Sé que una ley no escrita dispone que los articulistas en esta época del año nos ocupemos de la Navidad y los valores que supuestamente conlleva o de plano nos abstengamos de escribir, y que el que no acata esa norma es castigado con la indiferencia de sus lectores o, peor aún, con la interrupción de la lectura por aburrimiento de los muy disciplinados.
Pero yo no tengo más remedio que tomar el riesgo porque no puedo callar en un momento que creo de grandes definiciones para el país.
Ni siquiera en los días navideños puedo ignorar que la nación está enferma de violencia, miedo, hambre de millones de personas; carencias e incertidumbre de una clase media formada en lo que Colosio llamaba “la cultura del esfuerzo”. Esas enfermedades se expresan en el individualismo exacerbado, la desconfianza, la corrupción, la impunidad, el abuso, que aislan y separan. Y se deben a que se nos han descompuesto las instituciones fundamentales: la familia, célula de la sociedad, las religiones, que para muchos representan certeza y tranquilidad, y las instituciones del Estado con su saldo de políticas públicas irresponsables, erróneas o al servicio de intereses particulares.
Y escribo en estos días -a riesgo de que usted no me lea o deje de hacerlo ahora mismo- porque veo que hay una luz al final del túnel; que el gobierno parece hasta ahora mucho más activo, decidido y claro de lo que todos esperábamos. Que está dando una lucha a fondo por restaurar al Estado y sus instituciones y adoptar políticas públicas más humanas, y que en ese intento tiene que librar o remover obstáculos muy grandes. Y hay que tomar partido en esa lucha.
A juzgar por el apoyo de los priistas en las cámaras legislativas, asumo que la reforma laboral promovida por Calderón es congruente con el programa político del presidente Peña y la he discutido en otras oportunidades. Pero la reforma educativa sí fue propuesta por él y previamente negociada con los dirigentes formales de los partidos. Como hemos visto, esa decisión enfrenta al Estado con la cúpulasindical que en los gobiernos panistas dictó las políticas y ejerció las funciones del Estado por una mezcla de conveniencia electoral y miedo de los gobernantes.
Elba Esther Gordillo, cuyos instintos en la política mexicana son indiscutibles, fue desiganda por el presidente Salinas a propuesta de Manuel Camacho y fincó su poder en un tripié:
1) convivir con los vándalos de la CNTE, pactar con ellos en las sombras, utilizarlos como petate del muerto y, desde luego, cederles su parte de los beneficios por su tenaz antielbismo simulado y porque son una reserva de violencia de Elba para precipitar la ingobernabilidad donde y cuando sea necesario;
2) ofrecer o restar votos a candidatos y partidos a escalas nacional, estatal y municipal, a cambio de privilegios para la pirámide de manipulación magisterial que ella encabeza y “conquistas” sindicales para las bases, y
3) asegurar la disciplina y apoyo de cientos de miles de maestros tanto por la acción de los jefes y jefecillos que forman la redes de control como por los salarios y prestaciones muy decorosos para los maestros -enhorabuena por ellos- que crean lealtades incondicionales en un país con la mitad de pobres, la mitad de trabajadores en la economía informal y la mayoría de los empleados de la formal con menos de cinco salarios mínimos.
Eso explica la seguridad de Elba: “Los únicos que van a decir si me voy o me quedo son los del SNTE.” Eso explica que el sindicato esté dispuesto a llevar tan lejos como sea necesario la “resistencia pacífica y digna” para revertir o esterilizar, en la ley, la evaluación al magisterio y el servicio profesional como vías únicas para el ingreso, promocion, reconocimiento y permanencia de los docentes en su empleo. Eso explica que Elba sostenga que el objeto de la evaluación es “mejorar y solucionar los problemas de los maestros, pero no[…] castigarlos y amenazarlos con perder su plaza”. Ni una palabra, ni una sola, sobre la educación de los niños.
Pero el Estado nacional no tiene más remedio que cumplir y hacer cumplir la Constitución y las leyes. Si el Estado cede a presión de Elba, no veo cómo podría enfrentarse a poderes fácticos aún más robustos e implacables. No veo cómo podría hacer una reforma fiscal progresiva o impulsar la competencia, que afectaría directamente los intereses de los monopolios, o licitar dos cadenas de televisión y darle algún espacio a la cultura en el mar de vulgaridad.
El presidente Peña Nieto no está jugando, y si ha anunciado que el Estado retomará sus funciones rectoras, tiene que estar preparado para repeler fuertes resistencias de los intereses creados. Y para ello no le bastará con el frente de partidos-debilitado por las divisiones dentro de éstos-: tendrá que sumar a toda la sociedad. La otra opción es que México no resuelva ninguno de sus problemas fundamentales y en esto lo que no avanza se hunde.
Deseo que 2013 sea mejor para usted y los suyos y que para el país sea el año de la restauración del Estado.