Gracias a todos, a mí familia y a mis amigos: Alfredo Martínez de Aguilar

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* La trágica muerte de la gobernadora de Puebla, Martha Erika Alonso, y del senador Rafael Moreno Valle, es una severa llamada de atención a gobernantes, políticos y funcionarios. La gloria del poder es fugaz. Esperemos que no sea la reedición sangrienta de los 90.

* El tiempo de Adviento es también de perdón y reconciliación. Es tiempo para que con dignidad y humildad pidamos disculpas a quienes hayamos ofendido de manera consciente o inconsciente con nuestras palabras y con nuestras acciones, sobre todo, a quienes amamos.

En esta fecha especial, solicito respetuosamente a nuestros queridos lectores, se me permita compartir algunas reflexiones sobre la Navidad, como nacimiento y renacimiento a un nuevo año, con el realismo del optimista informado sobre los riesgos que acechan a México.

La trágica muerte de la gobernadora de Puebla, Martha Erika Alonso, y su esposo, el senador Rafael Moreno Valle, es una severa llamada de atención a los gobernantes, políticos y funcionarios. La gloria del poder es fugaz. Esperemos que no sea la reedición sangrienta de los 90.

Educado en la vieja escuela del honor sincrético, mixteco-zapoteco-español, aprendí de mis viejos abuelos el respeto a Dios, a nuestro Padre Sol, a nuestra Madre Tierra y a nuestra hermana naturaleza, y de manera muy especial a la sangre de la Tierra, el agua.

A la par de aprender a cultivar la Madre Tierra, se nos enseñó a cultivar la gratitud a todo el Universo y a todos los seres que la habitan, sobre todo a los miembros de la familia nuclear y ampliada, y a los amigos, a los que se elige por empatía, a diferencia de la familia.

Con humildad, aprendimos a conocer los eternos ciclos de la vida y de la muerte y nuevamente del renacer a la vida en otra dimensión. La ciencia y las religiones comparten en el fondo que la energía vital no perece, solo se transforma. Gobernantes y jerarcas religiosas les divorcian.

Nacer, crecer, desarrollarnos y morir, nos enseñó que periódicamente es indispensable detenerse, mirar hacia atrás para hacer un corte de caja en el tiempo. El final del año es la época natural para hacer un recuento y balance entre el haber y el deber.

Al sonar las 12 campanadas de la Noche Buena y con ello la Natividad de Jesús, justo y necesario es dar gracias a todos, a mi familia, iluminada por la luz de la estrella en la que se convirtió mi hijo Alejandro Rommel, y cuya luz guía nuestras vidas desde el Cielo.

Gracias a mi esposa y a mis hijas por permitirme seguir a su lado, a pesar de no ser el esposo y padre ideal y perfecto, pero también gracias a todos mis amigos y amigas, a quienes admiro, respeto y de los cuales aprendo como fuente de inspiración.

Gracias a mis compañeros periodistas, comunicadores y trabajadores de los medios de comunicación. Al igual que sus familias compartimos con alegría sus triunfos. Nos duelen, desde luego, sus dolores y pérdidas, sus enfermedades y muerte, y más sus asesinatos.

El tiempo de Adviento es también de perdón y reconciliación. Es tiempo para que con dignidad y humildad pidamos disculpas a quienes hayamos ofendido de manera consciente o inconsciente con nuestras palabras y con nuestras acciones, sobre todo, a quienes amamos.

Con el paso de los años y la educación integral, con principios y valores universales, iniciada en el seno del hogar en una doble vía, cívico-religiosa, conocimos la trascendencia del trabajo comunitario, así como la solidaridad y subsidiariedad social.

A los gobernantes, políticos y servidores públicos, así como a los dirigentes sociales y empresarios a los que hemos criticado, reiteramos que la razón por la que lo hacemos, es resultado de nuestras convicciones personales a la luz de sus hechos y anteponiendo el interés general de la sociedad.

Los tres son elementos esenciales para pasar de la democracia meramente representativa a la democracia activa y auténticamente participativa, más allá del castrante asistencialismo y más todavía del clientelismo y la mal entendida caridad cristiana.

De ahí mi compromiso desde hace muchos años como Secretario del Banco de Alimentos al lado de don Gerardo Gómez Tort, para mitigar semanalmente el hambre y la desnutrición de miles de familias oaxaqueñas, que viven y sufren pobreza alimentaria.

Participan generosamente como Tesorero del Patronato del Banco de Alimentos, Serafín Barranco García; Dulce Aragón García, como Directora, y como Vocales, don Daniel Hernández Cruz, Alejandro Sánchez Sánchez, Carmelita Ayala Ortega y Said Atala Adams.

Antes que fuera moda global la sustentabilidad y la sostenibilidad ambiental, para combatir el cambio climático, la sabiduría indígena milenaria nos enseñó de niños, con el ejemplo diario, las hoy famosas tres R, Reducir, Reutilizar y Reciclar.

De manera particular, se empezaba por el cuidado y consumo del agua y de los alimentos. Uno de los principales lemas comunitarios y familiares, plenamente vigente es, nada de lo que la Madre Tierra nos da, a través de la naturaleza, se debe desperdiciar.

Se nos enseñó a administrar el tiempo de vida y a invertir tiempo en cuidar la salud, mediante el deporte. La cosmovisión indígena, fue enriquecida, tiempo después con la visión occidental de la educación ateniense y la disciplina espartana.

El Fuego Nuevo, entre los mexicas o aztecas que habitaban el gran valle de Tenochtitlán, significaba la renovación de la esperanza de vivir otro ciclo de 52 años. El fuego era un prodigio en sí mismo: resurgía de las cenizas para hacer al pueblo más fuerte, poderoso e inmortal.

Para que la vida continuara otros 52 años, se apagaban absolutamente todos los fuegos en el valle de Anáhuac, desde los braseros en los templos, hasta los hogareños. Todas las familias debían desprenderse de sus objetos materiales, para iniciar el nuevo ciclo del que se esperaba abundancia de todo lo bueno. Hoy, es tiempo del Fuego Nuevo.

El calendario mexica establecía el Fuego Nuevo como una “atadura de años”. Se conmemoraba cuando cada uno de los cuatro años Tochtli (conejo), Ácatl (caña), Técpatl (pedernal) y Calli (casa) había regido trece veces, esto es, 52 años. Cada año mexica era de 18 meses de 20 días, lo que daba un total de 360 días. El ciclo mexica era de 52 años dos veces, equivalentes a 104 años. Se “ataban” los años: 13×4 igual a 52.

Desde tiempos inmemoriales se respetaba fielmente la tradición: el Fuego Nuevo se encendía en el Cerro de la Estrella; era una fiesta acompañada de música producida por el teponaztli, el atabal, la chirimía y el caracol, en una gran plaza ceremonial convertida en santuario ancestral, en la que había una pirámide. Era el templo de Huitzilopochtli. Encendamos el Fuego Nuevo en nuestros vidas y corazones.

 

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