Fumar es un vicio que no comparto y que me da miedo. Vi cómo un enfisema consumió a la madre de uno de mis mejores amigos y mi padre murió de cáncer pulmonar. Un querido compañero de cabina durante mis tiempos en la radio falleció joven víctima del vicio… En verdad no tendría espacio para reseñar las historias de horror asociadas al tabaco que he conocido.
La Organización Mundial de la Salud calcula que cada año tres millones de personas se van al cielo (o al purgatorio o al infierno, vaya uno a saber) muy contentas entre el humo del cigarrillo. Otras fuentes colocan esa cifra en cinco millones. En nuestro país cada día 150 compatriotas se pelan por su afición a los Delicados, los Alas, los Elegantes y demás tubitos rellenos de hierba. En otras palabras, fumar es más peligroso que el crimen organizado. Si pensamos que esta manera legal de matar a la gente genera miles de millones de dólares en ganancias e impuestos, es tiempo de considerar la legalización de las otras drogas igualmente dañinas.
Me parece tonto que jóvenes y viejos, lerdos e iluminados, se regodeen en un placer que los llevará a la tumba después de asestarles una lista de males más larga que la Cuaresma. El cigarro es el único producto mortal que garantiza por escrito sus cualidades y que cada día se vende más. Incluso personas cuidadosas, de las que leen con lupa la letra pequeña de los contratos, que tiran a la basura los productos que caducaron hace dos días y corren a la procuraduría del consumidor a la más leve sospecha de que malévolos comerciantes los quieren timar, apartan la vista de las advertencias en las cajetillas de tabaco a la hora de echarse un pitillo. A los anuncios sólo les falta una calaca con huesos cruzados, pero eso no detiene a los consumidores.
¿Será que la publicidad se apodera de las mentes débiles? Unos se anuncian como “El cigarro de los hombres fuertes”; otros asocian el veneno con los aires del campo y la vida sana de los rancheros; hay compañías que no sólo intentan vender su producto sino que además ofertan felicidad, descanso, belleza, glamour, juventud, excitación y buen desempeño sexual. O sea, ¡el humo sí aniquila las neuronas!
Hace poco estuve en una conferencia junto a una mujer joven, bella y de semblante inteligente que no dejó en paz una cajetilla de Gauloises estampada con un letrero en rojo que decía “Fumer tue” -que en el idioma de Víctor Hugo significa “fumar mata”. Hicimos conversación. Me armé de valor para una prueba sociológica y viéndola a los ojos le pregunté si estaba de acuerdo en que el uso del condón bloquea el placer sexual además de que es pecado y lleva al infierno. Me miró de arriba abajo y apenas alzó una ceja antes de espetarme con una sensual voz ronca de fumadora: “¿Está usted loco? ¡No usarlo es peligrosísimo!” Luego encendió otro cigarro, sin duda para atenuar la impresión causada por mi imprudente sugerencia.
Hay en la condición humana misterios que escapan a mi comprensión. Por ejemplo, que una mujer tenga seis hijos con el tipo que la golpea desde la noche de bodas; o que un hombre con doctorado soporte humillaciones públicas de un jefe que no terminó la primaria; o que trabajadores especializados se dejen conducir como ovejas por zafios y corruptos líderes. Parecería que la estupidez es uno de nuestros descriptores. En el aeropuerto de Singapur hay un depósito de basura con un enorme cartel que en todos los idiomas invita a tirar cualquier estupefaciente antes de pasar la aduana, ya que en ese país la introducción y tráfico de drogas se castiga con la pena de muerte. “Y pese a ello”, me dijo un funcionario, “todos los días llegan dos o tres que creen que pueden burlarnos”.
Además del mal aliento, la dentadura destruida y la carraspera, el tabaco es causa de cáncer en laringe, pulmón, boca y estómago; presión alta y cardiopatías. Y a quien le parezca sensual presentarse a la Bogart en la cita amorosa, resulta que contrario a la fantasía cinematográfica el cigarro es un eficaz inhibidor de la libido, además de –ojo señoritas y señoras- causa eficiente la aparición de arrugas prematuras.
Pero digamos que usted es un anacoreta o un cartujo y que lo erótico le vale un cacahuate. Entonces quizá le impresione saber que cada año mueren en el mundo más seres humanos por causa del tabaco que por la combinación de Sida, alcohol, sobredosis de drogas, asesinatos, suicidios, incendios y accidentes aéreos y automovilísticos. Millones de personas literalmente hechas humo. Tan sólo en Estados Unidos, en donde tienen cifras muy confiables, se estima que han perecido más fumadores que soldados en todas las guerras en que ese país ha participado en la historia. Y créame, los gringos han estado en muchas.
Y si esto tampoco le importa, entonces tal vez le interese saber que si en lugar de haberse fumado dos cajetillas diarias durante más de veinte años hubiese utilizado ese dinero en comprar acciones de las grandes tabacaleras, ahora mismo podría jubilarse con una pensión millonaria. ¿Le vale? Bueno, por lo menos cuando fume hágalo alejado de quienes no lo hacen, especialmente de los niños, porque se ha demostrado que los fumadores pasivos también estamos propensos a terribles enfermedades.
Quizá lo único positivo acerca del cigarro -además de las enormes fortunas que ha dado a unos cuantos- es su acción esencialmente democrática. La hierba no discrimina. De cáncer por tabaco mueren por igual viejos, jóvenes, bellas, feas, pobres, ricos, famosos, anónimos, genios e idiotas. Recuerdo el caso de Peter Jennings, el notable conductor de ABC News, llamado “la voz del mundo”: murió víctima de cáncer pulmonar a los 67 años. Y eso que hacía 20 había dejado de fumar.
Como dice un slogan antipublicitario, “Donde hubo tabaco… cenizas (de muerto) quedan”.
Profesor – investigador en el Departamento de
Ciencias Sociales de