La aparición del libro La generación de 1994 que marcó historia: el Grupo San Angel, del politólogo Alfonso Zárate (Grijalbo), en realidad no despertó interés ni generó polémica. En los hechos, esa comunidad de la élite política nunca se insertó en el debate de 1994, fue tergiversada por el juego perverso de poder del presidente Carlos Salinas de Gortari y como grupo no introdujo reformas modernizadoras al sistema político.
La alternancia partidista del 2000 fue producto de un manejo errático del PRI por el presidente Zedillo, de su incapacidad para operar la sucesión presidencial del 2000 con sus candidatos tecnócratas y de la vigilancia política de los EE. UU. para impedir otro fraude electoral.
El gran debate que fijó el colapso sistémico de 1994 fue muy estricto: transición a un sistema/régimen/Estado democrático o restauración del viejo régimen priísta. La larga lista de propuestas democráticas que manejaron dentro del Grupo San Angel nunca se acercó a un modelo de transición de un régimen autoritario y de élite hegemónica a un régimen democrático con nuevas instituciones y reglas. Peor aún, nadie en el Grupo San Angel tenía alguna idea de que una agrupación de barones de la política y la academia y el funcionariato pudiera construir una propuesta de transición de régimen.
En el fondo, todas las propuestas del Grupo San Angel buscaban la distensión política de grupos y fuerzas enconadas y dispersas, pero sin cambio de régimen; si acaso, pedían reformas procedimentales para crearle al sistema/régimen/Estado priísta sólo medidas de legitimización y legalidad. Ninguno del Grupo propuso la posposición de elecciones por el clima de violencia rupturista, ni había entre ellos alguna mente estratégica que condujera el diseño de una propuesta de transición, ni menos aún –Zárate páginas 151-152– que alguno del Grupo pudiera perfilarse como presidente interino si las elecciones llevaban a un choque de trenes que impidiera la declaración confiable de un ganador.
La configuración del Grupo, y la lista precisa de Zárate lo confirma, mostraba sólo a activos del Estado priísta, por lo que fue imposible que de ahí saliera alguna propuesta –aunque fuera tibia– de transición o ruptura democrática. Todos ellos, de alguna u otra menara, pululaban alrededor del sistema/régimen/Estado priísta. Imposible pensar entonces en una transición si en el Grupo dirigente estaban personas como la dirigente sindical salinista Elba Esther Gordillo, el expriísta Enrique González Pedrero, el panista Vicente Fox ya tras la candidatura presidencial del PAN, el exsecretario hacendario David Ibarra Muñoz, el funcionario salinista de Solidaridad Carlos Monsiváis, los hermanos Reyes Heroles, entre otros.
El asambleísmo elitista y “los egos que llevaban a proponer cambios” (Zárate, pág. 23) reprodujeron el clima asambleísta del Consejo Nacional de Huelga del movimiento estudiantil del 68. Una propuesta hecha por alguno de los miembros del Grupo era rechazada por otro que podría sugerir lo mismo.
La configuración elitista del Grupo ofreció la imagen de una casta de barones del poder. Los pocos excomunistas ya perredizados en posiciones altas de poder se olvidaron de algunas de las tesis del Partido Comunista para impulsar una ruptura política revolucionaria que condujera a un cambio de régimen. En Chiapas, el subcomandante Marcos aportó su dosis de anarquismo clownesco y antiintelectual y dos posiciones críticas hubieran podido construir una propuesta de reforma de sistema/régimen/Estado. Pero no, imposible poner en sintonía a una orquesta de egos.
A la vuelta de un cuarto de siglo, el Grupo San Angel quedó como una referencia de coyuntura. Por la conformación de personalidades, sí pudo haber representado un quiebre o golpe de timón, pero Zárate muestra en su libro que el Grupo carecía de concierto, reglas, posiciones y sobre todo objetivos concretos. El concepto de “evitar el choque de trenes” en julio parecía atemorizante por la certidumbre de sus posibilidades, pero el Grupo se agotó en una anfitrionía de invitados que llegaban más bien a tocar base y no a entrenzar posibilidades, como lo mostró el tono arrogante, agresivo y político del candidato panista Diego Fernández de Ceballos.
El Grupo terminó su ciclo la noche del 21 de agosto por el resultado electoral. “No tuvo la muerte digna ni el funeral solemne que alguno de sus integrantes habría querido, ni siquiera un sepelio discreto; simplemente languideció” (Zárate, página 351). Zárate reconoce (página 341) que muchos de sus miembros usaron al Grupo para hilar posiciones de poder en gobiernos posteriores, y ninguno de ellos potenció sus propuestas y las del Grupo en administraciones posteriores.
Al final, el Gripo quedó en anécdota.
Política para dummies: La política es un juego de ambiciones.