Como en los tiempos del viejo PRI, los anuncios del gabinete entrante cumplen solo dos funciones: redistribuir el poder al interior del grupo gobernante y dar el banderazo de salida para la siguiente sucesión presidencial.
El gabinete presidencial está constituido por funcionarios que representan parcelas de poder de la coalición dominante, pocas veces se contratan a altos empleados con un proyecto de Gobierno y los miembros de esa élite del poder no son secretarios de Estado, sino apenas auxiliares del despacho presidencial, como señala la Constitución.
La burocratización del régimen presidencialista refiere al gabinete como enlaces en ciertos temas, sin haber asumido nunca, cuando menos en el periodo 1917-2024, el perfil de ministros.
La presidencia unitaria de López Obrador borró del panorama la existencia de un gabinete, los secretarios fueron meros auxiliares que solamente eran convocados para anunciar decisiones presidenciales, pero nunca para acuerdos sobre el desarrollo de sus respectivas carteras. El poder de los secretarios del despacho presidencial desapareció cuando el presidente López Obrador ordenó el cierre de las oficinas de prensa de las Secretarías para romper relaciones de autonomía relativa de los funcionarios con la prensa política que colaboraba a generar el ambiente de gobierno.
El anuncio del gabinete por goteo de la presidenta electa Claudia Sheinbaum Pardo llamó la atención morbosa para percibir la mano del presidente saliente en la designación y para asumir desde ahora un gabinete para la sucesión presidencial del 2030.
El centralismo de López Obrador concentró en Palacio Nacional toda la estructura de la administración pública federal, y de paso la supervisión autoritaria de los poderes legislativo y judicial. El estilo y carácter de la presidenta Sheinbaum parece que no le dará para mantener el mismo estilo, lo cual implicaría la reanimación de las estructuras del gabinete presidencial para las labores de funcionamiento de todo el gobierno federal.
Pero tampoco importan mucho los titulares. Los primeros seis nombres atendieron al currículum de agraciados/agraciadas, pero adelantaron el principal problema de la gestión del poder presidencial de Sheinbaum: mantener el ánimo sobre nombres, pero sin conocer de manera específica los proyectos prioritarios de la próxima administración.
Marcelo Ebrard Casaubón, por ejemplo, fue designado en Economía, pero sólo se sabe que tendrá en sus manos la negociación de una nueva fase del Tratado de Comercio Libre; sin embargo, toda renegociación debe ir precedida de una redefinición del proyecto nacional de desarrollo, un documento que no se conoce y que sería definido desde el área tecnocrática de la Secretaría de Hacienda y Crédito Público, cuyas funciones prioritarias son fiscales –es decir: de gasto supercontrolado– y no del modelo de desarrollo que se requiere para la dinámica de las economías productivas de Estados Unidos y Canadá. El Plan Nacional de Desarrollo debería estar en el ámbito de Economía.
El nuevo canciller, Juan Ramón de la Fuente Ramírez, tuvo un muy eficaz entrenamiento diplomático como representante permanente de México en la ONU y miembro del Consejo de Seguridad de ese organismo, pero la definición de la política exterior se hizo desde el enfoque de Palacio Nacional, sin consulta con el Senado y con un cuerpo diplomático designaciones políticas como en el viejo PRI.
La presidenta de Sheinbaum, una vez que recibió el resultado oficial del INE, debió de haber pronunciado un discurso de propuesta de modelo de desarrollo para el próximo sexenio y con una continuidad normal en tanto que el defecto del desarrollo mexicano ha sido la percepción sexenal y –de muchas maneras– a capricho de los presidentes en turno. El presidente Salinas de Gortari definió el proyecto neoliberal de desarrollo y su continuidad duró hasta el 2018, incluyendo dos presidencias salidas del PAN que nunca entendió los modelos productivos, y la continuidad en la alternancia mantuvo el modelo de globalización a través de secretarios de Hacienda provenientes del pensamiento neoliberal de la escuela de Chicago y su sucursal mexicana el ITAM.
En realidad, poco importan los nombramientos de seis secretarios auxiliares del despacho presidencial y la ratificación anticipada del secretario de Hacienda –si leemos bien la política lopezobradorista– por dos sexenios más, el de Sheinbaum y el siguiente. Pero una cosa es la política de estabilidad macroeconómica en modo Fondo Monetario Internacional del secretario Rogelio Ramírez de la O y otra la necesidad prioritaria de un modelo de desarrollo que no lo tuvo López Obrador y que se requiere para fijar, ahora sí en serio, el ciclo posneoliberal.
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Política para dummies: la política la marcan las élites del poder.
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