La farsa de proceso electoral de Venezuela que le dio una victoria a Nicolás Maduro con casi el 70% de los votos forma parte de la descomposición política y social de Iberoamérica.
La lista de conflictos es grave: el expresidente brasileño Lula da Silva está preso por corrupción, el gobierno sandinista nicaragüense de Daniel Ortega ha reprimido protestas y lleva más de 60 jóvenes muertos, Argentina entra en colapso con el seguro encarcelamiento de la ex presidenta Cristina Kirchner y se hunde en la crisis económica por el colapso monetario del presidente empresario Macri, el general Raúl Castro cede la presidencia pero controla el poder con el férreo puño de la represión, Centroamérica vive colapsos de Estado porque la violencia está expulsando a decenas de miles de personas hacia México y los Estados Unidos, Chile pasa de la izquierda a la derecha, la alianza bolivariana quiebra por el derrumbe económico de Venezuela y en México un populista tradicional puede ganar la presidencia el primero de julio próximo.
Con el racismo de Trump tapando el norte y las crisis internas de España que impiden ver hacia ultramar, Iberoamérica está perdiendo sus referentes históricos. Como país altamente desarrollado y como cultura madre de Iberoamérica, España se ha estado ahogando en sus propias contradicciones. Las visitas del expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero a Venezuela para asesorar al presidente Maduro no hacen sino potenciar la pérdida de la identidad cultural: españoles que ven asuntos personales sin atender responsabilidades morales.
La política exterior activa de México en el pasado ayudaba a equilibrar contradicciones internacionales en la región; sin embargo, la diplomacia política de México se abandonó en 1983 con la globalización comercial y en 1994 con la subordinación al mercado común de América del Norte. El colapso económico y político de Venezuela por la caída de los precios petroleros destruyó la frágil y coyuntural alianza geopolítica bolivariana, ahora agudizada por la inclinación electoral a la derecha de sus principales socios. Los países más sólidos atraviesan por rupturas internas: Brasil, Argentina, Colombia, Chile.
La pobreza y la violencia criminal aumentan los desplazamientos humanos crecientes rumbo a la frontera de México con los Estados Unidos porque Trump selló el ingreso irregular. La crisis económica y de desarrollo de Centroamérica se ha convertido en una crisis humanitaria. De nueva cuenta se ha desempolvado el racismo geopolítico de Henry Kissinger cuando caracterizó a los países centroamericanos como “naciones no viables”.
Las cumbres iberoamericanas cada dos años han perdido su sentido histórico y su viabilidad circunstancial. Problemas propios en España y Portugal han dejado la sensación de que carecen ya no se diga de voluntad histórica, sino de prioridades solidarias. Resalta el hecho de que hasta la fecha no exista un mercado iberoamericano, a excepción de tratados comerciales bilaterales con algunas naciones. Sin embargo, esos tratados no han podido potenciar el desarrollo en las zonas de conflicto de Centroamérica.
Iberoamérica parece olvidada por España y Portugal. Si México, Argentina y Brasil logran algún acuerdo comercial con España y Portugal, las posibilidades de desarrollo sobre todo de Centroamérica podrían tener una viabilidad. Para ello urge una visión geopolítica y estratégica. La política migratoria del presidente Trump va a ir agudizando las deportaciones y ahora mismo aumenta las presiones para que México construya un muro en su frontera sur con Centroamérica –el río Suchiate– para que sea una especie de extensión del muro que quiere Trump en la frontera México-EE. UU. Las olas de migración legal e ilegal hacia los EE. UU. ya no son de mexicanos, sino de centroamericanos.
Pero México ha sido incapaz de mantener el control de su frontera sur. Todos los días miles de centroamericanos cruzan con facilidad la frontera y por varios medios de transporte –sobre todo tren– viajan por la costa atlántica para llegar a los dos puntos fronterizos con los EE. UU.: Tamaulipas y Baja California. A lo largo de ese viaje, los migrantes son extorsionados por policías mexicanos, sus mujeres violadas, sus hombres apropiados por bandas de narcotraficantes para trabajar en el tráfico de drogas y miles de ellos asesinados. La política migratoria mexicana ha sido rebasada por las oleadas de migrantes. Y cuando no cruzan la frontera, entonces crean asentamientos humanos irregulares en las zonas fronterizas, con el aumento de las demandas de bienestar y en muchas ocasiones aumento de la inseguridad. En estas semanas se han denunciado bandas de trata de mujeres venezolanas para desarrollar formas de prostitución y delincuencia.
Crisis migratoria, crisis de desarrollo, crisis de bienestar, son las características de los países de Iberoamérica. El escenario no tiene en el corto plazo posibilidades de encauzamiento; en menos de un año México podría verse obligado a cerrar su frontera sur como consecuencia del cierre de la frontera norte. Y los países centroamericanos tendrán que lidiar con una población sin capacidad de asegurarles bienestar mínimo.
La próxima XXVI cumbre iberoamericana en noviembre –titulada “Una Iberoamérica próspera, inclusiva y sostenible”– debiera convertirse en una cumbre de emergencia para tratar el problema de la crisis de desarrollo y la migración por razones de seguridad, bienestar y subdesarrollo. Centroamérica y México no pueden aguantar más de un año la presión de la migración forzosa, ni de las deportaciones de Trump. Si México y España no atienden el problema habrá una catástrofe humanitaria en el corto plazo.