No ha sido culpa, en realidad, de la pandemia del COVID-19. Los países de Iberoamérica nacieron de una expedición de conquista en busca de riquezas y creyentes para la España monárquica de finales del siglo XV y nunca despuntaron altos niveles de desarrollo. Y el intento de principio del siglo XIX de crear el Reino de la Nueva España tampoco explicarse ni entenderse en Madrid por culpa de Bayona.
Los países de Iberoamérica conquistaron su independencia de España en el siglo XIX, pero para caer en las garras de la dependencia estadounidense, soviética y ahora árabe. Los intentos de España de construir una alianza en el escenario de las cumbres iberoamericanas del último cuarto del siglo XX se hundieron con las crisis propias en la Moncloa.
Hoy Iberoamérica entra en una fase de crisis como nunca había vivido, ni siquiera en la del crack de la bolsa de Nueva york de 1929-1932. Enfermedades, pobreza, marginación, hambruna, guerras internas, polarización social y falta de un escenario de prosperidad dibujan el panorama agudizado de crisis del continente americano que fue conquistado por España a finales del siglo XV.
Con el descubrimiento de América, España añadió en su momento 100 millones de creyentes católicos y muchas riquezas naturales. Lo único que ha sobrevivido de aquella conquista es la cultura y la lengua, suficientes para construir alianzas estratégicas. España creó una cultura criolla que aún le debe mucho a la tradición indígena, pero más a la modernidad castellana.
Hoy el continente iberoamericano entra en una zona de crisis profunda. Las expectativas de la Comisión Económica para América Latina ubican el PIB en un promedio de -9% hasta ahora, con cifras de -15% para México. Los cálculos revelan que el continente iberoamericano tardará más de una década en recuperar lo perdido. Pero lo grave es que ha carecido de una verdadera ruta de desarrollo sostenido, con riqueza distribuible y ascenso cultural.
España se la jugó con Europa a mediados de los setenta, pero tiene una deuda moral histórica con Iberoamérica. Es cierto que los escenarios económicos apenas le alcanzan a España para mantenerse en la zona de desarrollo de Europa, pero bien pudiera pactar con Iberoamérica acuerdos que ayuden a esas naciones empobrecidas y de paso fortalezcan la posición española en el nivel europeo.
Nada se ve, sin embargo, en el corto plazo español. Y en Iberoamérica hace tiempo que dejaron de mirar hacia España. La identidad cultural y de la lengua sirve de poco ante el pragmatismo tecnocrático de gobiernos de esos dos bloques de reminiscencias históricas. Iberoamérica bien puede ser un puerto de entrada de España en América –la peninsular y la estadunidense–, pero los estrategas de la geopolítica sólo entienden de disuasiones nucleares, de bloques ideológicos y de intereses religiosos radicales.
El problema de España es que ha visto a Iberoamérica como un inmenso negocio, con 600 millones personas de mercado. Ya ni siquiera la religión interesa. El vicecanciller Alejandro Borgia alentó la expedición de Colon a América en busca de creyentes porque los europeos, orientales y africanos ya estaban escriturados y como papa Alejandro VI consolidó el interés en América. El papa actual de origen argentino ha quedado atrapado en la red de intereses estratégicos de la curia romana y del papel estabilizador del Vaticano en los intereses geopolíticos estadunidenses.
La zona iberoamericana se está hundiendo en un mar de pobreza, marginación y deterioro social por el coronavirus. La crisis de esa zona no interesa ni siquiera al capitalismo estadunidense, ahora en fase de ultranacionalismo racista. México, Brasil y Argentina, las tres economías más grandes y con autonomía relativa en desarrollo, quedaron muy lastimadas con la pandemia y el frenón económico y productivo asumido sin estrategia económica.
Las cifras de la CEPAL son contundentes: no es sólo el PIB, sino la desarticulación de plantas productivas y de cadenas de producción. Nadie le está prestando atención al colapso de Venezuela –su PIB en 2020 sería de -20%–, a pesar de que por su petróleo puede provocar efectos económicos negativos en el mundo. El dato mayor de ese organismo internacional indica que el PIB per capita de la región iberoamericana de 2020 será igual al de 2010, con lo que se confirmaría una década perdida, pero otros datos revelan que tendrán que pasar otros diez años para estabilidad lo perdido y entonces sumarían veinte años tirados a la basura.
Pobreza alimentaria, pobreza salarial, pobreza laboral, pobreza de expectativas formarían los principales escenarios de Iberoamérica para los próximos diez a veinte años. Sólo un gran pacto internacional para el desarrollo de la región iberoamericana podría no recuperar lo perdido, pero sí acortar los tiempos de reactivación. Y no se trata sólo de subsidios a la pobreza, sino de un gran proyecto de modernización productiva –campo, industria y servicios– que los países iberoamericanos no pueden instrumentar por sí mismos.
Europa podría iniciar un gran plan económico para Iberoamérica, así como fue el Plan Marshall de los EE UU para Europa en la posguerra. La economía privada tiene la capacidad para expandirse y aprovechar, inclusive, la existencia de un mercado de 600 millones de personas. Pero para ello se necesita de un enfoque estratégico, geopolítico y hasta de previsión de conflictos porque la pobreza iberoamericana no tardará de nueva cuenta en estallar en violencia política, golpes de Estado y guerrillas.
Por eso la pregunta pertinente: ¿quién en Europa está visualizando la gran crisis en Iberoamérica?