiento de la historia es identidad, es orgullo, pero también es instrumento de comprensión, interpretación y construcción de escenarios para aquello que es fin de toda sociedad: el bien común.
El conocimiento de nuestra historia puede servir, al menos, para evitar repetir nuestros errores pasados.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca.