Este sábado estuvimos conversando con un grupo de jóvenes abogados y estudiantes de derecho Cristina Vizcaíno, Vicepresidenta Nacional de la Barra Mexicana de Abogados, Sara Clavel, Directora de la Fundación 100 X Oaxaca y un servidor, en torno a la función social de la abogacía.
Fue un conversa torio organizado por jóvenes y para jóvenes con la intención de acortar los puentes entre generaciones.
Y es que pareciera que también las generaciones estamos en guerra.
La generación que está quiere impedir que la generación nueva llegue, y la generación nueva tiene prisa por qué la actual se vaya.
Esto no tiene por qué ser así y menos en un gremio tan necesario para el progreso y la mejoría social como el de la abogacía.
Si tendemos estos puentes de diálogo podremos entender que en el presente todas las visiones caben y que todos tenemos algo valioso que aportar para entender el presente y transformar lo que esté mal.
Dejo aquí algunas ideas sueltas de ese diálogo a manera de conclusiones:
Para que los abogados puedan cumplir a cabalidad cualquier función social, deben estar bien preparados, sólidamente formados.
Y el abogado es cada vez más un autodidacta gracias a las nuevas tecnologías de la información y ahora a la inteligencia artificial.
El abogado moderno ya no depende de sus maestros ni de sus escuelas, sino de la capacidad que tenga para relacionarse y cooperar con sus pares.
El mundo del abogado es el mundo de las relaciones, en el mejor de los sentidos.
Por ello es importantísimo el papel de las asociaciones, barras, colegios, fundaciones, grupos de estudio o como se les quiera llamar a todo esfuerzo organizado de la juventud que comparte el interés por el Derecho.
Dos deben ser las cualidades primeras de los abogados de hoy: empatía y preparación continua.
Los jóvenes no deben competir entre sí, deben ayudar al otro porque así se están ayudando a sí mismos.
El abogado moderno debe ser también un intérprete que le traduzca al pueblo en lenguaje sencillo los grande debates jurídicos del momento y que no entiende porque el lenguaje del jurista no ha dejado de ser técnico e incomprensible.
El abogado moderno debe aprender a expresarse oralmente, porque todos los procesos tienden ya a la oralidad, pero además porque el derecho es lenguaje y cuando el derecho se combina con causas sociales, populares o ciudadanas, la palabra hablada es vehículo natural de transformación.
Así como necesitamos buenos abogados que sean litigantes, profesores, investigadores, ministerios públicos o jueces, necesitamos también excelentes abogados con ética profesional que quieran ser servidores públicos.
Urgen buenos abogados en la Presidencia de la República, en las gubernaturas, en las presidencias municipales y en los congresos, porque el Derecho cruza transversalmente todo el espectro de la toma de decisiones desde los espacios de poder.
En una palabra, necesitamos buenas personas que sean buenos abogados.
*Magistrado de la Sala Constitucional y Cuarta Sala Penal del Tribunal Superior de Justicia de Oaxaca