¿Qué hacer frente al hartazgo? La gente, nuestra gente, parece estar harta de todo; hasta de la política, de los partidos, de los mismos de siempre, de la falta de oportunidades, de una situación económica personal de insatisfacción; harta de las campañas, de los diputados, de los senadores y de su gobernador.
La gente está hasta del cambio porque ya no encuentra referente y lo resume en un ardid publicitario, un engaño.
¿Qué ha cambiado en Oaxaca? Prácticamente nada y los cambios perceptibles son para mal. Falta de circulante, parálisis económica, partos en los patios de las clínicas, desabasto de medicamentos, un creciente número de negligencias en diverso grado en las instituciones públicas de salud; un vacío de autoridad capitalizado por la delincuencia, asaltos (lo mismo a autotransportes turísticos que a comunicadores), un secretario de seguridad pública erigido en capricho gubernamental, una ciudad secuestrada por organizaciones sindicales que paralizan no solamente el tránsito vehicular.
La violencia parece ser la constante en Oaxaca; violencia de palabra y obra que la omisión gubernamental incentiva. El ejecutivo ya no ejecuta, pretexta.
No sé si exista un estado más sufrido que el nuestro. No sé si exista parangón en estoicismo para una ciudadanía que ha soportado de todo y que ha sido testigo de todo lo que el anti gobierno pueda significar. En Oaxaca, claro está que no se gobierna, se administra el conflicto.
Los operadores más experimentados no han podido hacer nada, simple y sencillamente porque no hay liderazgo, una punta de lanza, una figura de autoridad que infunda respeto, que encarne la investidura. Y lo más grave es que al gobernador no parece importarle.
Gabino Cué se ha alejado paulatinamente de su pueblo, de ese que se volcó en las urnas para elegirlo, porque de los demás nunca pareció ocuparse; nunca los vio, nunca los escuchó.
La oposición es una entelequia y ¿cómo no serlo cuando el poder es ciego y sordo? Ensimismado en soliloquios complacientes, en notas pagadas, ayuno de reflexión disfraza la complacencia con harapos de tolerancia; oculta la incompetencia tras montañas de excusas que ya a nadie importan.
Los ciudadanos, los pocos que se organizan sienten una doble impotencia; impotencia por la situación reinante de inseguridad, caos y crisis económica e impotencia por la sordera y ceguera de quien debía estar obligado no solo a escuchar, sino a responder.
¿Para qué gobernar entonces? ¿Para qué el poder? ¿Qué motiva al gobernante a permanecer en el cargo?
Quizá sea solo mi percepción, pero al gobernador se le nota cada vez más el fastidio. Lo que debía ser el más alto honor para un oaxaqueño, parece haberse convertido en el mayor lastre, en la más grande molestia. Con ese ejemplo ¿qué esperar de sus funcionarios?
¿Le tocó a usted ver a Gabino candidato? ¿Es el mismo en actitud como gobernante?
La diferencia visible entre candidato y gobernante debía ser que el primero representa a un partido o a una coalición o, si se le quiere ver de distinta forma, a un proyecto político, mientras el segundo representa a todos, gobierna para todos. Gabino no gobierna para nadie; en este último trecho parece no gobernar ya ni siquiera para el mismo ni su grupo.
Lo lamentable no es ya si Gabino se separa o no del cargo, que renuncie a sus funcionarios; lo desolador son los argumentos que está procurando a la gente para responderse ¿para qué votar? No es ya solamente asunto del poder ejecutivo, del gobierno; es asunto de la democracia y de uno de sus valores centrales: la participación.
Este gobierno podría tener como principal herencia más abstencionismo. A estas alturas haga usted –amable lector- el siguiente ejercicio: Diga en voz alta lo primero que se le venga a la mente cuando lea “Gabino”. Probablemente no alcance usted a hilar una frase, ni siquiera una palabra. Tal vez una elocuente expresión se dibuje en su rostro como un acto reflejo.
¿Qué hacer para que nuestro gobernador entienda dónde está sentado? ¿Qué hacer para qué reaccione? ¿Qué hacer para que el gobierno recupere sus pies y sus manos y le sirvan para algo más que para tomarse la cintura y rascarse la cabeza? ¿Qué hacer para que abra los ojos, se destape los oídos y asuma la responsabilidad por millones de personas afectadas por el accionar del gobierno? Seguro de que nuestro gobernador ni siquiera leerá esta columna y con serias sospechas de que ya ni siquiera lea la prensa, le dejo a usted estas interrogantes.
La respuesta debía estar en el legislativo, dándole sentido al equilibrio de poderes. Pero el legislativo parece haber caído también en la trampa del ornato. Ni lo ven ni lo oyen, quizás porque no habla fuerte ni claro.