Leo con cierta incomodidad que los restos de Neftalí Reyes fueron exhumados (Milenio, 9 de abril) para saber si falleció de causas naturales o si fue asesinado por los esbirros de Pinochet, y desde el fondo de mi alma deseo que al abrir la fosa hayan escapado como nube florida los versos que pergeñó en ese último instante eterno que media entre la vida y la muerte, pues de otra manera remover sus huesos habrá sido un acto fallido. Sabido es que los dictadores odian a los poetas con delirio demencial, y si Augusto no lo mandó matar de seguro lo pensó.
Reyes murió hace 40 años. Su cadaver estaba en una tumba frente a la mar Pacífica en Isla Negra, burgo desde donde en días claros podría divisar las escarpadas costas de la Nueva Holanda, pues ellos, los poetas, tienen el don de la clarividencia. Yo habría declarado que Neftalí murió por obra y gracia de Pinochet y punto, fuese por un dardo envenenado, fuese por el veneno de la tristeza que le produjo ver a su país bajo la bota, inundado por los galones y la testosterona del verde olivo.
¿Cuántos no habrán dicho de Neftalí, a su muerte, lo que Pope de Newton? También los poetas dispersan las tinieblas y crean la luz con la palabra. Espero que esto no sea una exageración.
Quiero creer que es la sofocante primavera la que me puso en este estado de ánimo, pero la verdad es otra. Contar más de seis décadas y saberme más próximo del fin que del principio, ha modificado mi visión de la vida. Todo lo que me rodea adquiere nuevos significados. Un día desperté descubriéndome avaro con mi tiempo y troqué los momentos perdidos por encuentros pospuestos. En ese ánimo conocí la noticia del desalojo del polvo de Reyes, a quien casi todo mundo conoce como Pablo, de apellido Neruda, de quien aprendí el siguiente canto:
Queda prohibido llorar sin aprender, levantarte un día sin saber qué hacer, / tener miedo a tus recuerdos. / Queda prohibido no sonreir a los problemas, no luchar por lo que quieres, / abandonarlo todo por miedo, no convertir en realidad tus sueños. / Queda prohibido no demostrar tu amor, / hacer que alguien pague tus dudas y mal humor. / Queda prohibido dejar a tus amigos, / no intentar comprender lo que vivieron juntos, / llamarles sólo cuando los necesitas. / Queda prohibido no ser tú ante la gente, / fingir ante las personas que no te importan, / hacerte el gracioso con tal de que te recuerden, / olvidar a toda la gente que te quiere. / Queda prohibido no hacer las cosas por ti mismo, / no creer en Dios y hacer tu destino, / tener miedo a la vida y a sus compromisos, no vivir cada día como si fuera el último suspiro. / Queda prohibido echar a alguien de menos sin alegrarte, olvidar sus ojos, su risa, / todo porque vuestros caminos han dejado de abrazarse, / olvidar su pasado y pagarlo con su presente. / Queda prohibido no intentar comprender a las personas, pensar que sus vidas / valen menos que la tuya, no saber que cada uno tiene su camino y su dicha. / Queda prohibido no crear tu historia, dejar de dar las gracias a Dios por tu vida, / no tener un momento para la gente que te necesita, no comprender que / lo que la vida te da, también te lo quita. / Queda prohibido no buscar tu felicidad, no vivir tu vida con una actitud / positiva, no pensar en que podemos ser mejores, / no sentir que sin ti, este mundo no sería igual.
¡Nunca más!
En el verso de Martin Niemöller, una voz que parece haber perdido la esperanza nos amonesta: Primero vinieron por los judíos / y no dije nada / porque yo no era judío. / Luego vinieron por los comunistas / y no dije nada / porque yo no era comunista. / Luego vinieron por los sindicalistas / y no dije nada / porque yo no era sindicalista. / Luego vinieron por mi / pero ya no quedaba nadie / para hablar por mi.
El silencio y la ceguera inducida o voluntaria casi siempre han ido de la mano de grandes atrocidades. Los bombardeos en Camboya; los campos de aniquilamiento del Khmer Rojo; las limpiezas étnicas en los Balcanes, en Burundi, en Etiopía, en Uganda; la política británica de tierra quemada en Sudáfrica; el Holocausto o los sesenta mil muertos de la “guerra contra el crimen” en México. En estos episodios, de entre una lista que llenaría cientos de páginas, el silencio y el ver hacia otro lado fue una constante.
En abril conmemoramos los “días del recuerdo” del Holocausto. Creo que todo el año debiera serlo. Debemos aprender del pasado. Hay que prohibir el olvido. En el Yad Vashem de Jerusalém, en el Museo del Aparheid en Johannesburgo, en los memoriales en Riga, Auschwitz, Mauthausen; en el testimonio del Gúlag soviético; en el recuerdo de los Laogai de la “revolución cultural” china, está la memoria que es la única defensa contra las bestialidades en las que nuestra especie incurre cíclicamente y “justifica” con las más terribles doctrinas.
Por eso, si bien entiendo el sentido de la frase de Osorio Chong, “El Memorial de Víctimas nunca debió existir”, disiento puntualmente. Al contrario, debieron existir muchos. Nos hizo falta un memorial para Río Blanco, otro para la masacre de chinos, otros para los desplazados yaquis, para los doctores, para los ferrocarrileros, para el 68, para las víctimas de los halcones y para cada uno de los episodios que debían estar ahí, lacerando nuestra memoria día a día, con el único y eterno fin de que no se vuelvan a repetir.
Los mexicanos cerramos los ojos a lo que nos lastima y tenemos con nuestro pasado una relación esquizofrénica. Debemos combatir esto. El silencio es el cómplice de la impunidad. Que cada quien levante su memorial, piense en Niemöller y tome la decisión de no callar.
El Principito cumple años
Antoine de Saint Exupèry fue un heróe icónico. Valiente, fornido, bien parecido, inteligente, audaz, hábil, imaginativo, aventurero y creador de un Príncipe que este mes llega a las setenta primaveras con la misma frescura con la que nació. Sus libros son memorables y su visión de la vida seduce. Alguna vez escribió: “Si quieres construir un barco, no reclutes hombres para que recojan madera, ni dividas el trabajo, ni des órdenes. En vez eso, mejor enséñales a anhelar el inmenso e infinito mar”. ¡Guau!
Por eso es difícil aproximarse al lado siniestro de un personaje que pareciera todo luz. Estuvo casado con la salvadoreña Consuelo Sucin, quien lo inspiró para el libro cuyo aniversario celebramos. A la muerte de ella se descubrió el manuscrito de Memorias de la rosa, en donde aparece un Saint Exupèry que Lourdes Ventura (El Cultural, enero de 2001) describe como “los temblores de los desencuentros y reconciliaciones del matrimonio, las humillaciones del entorno aristócrata y aventurero (a ella la llamaban la condesa de opereta), las infidelidades del escritor, los accidentes aéreos de él que lo devolvían al hogar en condiciones lamentables, los abandonos constantes y las esperas de una mujer cada vez más herida.”
La relación de esta pareja se aleja de todos los patrones. Me recuerda la que tuvieron Cynthia Jeffries y Arthur Koestler, con sus propias tonalidades. En el recuerdo de Ventura: En 1930 Antoine de Saint-Exupèry fue presentado en Buenos Aires a la salvadoreña Consuelo Sucin, viuda de Gómez Carrillo; en ese mismo instante, y sin mediar apenas conversación la invitó a subir a su avión, y en pleno vuelo soltó la palanca de mando y exigió un beso a la aterrada latina que acabó accediendo ante el pánico de ver el morro del avión dirigirse en picado hacia el mar. Acto seguido el aviador y escritor francés le pidió a Consuelo que se casase con él. “Usted se viene a mi avión para ver el Río de la Plata desde las nubes! ¡Verá una puesta de sol como no puede verse en ningún otro sitio!”, le había dicho Saint-Exupèry en el hotel donde se acababan de conocer unas horas antes.
Así era el papá del Principito.
Molcajete
¿Cansado de los lugares comunes? Me place poner a su disposición dos ejemplos de la sección “refranes” del Gran Libro para Gente Culta que alguien me hizo llegar, no sé si con alguna intención oculta: “Más vale plumífero volador en fosa metacarpiana, que segunda potencia de diez pululando por el espacio” (más vale pájaro en mano, que cien volando). “Crustáceo decápodo que pierde su estado de vigilia, es arrastrado por el ímpetu marino” (camarón que se duerme, se lo lleva la corriente).
Más la próxima semana
Profesor – investigador en el Departamento de Ciencias Sociales de la UPAEP Puebla.
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