¿Sirve de algo tener una maestría? O quizás la pregunta debería ser ¿De qué sirve hoy tener una maestría?
Más que como un grado académico, una maestría (cualquiera) debería entenderse como un destino de especialización.
Cuando el conocimiento es tan diversificado y sus aplicaciones a la vida social tan crecientes, la especialización cobra valor y relevancia. Al menos en la teoría.
Especializarse implica hacerse más competente. Una maestría no es, entonces, asunto tanto de conocimientos o saberes como de competencias.
Un mundo mejor pasa necesariamente por seres humanos más competentes.
Y en este sentido, la puja por un México mejor tiene su piedra angular en las competencias de quienes toman las grandes decisiones que afectan la vida de millones.
Necesitamos gente competente en todos lados, pero irrenunciablemente en los gobiernos, en las cámaras, en las fiscalías, en la Corte, en los tribunales, en los órganos constitucionales autónomos y en los partidos políticos.
Es mi creencia que toda transformación (para bien) de la vida pública de México tiene que darse simultáneamente en las dos pistas: de lo público y lo privado.
La gobernanza como elemento articulador de las voluntades públicas y privadas debe tener también su base en las competencias de quienes confluyen en ella.
No estoy diciendo que solo la gente con posgrado es competente, ni mucho menos que solo debían gobernarnos Maestros o Doctores.
Una de las grandes conquistas, que vino incluso mucho después del triunfo de la Revolución Francesa, fue el sufragio universal. Que todas y todos pudiéramos votar; pero también que todas y todos pudiéramos ser votados.
Pero esto tampoco debe entenderse como un desprecio a la formación profesional y a la especialización.
Está bien que tengamos diputadas y diputados por tómbola (al menos hasta que la representación nacional legisle y lo prohíba), pero también debe ser aspiración legítima de no pocos mexicanas y mexicanos tener en los espacios de gobierno y representación política a mujeres y hombres competentes, que tengan más a la mano que quienes no lo son, las respuestas que demandan los grandes retos de México.
Más temprano que tarde vendrán, de nueva cuenta, los equilibrios como la luz al final del túnel.
Necesitamos que todos los Méxicos estén representados. Todos. Y por eso hoy necesitamos jóvenes pujantes con su horizonte puesto en una maestría o en un doctorado que representen al México especializado.
En el México de hoy, probablemente no les haga mucho sentido, pero este México va a cambiar más rápido que el que no se acaba de ir. Y esos jóvenes tienen que estar preparados porque las oportunidades llegan. Y no hay más que estar listas y listos.
Hay quienes, en la holgura de la vida, estudian uno o dos posgrados por mera vanidad. No les basta que les llamen por su nombre. No les gusta que les digan “licenciado” o “licenciada” porque ya licenciados hay muchos. Precisan la etiqueta, el título nobiliario.
Y no digo que esté mal. Cada cabeza es un mundo. Y un posgrado cuesta tiempo, dinero y mucho esfuerzo.
Pero en el futuro inmediato, la especialización está llamada a ser, desprendida de toda petulancia, una necesidad si de verdad queremos hacer que México mejore.
Y por ello debemos ser solidarios y empáticos con quien aspire a ir más allá de la carrera.
¿Sirve de algo tener una maestría? Si. Sirve de mucho. Más de lo que te imaginas. No hay tiempo que perder. Hay más tiempo que vida.
Yo acabo de terminar la mía. ¿Y sabes que? Voy por el doctorado.
Estoy listo.