Faltan 32 días para la elección presidencial, y hasta ahora parece haber una tendencia electoral difícil de revertir. Hay quienes, frente a esa realidad, se resisten a aceptar lo que parece inevitable; y hay otros que ven el 1 de julio como una meta y no como el inicio de una ruta que, por las propias condiciones del país, no será fácil. Si la tendencia cambia, o se modifica, lo que todos debemos tener claro es que a partir del día siguiente de la elección, los mexicanos deberíamos mostrar madurez y preocupación no por nuestro partido o preferencia electoral sino por nuestro país, exigiéndole más a quien gane la elección.
En efecto, han pasado casi 60 días desde que iniciaron las campañas presidenciales, y lo cierto es que hasta ahora el ayuno de ideas ha sido casi total entre los candidatos, que a pesar del ruido y las acusaciones que han cruzado durante las largas semanas de la campaña, hasta el momento no han logrado estructurar ni los más elementales esbozos de las respuestas que el país necesita en algunos de los temas más trascendentes.
No hay respuestas concretas relacionadas con la inseguridad, con la violencia o con el enorme problema que vive el país por la falta de Estado de Derecho. Los candidatos, en general, no han sido capaces de responder estructuradamente por qué la economía se mantiene estable sin crecer, y mucho menos qué harían para lograr un cambio positivo, sobre todo en este momento en el que la economía nacional se encuentra presionada no por decisiones gubernamentales sino por factores externos como la renegociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, o la volatilidad del tipo de cambio que presiona a productos como los combustibles o las importaciones, que están directamente relacionadas con la paridad peso-dólar, entre otros.
En esa lógica, es evidente que entre la diversidad de candidatos hay diversas posturas. Se encuentran, por un lado, las propuestas llenas de chabacanería y ocurrencias como las de Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, que sabe que no tiene ninguna posibilidad de ganar la elección, y por eso ha dado saltos al vacío al plantear propuestas como la de mutilar las manos a los políticos corruptos, o la de infligir legalmente castigos y penas inhumanas y degradantes a quienes cometan algunos delitos. El Bronco dice, quizá con cierta razón —pero fuera de toda lógica—, que sus propuestas son eco de lo que la propia ciudadanía le ha dicho durante su campaña.
Luego, hay otra franja de candidatos con cierta idea, pero sin competitividad. Ahí encontramos lo mismo a José Antonio Meade, del PRI, y a Ricardo Anaya Cortés, de la coalición PAN-PRD. Aunque hay diferencias notables entre uno y otro de experiencia profesional y en la administración pública, lo cierto es que ambos han tratado de hacer esbozos generales sobre las soluciones que proponen para el país. El problema es que ambos cargan con el cuestionamiento de fondo relacionado con el hecho de que durante los 18 últimos años, los partidos que postulan a uno y a otro han sido gobierno en México, y no han podido enfrentar los temas sobre los que ahora ellos pretenden plantear soluciones.
De hecho, ni con el tema de la corrupción, ni con el de la inseguridad, ni con el relacionado al bajo crecimiento económico, los candidatos de ambos partidos han logrado hacer propuestas creíbles y asequibles a la realidad actual. Más bien, ambos cargan con varios de esos cuestionamientos.
Desde el hecho mismo de que Ricardo Anaya ha sido cuestionado por el origen de su fortuna y de varios negocios inmobiliarios presuntamente realizados por empresas fantasma, hasta la realidad de que José Antonio Meade ha sido funcionario de tres administraciones consecutivas, y ha tenido ante sí —sin hacer más— la posibilidad de enfrentar los escándalos de corrupción que ahora dice que va a perseguir.
Al final, parece que ambos comparten el hecho de que son aparentemente estructurados pero con un vacío de legitimidad que los ahoga en la falta de competitividad electoral que hoy demuestran.
¿Y AMLO?
Acaso, el que ha planteado las propuestas menos estructuradas es Andrés Manuel López Obrador. Su fortaleza actual como candidato presidencial, en realidad, ha radicado en el hecho de que ha sabido capitalizar la desesperanza de la gente por la reiteración de gobiernos fracasados y de problemas que no han podido ser resueltos. Lleva más de una década en campaña; pero a pesar de eso, muchas de sus propuestas y planteamientos para enfrentar —y eventualmente resolver— algunos de los grandes problemas nacionales, siguen siendo una incógnita.
En ese sentido, un editorial de Bloomberg Bussinesweek (https://bit.ly/2IWB5gk) establece coordenadas precisas de lo que hasta ahora se conoce de sus propuestas —más incógnitas que coordenadas concretas—, y lo que debería exigírsele a López Obrador como candidato presidencial, y como eventual triunfador de la elección del 1 de julio:
“Pero las soluciones de López Obrador son vagas. Habla de una amnistía para los traficantes de drogas, sin decir lo que significaría. Su respuesta a la corrupción aparentemente es predicar con el ejemplo. La victoria en esa lucha de alguna manera pagará un gasto social ambicioso. Sus asesores tratan de aplacar los temores sobre su deseo de revertir las reformas económicas de Peña Nieto, pero el candidato no parece estar escuchando.
Su mandato al frente de la Ciudad de México sugiere que es un progresista moderado, aunque no da marcha atrás a su populismo a medida que su liderazgo se solidifica. Garantizar los pagos de cultivos, congelar los precios de la gasolina en términos reales, limitar la participación extranjera en la industria del petróleo y gas, aumentar los beneficios de las pensiones, apoyos a los jóvenes y, en general, expandir el rol económico del Estado significa problemas fiscales para un país con una creciente deuda. Igualmente alarma su punto de vista sobre la Suprema Corte, el INE y la sociedad civil en general. López Obrador dice que si gana la elección dará a los votantes la oportunidad de sacarlo del cargo cada dos años. Eso no sustituye a los controles y equilibrios, y al gobierno competente y ordenado.
EXIGIRLE MÁS
Es demoledora la conclusión de dicho editorial: “El esfuerzo del PRI por restaurar su dominio casi ha colapsado en una nube de disgusto electoral. Sin embargo, pasar de un régimen de un solo partido a otro basado en una sola persona no es la forma de reparar la confianza en el gobierno. El éxito de México depende de una mayor reforma a la economía y la construcción de instituciones sólidas de gobernabilidad democrática. Los votantes no deberían exigir menos.” Algo que, en el ideal, tendríamos que comenzar a hacer los ciudadanos a partir del 2 de julio, cuando las militancias y las preferencias electorales se terminen, y volvamos a la realidad de un país de cabeza por problemas —hasta ahora— sin ninguna solución planteada.
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